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[1307] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LOS PADRES CRISTIANOS Y LA VOCACIÓN DE SUS HIJOS

Del Mensaje È questa, en la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 11 febrero 1987

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2. “En la medida del don de Cristo” (Ef 4, 7).

Por esto me dirijo en especial a los padres cristianos, que tienen una misión de primer orden en la Iglesia y en la sociedad. Efectivamente, donde germinan y brotan vocaciones sacerdotales y religiosas las más de las veces, es sobre todo en la familia. No en vano el Concilio llama a la familia “primer seminario”, recomendando que en ella se creen las condiciones favorables para su desarrollo (cfr. Optatam totius, 2).

Ciertamente entre los servicios que los padres pueden prestar a sus hijos ocupa el primer lugar el de ayudarles a descubrir y a vivir la llamada que Dios les hace sentir, incluida la “sagrada” (cfr. Gaudium et spes, 52; Familiaris consortio, 53).

Queridos padres cristianos: Si el Señor os implica, en su designio de amor, llamando a un hijo vuestro o a una hija, sed generosos y consideraos muy honrados. La vocación sacerdotal o religiosa es un don especial de la familia y, al mismo tiempo, un don a la familia.

La Iglesia espera mucho, también, de todos los que tienen responsabilidad en el campo de la educación juvenil.

Hago un llamamiento particular a los catequistas, hombres y mujeres que desarrollan su importante actividad en la comunidad cristiana. Quisiera recordar a este propósito, cuanto he escrito en la Exhortación Apostólica sobre la catequesis: “En lo que se refiere por ejemplo a las vocaciones para la vida sacerdotal y religiosa, es cosa cierta que muchas de ellas han nacido en el curso de una catequesis bien llevada a lo largo de la infancia y de la adolescencia” (Catechesi tradendae, 39).

Grande es también la aportación que pueden dar a las vocaciones los maestros y todos los laicos comprometidos en la escuela, en especial en la católica, que en todas partes del mundo acoge innumerables legiones de jóvenes.

La escuela católica debe constituir una comunidad educativa capaz de proponer no sólo un proyecto de vida humano y cristiano, sino también los valores de la vida consagrada.

Además, los Movimientos, los Grupos y las Asociaciones Católicas, tanto a nivel central como a nivel local, deben distinguirse por un empeño coherente y generoso en el campo vocacional. En la medida en que se abran a los intereses de la Iglesia universal, crecerán cada vez más y verán florecer en el seno de sus grupos tantas vocaciones consagradas que serán el testimonio evidente de su vitalidad y madurez cristianas.

Por consiguiente se debe considerar pobre una comunidad eclesial que carezca del testimonio de las personas consagradas.

[DP (1987), 30]