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[1284] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA CONCUPISCENCIA COMO FALTA DE RESPETO AL CUERPO Y A LA SEXUALIDAD

De la Homilía en la Parroquia del “Corpus Domini”, Roma (Italia), con ocasión del traslado del cuerpo de Santa María Goretti, 27 septiembre 1986

1986 09 27b 0005

5. “El que fornica, peca contra su propio cuerpo”, dice San Pablo (1 Cor 6, 18).

La ética cristiana considera con admiración y alta estima el cuerpo humano. “Que cada uno –dice Pablo en otra Carta (1 Tes 4, 4-5)– sepa guardar su cuerpo en santidad y honor, no con afecto libidinoso, como los gentiles, que no conocen a Dios”, y que no saben, por tanto, que el cuerpo es el “templo” del Espíritu Santo.

El mal para el cristiano no está en el cuerpo; no está en la sexualidad humana. El mal está en la falta de respeto a la dignidad del cuerpo, para la verdadera finalidad de la sexualidad humana. El mal está en esa “concupiscencia” que brota del “corazón” del hombre herido por el pecado original y que le lleva a no buscar ya el verdadero bien del otro, sino a considerar su cuerpo como un posible objeto de apropiación.

La concupiscencia quita al amor la libertad interior del don, en cierto sentido “despersonaliza” a la persona amada, transformándola en un mero objeto de goce egoísta.

La ética cristiana es ciertamente a veces severa: pero no tiene nada que ver con una concepción maniquea que quisiera ver en el cuerpo el principio del mal. Si a veces nos pide la renuncia o el sacrificio, es precisamente para purificar la corporeidad, para enaltecerla y para elevar con ella al hombre. En un tiempo como el nuestro, que se caracteriza por el “redescubrimiento” de los valores del cuerpo, pero dicho redescubrimiento, en sí apreciable y digno, lo realiza a menudo con actitud profanadora respecto de los valores del espíritu, es preciso reafirmar una visión del hombre que armonice convenientemente las dos dimensiones del ser humano, la corpórea y la espiritual. Ésta es precisamente la armonización que la ética cristiana pretende con toda la norma concerniente a las relaciones entre el cuerpo y el espíritu, inspirándose siempre en la perspectiva trascendente con la que la Revelación divina sale al encuentro de las expectativas del hombre, esto es, la perspectiva de la resurrección final con la cual el cuerpo será elevado a participar, en renovada simbiosis con el espíritu, en la alegría misma de Dios.

No es, pues, el materialismo ni el hedonismo, sino la ética cristiana la que sabe enaltecer verdaderamente la dignidad del cuerpo humano. María Goretti renunció a la vida física precisamente para no contaminarla con el pecado, ¡para no pecar contra su cuerpo! Comprendió –y ésta es para nosotros su lección– que el verdadero mal del cuerpo no es tanto el sufrimiento (supo aceptar incluso la muerte), sino la acción voluntaria –el pecado– que se comete contra el cuerpo y contra las finalidades de vida y de propagación de la vida que la Sabiduría creadora ha puesto en él.

[DP (1986), 186]