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[1287] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL CORAZÓN DE JESÚS EN LAS FAMILIAS CRISTIANAS

De la  Homilía en la Misa en Paray-le-Monial (Francia), 5 octubre 1986

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2. [...] Hoy yo quería anunciar particularmente a las familias la buena nueva del don admirable: ¡Dios da la pureza de corazón, Dios permite vivir un amor verdadero!

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5. [...] ¿Quien rompe los lazos del amor? ¿Quién apaga el amor que abrasa los hogares?

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6. Lo sabemos, las familias de hoy día conocen demasiado a menudo la prueba y la ruptura. Muchas parejas se preparan mal al matrimonio. Muchas parejas se separan, y no saben guardar la fidelidad prometida, aceptar al otro tal como es, amarlo a pesar de sus límites y de su debilidad. Por eso muchos niños están privados del apoyo equilibrado que deberían encontrar en la armonía complementaria de sus padres.

¡Y también, cuántas contradicciones a la verdad humana del amor cuando se rehúsa dar la vida de manera responsable, y cuando se hace morir al niño ya concebido!

¡Éstos son los signos de una verdadera enfermedad que alcanza a las personas, a las parejas, a los niños, a la misma sociedad!

Las condiciones económicas, las influencias de la sociedad, las incertidumbres del futuro, se citan para explicar las alteraciones de la institución familiar. Ellas pesan, ciertamente, y es necesario remediarlas. Pero esto no puede justificar que se renuncie a un bien fundamental, el de la unidad estable de la familia en la libre y hermosa responsabilidad de aquellos que unen su amor con el apoyo de la fidelidad incansable del Creador y Salvador.

¿Acaso no se ha reducido demasiado a menudo el amor a los vértigos del deseo individual o a la precariedad de los sentimientos? De ese modo, ¿no se ha alejado de la verdadera felicidad que se encuentra en la entrega de sí sin reservas y en lo que el Concilio llama “el noble ministerio de la vida” (cfr. Gaudium et spes, 51)? ¿No es preciso decir claramente que buscarse a sí mismo por egoísmo en vez de buscar el bien del otro, a eso se llama pecado? Y eso es ofender al Creador, fuente de todo amor, y a Cristo Salvador que ofreció su Corazón herido para que sus hermanos encuentren su vocación de seres que unen libremente su amor.

Sí, la cuestión esencial es siempre la misma.

La realidad es siempre la misma.

El peligro es siempre el mismo: ¡Que el hombre se separe del amor!

El hombre desenraizado del terreno más profundo de su existencia espiritual. El hombre condenado a tener de nuevo un “corazón de piedra”. Privado del “corazón de carne” que sea capaz de reaccionar con justicia ante el bien y el mal. El corazón sensible a la verdad del hombre y a la verdad de Dios. El corazón capaz de acoger el soplo del Espíritu Santo. El corazón fortalecido por la fuerza de Dios.

Los problemas esenciales del hombre –ayer, hoy y mañana– se sitúan a este nivel. Aquel que dice “os daré un corazón” puede incluir en esta palabra todo lo que hace falta para que el hombre “llegue a ser más”.

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7. El testimonio de muchas familias enseña abundantemente que las virtudes de la fidelidad hacen feliz, que la generosidad de los cónyuges, del uno para el otro, y juntos de cara a sus hijos, es una verdadera fuente de felicidad. El esfuerzo del dominio de sí, la superación de los límites de cada uno, la perseverancia en los diversos momentos de la existencia, todo esto lleva a un florecimiento por el que se pueden dar gracias.

Entonces se hace posible soportar la prueba que llega, saber perdonar una ofensa, acoger a un niño que sufre, iluminar la vida del otro, incluso débil o disminuido, por la belleza del amor.

También quisiera pedir a los Pastores y a los animadores que ayudan a las familias a orientarse, que les presenten claramente el apoyo positivo que constituye para ellas la enseñanza moral de la Iglesia. En la situación confusa y contradictoria de hoy, es necesario aceptar el análisis y las reglas de vida que, como fruto del Sínodo de los Obispos, han sido expuestas particularmente en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, la cual expresa el conjunto de la doctrina del Concilio y del Magisterio pontificio.

El Concilio Vaticano II recordaba que “la ley divina manifiesta el pleno significado del amor conyugal, lo protege y lo conduce a su realización plenamente humana” (Constitución sobre la Iglesia en el mundo de hoy, Gaudium et spes, 50).

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8. Sí, gracias al sacramento del matrimonio, en la Alianza con la Sabiduría divina, en la Alianza con el Amor infinito del Corazón de Cristo, a vosotras, familias, os es dado desarrollar en cada uno de vuestros miembros la riqueza de la persona humana, su vocación al amor de Dios y de los hombres.

Sabed acoger la presencia del Corazón de Cristo confiándole vuestro hogar. ¡Que Él inspire vuestra generosidad, vuestra fidelidad al sacramento con el que vuestra alianza fue sellada ante Dios! Y que la caridad de Cristo os ayude a acoger y a ayudar a vuestros hermanos y hermanas heridos por las rupturas, y que se encuentran solos; vuestro testimonio fraterno les hará descubrir mejor que el Señor no cesa de amar a los que sufren.

Animados por la fe que os ha sido transmitida, sabed despertar a vuestros hijos al mensaje del Evangelio, y a su función de artífices de la justicia y de la paz. Ayudadles a entrar activamente en la vida de la Iglesia. No descarguéis vuestras responsabilidades en otros, cooperad con los Pastores y los otros educadores en la formación de la fe, en las obras de solidaridad fraterna, en la animación de la comunidad. En vuestra vida de hogar, dad abiertamente su lugar al Señor, rezad juntos. Sed fieles a la escucha de la palabra de Dios, a los sacramentos y sobre todo a la comunión del Cuerpo de Cristo entregado por nosotros. Participad regularmente en la Misa dominical, que es la reunión necesaria de los cristianos en la Iglesia: en ella, dais gracias por vuestro amor conyugal unido “a la caridad de Cristo que se da a Sí mismo en la cruz” (cfr. Familiaris consortio, 13); ofreced así mismo vuestras penas con su sacrificio salvador; cada uno, consciente de ser pecador, interceda también por aquellos hermanos suyos que, de muchas maneras, se alejan de su vocación y renuncian a cumplir la voluntad de amor del Padre; recibid de su misericordia la purificación y la fuerza de perdonaros mutuamente; afirmad vuestra esperanza; sellad vuestra comunión fraterna fundándola en la comunión eucarística.

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9. Con Pablo de Tarso, con Margarita María, proclamamos la misma certeza: ni la muerte ni la vida, ni el presente ni el futuro, ni las potencias, ni criatura alguna, nada nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

¡Tengo la certeza de ello... nada lo podrá jamás!

Hoy nos encontramos en este lugar de Paray-le-Monial para renovar en nosotros mismos esta certeza: “Yo os daré un corazón...”.

Ante el Corazón abierto de Cristo, tratemos de sacar de Él el amor verdadero que necesitan nuestras familias.

La célula familiar es fundamental para edificar la civilización del amor.

En todas partes, en la sociedad, en nuestros pueblos, en las barriadas, en las fábricas y oficinas, en nuestros encuentros entre pueblos y razas, el “corazón de piedra”, el corazón árido, debe cambiarse en “corazón de carne”, abierto a los hermanos, abierto a Dios. De ello depende la paz. De ello depende la supervivencia de la humanidad. Esto supera nuestras fuerzas. Es un don de Dios. Un don de su amor.

¡Tenemos la certeza de su amor!

[DP (1986), 189]