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[1299] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, “IGLESIA DOMÉSTICA”

De la Homilía en la Misa en  el hipódromo “Belmont”, Perth (Australia), 30 noviembre 1986

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1. [...] La familia en el plan de Dios para la humanidad y para la Iglesia es el tema de esta celebración Eucarística. El Hijo de Dios, al hacerse hombre, dio origen a esta familia especial que la Iglesia venera como la Sagrada Familia de Nazaret: Jesús, María y José.

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2. Mi saludo a vosotros, familias de Perth y de Australia Occidental. A vosotros, esposos y esposas, padres y madres, hijos e hijas, abuelos, y a todos vosotros que lleváis en el corazón el bienestar de la familia. Mi saludo al arzobispo Foley y al arzobispo Goody, a los otros obispos, a los sacerdotes, religiosos y laicos: a cada persona presente aquí, así como a los que están unidos espiritualmente con nosotros para ofrecer el Cuerpo y la Sangre de Cristo en el Sacrificio de la Misa. Saludo a los representantes del Gobierno Estatal, a los funcionarios, a los representantes de todos los organismos públicos y de los grupos étnicos. Mi saludo también a los miembros de las otras Iglesias y Confesiones cristianas en el amor y la esperanza que compartimos en nuestro Señor Jesucristo.

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3. La familia es la Iglesia doméstica. Esta tradicional idea cristiana significa que el hogar es la Iglesia en pequeño. La Iglesia es el sacramento del amor de Dios. Es una comunión de fe y de vida. Es madre y maestra. Está al servicio de toda la familia humana que, como ella, avanza hacia su destino último. De la misma manera, la familia es una comunidad de vida y de amor. Educa y guía a sus miembros para su plena maduración humana y sirve al bien de todos a lo largo del camino de la vida. La familia es la “célula primera y vital de la sociedad” (Apostolicam actuositatem, 11; cfr. Familiaris consortio, 42). En el mismo sentido, es una imagen viva y una representación histórica del misterio de la Iglesia (cfr. Familiaris consortio, 49). El futuro del mundo y de la Iglesia, pasa a través de la familia (ib. 75).

No es, pues, sorprendente que la Iglesia haya dedicado tanta atención y reflexión en los últimos tiempos a cuestiones que afectan a la vida familiar y al matrimonio. Tampoco es sorprendente que gobiernos y organizaciones públicas estén constantemente comprometidos en asuntos que directa o indirectamente afectan al bienestar institucional del matrimonio y de la familia. Y es una experiencia universal que el buen funcionamiento de las relaciones en el matrimonio y en la familia es de la máxima importancia para el desarrollo y la felicidad de la persona humana.

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4. Las transformaciones económicas, sociales y culturales que acontecen en nuestro mundo tienen un efecto enorme sobre la forma de valorar el matrimonio y la familia. Como resultado, muchas parejas se encuentran inseguras en sus relaciones, y eso provoca en ellas inquietudes y sufrimiento. Sin embargo, otras muchas parejas están más firmes pues habiendo superado las nuevas presiones, ejercen más plenamente esas responsabilidades y amor particular de la alianza matrimonial que les hace considerar a los hijos como un don especial de Dios para ellos y para la sociedad. Como vaya la familia así irá la nación, y así irá el conjunto del mundo en el que vivimos.

Respecto a la familia, la sociedad necesita urgentemente “recuperar por parte de todos la conciencia de la primacía de los valores morales, que son los valores de la persona humana en cuanto tal”, y de esta manera, “comprender el sentido último de la vida y de sus valores” (7). Australia, una nación de tantas esperanzas, necesita conocer cómo proteger la familia y la estabilidad del amor matrimonial si quiere ser un lugar de paz y justicia.

7. Familiaris consortio, n. 8 [1981 11 22/8].

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5. La Iglesia en Australia y en todas partes tiene una misión específica: explicar y promover el plan de Dios sobre el matrimonio y la familia, ayudando a las parejas y a las familias a vivir de acuerdo con este plan. La Iglesia extiende la mano a todas las familias: en primer lugar a las familias cristianas que se esfuerzan en ser cada vez más fieles. Procura sostenerlas y acompañarlas en el camino de su maduración. Pero también extiende la mano con la misericordia del Corazón de Jesús, a todas las familias que atraviesan dificultades o están en situación irregular.

La Iglesia no puede decir que es bueno lo que es malo, ni considerar válido lo que es inválido. No puede dejar de proclamar la enseñanza de Cristo, incluso cuando esta enseñanza resulta difícil de aceptar. Sabe también que ha sido enviada a sanar, a reconciliar, a llamar a la conversión, a buscar lo que estaba perdido (cfr. Lc 15, 6). En consecuencia, la Iglesia intenta ayudar, con gran amor y paciencia, a todos los que encuentran dificultades en afrontar las exigencias del amor conyugal y de la vida familiar cristianas.

La caridad de Cristo sólo puede realizarse en la verdad: en la verdad sobre la vida, el amor y la responsabilidad. La Iglesia ha de proclamar a Cristo: el Camino, la Verdad y la Vida; actuando así, debe enseñar los valores y principios que corresponden a la vocación del hombre a la “novedad” de la vida en Cristo. La Iglesia es a veces incomprendida, como si no tuviera compasión por el hecho de sostener el plan original de Dios sobre el matrimonio y la familia: su plan para el amor humano y para la transmisión de la vida. La Iglesia es siempre amiga verdadera y fiel de la persona humana durante la peregrinación de su vida. Sabe que manteniendo la ley moral contribuye al establecimiento de una civilización auténticamente humana, retando constantemente a no abdicar de la responsabilidad personal con respecto a los imperativos éticos y morales (cfr. Humanae vitae, 18).

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6. “Venid, subamos al monte del Señor... Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas” (Is 2, 3). Con esta invitación el Profeta Isaías nos dice cómo hemos de responder a Dios, y esta respuesta se aplica también al plan de Dios sobre el matrimonio y la familia. A las parejas se les brinda la gracia y la fuerza del sacramento del Matrimonio precisamente para que puedan caminar por las sendas del Señor y seguir sus caminos, observando el plan que Cristo confirmó y ratificó para la familia. Este plan testifica lo que era “al principio” (cfr. Mt 19, 8); así lo quiso Dios en el principio para el bienestar y la felicidad de la familia. En el plan de Dios el Matrimonio requiere:

el amor fiel y permanente del marido y de la mujer;

una comunión indisoluble que “hunde sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos de compartir todo su proyecto de vida” (Familiaris consortio, 19);

una comunidad de personas en la que el amor entre el marido y la mujer ha de ser plenamente humano, exclusivo y abierto a la vida (cfr. Familiaris consortio, 29).

El amor conyugal se consolida con el sacramento del Matrimonio de manera que pueda ser, cada vez más, una imagen real y efectiva de la unión que existe entre Cristo y la Iglesia (cfr. Ef 5, 32).

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7. Vosotros sabéis cuánto coraje cristiano necesitáis para cumplir los mandamientos de Dios en vuestras vidas y en vuestras familias. El coraje para decidirse cada día a robustecer el amor, la clase de amor del que San Pablo dice: “El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; no es maleducado y egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites... aguanta sin límites. El amor no pasa nunca” (1 Cor 13, 4-8).

¿Puede el Papa venir a Australia y dejar de pedir a las parejas y a las familias Australianas que reflexionen en sus corazones cómo viven su amor cristiano? ¿Hasta qué punto están comprometidos a mantener seriamente los verdaderos valores familiares? ¿Hasta qué punto los proyectos políticos son adecuados para la defensa de estos valores y, por lo tanto, para el bien común de toda la nación?

En un mundo cada vez más sensible a los derechos de la mujer, ¿qué decir de los derechos de las mujeres que quieren, o necesitan ser, con plena dedicación, esposas y madres? ¿Han de estar oprimidas por un sistema de impuestos discriminatorio de la mujer que decide no abandonar el hogar y renunciar así a unos ingresos independientes? Sin menoscabo de la libertad de nadie que busque una plena realización en trabajos y actividades fuera del hogar, el trabajo del ama de casa, ¿no debería ser suficientemente apreciado y adecuadamente sostenido? (cfr. Familiaris consortio, 23). Esto es posible cuando los hombres y las mujeres son tratados con pleno respeto a su dignidad personal, por lo que ellos son, más que por lo que ellos hacen.

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8. Dándose cuenta de la importancia esencial de la vida familiar para una sociedad sana y justa, la Santa Sede ha presentado una Carta de los Derechos de la Familia, basada en el derecho natural y en los valores comunes a toda la humanidad. Está dirigida principalmente a los Gobiernos y organizaciones internacionales, como un “modelo y una referencia para elaborar la legislación y la política familiar, y una guía para los programas de acción” (Carta de los Derechos de la Familia, 22 de octubre de 1983, Introducción).

Llamo vuestra atención sobre los principios que la Iglesia mantiene vigorosa y constantemente, entre ellos:

–el inalienable derecho de los esposos “de fundar una familia y de decidir sobre el intervalo entre los nacimientos y el número de hijos a procrear, teniendo en plena consideración los deberes para consigo mismos, para con los hijos ya nacidos, la familia y la sociedad, dentro de una justa jerarquía de valores y de acuerdo con el orden moral objetivo...”;

–todo tipo de presiones que comporten una limitación de “la libertad de las parejas para decidir sobre los hijos constituye una grave ofensa contra la dignidad y la justicia humana”;

–“la familia tiene el derecho a poder contar con una adecuada política familiar por parte de las autoridades públicas en el territorio jurídico, económico, social y fiscal, sin discriminación alguna”, (Carta de los Derechos de la Familia, Artículos 3 y 9).

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9. El orden moral exige que la norma grabada por el Creador dentro del proceso de la vida en el mismo acto de la creación, sea respetada siempre y en todas partes. La bien conocida posición de la Iglesia a la contracepción y esterilización no es una postura tomada arbitrariamente, ni se basa tampoco en una perspectiva parcial de la persona humana. Más bien expresa su visión integral de la persona humana, la cual está dotada de una vocación que no es sólo natural y temporal, sino también sobrenatural y eterna (cfr. Humanae vitae, 7). Además, el conocimiento de la Iglesia sobre el valor intrínseco de la persona humana como un don irrevocable de Dios explica por qué el Concilio Vaticano II habla de “la insigne misión de proteger la vida” y considera el aborto como un “crimen abominable” (Gaudium et spes, 27, 51).

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10. El lugar de los niños en la sociedad y cultura de Australia merece una consideración especial. Sé que amáis y respetáis a vuestros niños. Sé que, de muchas maneras, vuestras leyes buscan garantizar su bienestar y protección. Una sociedad que ama a sus niños es una sociedad robusta y dinámica.

Mirando por su bien os hago una llamada a vosotros, padres. El niño necesita ser protegido con un entorno familiar estable. Para saber cuál es el verdadero amor que necesitan habéis de estar, por vuestra parte, unidos en el amor mutuo. Ellos esperan de vosotros amistad y orientación. De vosotros han de aprender, por encima de todo, a distinguir el acierto del error, a elegir el bien en lugar del mal. Os lo ruego: no privéis a vuestros hijos de su legítimo patrimonio humano y espiritual. Instruidlos sobre Dios, habladles de Jesús, de su amor y de su Evangelio. Enseñadles a amar a Dios y a respetar sus mandamientos en la conciencia clara de que ellos son, ante todo, sus hijos. Enseñadles a rezar. Enseñadles a ser personas maduras y responsables, ciudadanos honrados de su país. Es un privilegio estupendo, una obligación grave, una misión maravillosa que habéis recibido de Dios. Con el testimonio de vuestras vidas cristianas, los preparáis a asumir su legítimo lugar en la Iglesia de Cristo.

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11. Y a vosotros, niños y jóvenes, presentes aquí en número tan considerable, ¿qué os puedo decir? Amad a vuestros padres; rezad por ellos; dad gracias a Dios por ellos cada día. Si alguna vez existen incomprensiones entre vosotros, si de tanto en tanto resulta pesado obedecerles, acordaos de estas palabras de San Pablo: “Cualquier cosa que hagáis, sea sin protestas ni discusiones; así seréis irreprochables y límpidos, hijos de Dios sin tacha... para que brilléis como lumbreras del mundo” (Flp 2, 14-15). Rezad también por vuestros hermanos y hermanas y por todos los niños del mundo, especialmente por los pobres y hambrientos. Pedid por los que no conocen a Jesús, por los que están solos y tristes.

A todos los jóvenes católicos de Australia se les ha confiado el futuro de la Iglesia en esta tierra. La Iglesia os necesita. Tenéis mucho que hacer en vuestras parroquias y comunidades locales, en el servicio de los pobres y de los marginados, de los enfermos y de los ancianos, y así en tantas otras formas de servicio voluntario. Sobre todo habéis de llevar a Cristo a vuestros amigos. Vuestra propia generación es el campo, rico para la cosecha, al que Cristo os envía. Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida para vuestra generación, y para todas las generaciones que vengan. Sois la esperanza de la Iglesia para una nueva era de evangelización y de servicio. ¡Sed generosos con los demás!, ¡sed generosos con Cristo!

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12. Queridos padres e hijos, queridas familias del Oeste de Australia: el Evangelio de este Primer Domingo de Adviento os llama a “vigilar”, porque “si supiera el dueño de casa.. estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa” (Mt 24, 42-43). Éste es el aviso que yo os repito. ¡Vigilad! No dejéis que los valores preciosos de la fidelidad del amor conyugal y de la vida familiar os sean arrebatados. No los rechacéis, ni penséis tampoco que existen otras perspectivas mejores para la felicidad y realización del hombre.

La llamada del Evangelio a “vigilar” significa también construir la familia con sentido de responsabilidad. El amor auténtico es también un amor responsable. El marido y la mujer se aman verdaderamente cuando se responsabilizan ante Dios y realizan su plan sobre el amor humano y sobre la vida humana; cuando se corresponden mutuamente y cuando se responsabilizan mutuamente. La paternidad responsable implica no sólo traer hijos al mundo, sino también asumir personal y responsablemente su educación y maduración. ¡En la familia el amor verdadero es para siempre!

Finalmente, esforzándonos por ser perfectos en el amor, recordemos las palabras de San Pablo: “Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz... Vestios del Señor Jesucristo” (Rom 13, 12-14).

Queridas familias de Australia. Ésta es vuestra vocación y vuestra felicidad hoy y siempre: vestirse de nuestro Señor Jesucristo y caminar en su luz. Amén.

[OR (ed. esp.) 21-XII-1986, 7-8]