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[1313] • JUAN PABLO II (1978-2005) • ACTUACIÓN DE LOS CRISTIANOS ANTE EL PROBLEMA DEL ABORTO

De la Alocución Als Bischof, en las Vísperas, Münster (Alemania), 1 mayo 1987

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5. Estas palabras no pueden permanecer enterradas en los libros de historia o en los archivos. Son de gran actualidad, incluso en los Estados democráticos, en los que rige el principio de que el mismo pueblo, es decir, los hombres, son los encargados de ordenar conjuntamente su vida comunitaria en la dignidad y la libertad. En la sociedad actual vuelven a surgir fuerzas poderosas que amenazan la vida humana. La eutanasia, una muerte provocada por supuesta compasión, vuelve a ser una palabra repetida con alarmante frecuencia y cuenta con nuevos y extraviados defensores. La Iglesia no puede callar tampoco ante la liberalización casi total del aborto en vuestro país y en otras muchas naciones. Es cierto que, a través de sus sacerdotes y de los laicos que tienen responsabilidad en ese campo, la Iglesia tendrá que acercarse con actitud de compasión y de bondad sinceras a aquellas mujeres embarazadas que se encuentren en dificultades, para intentar ofrecerles, en la medida de lo posible, comprensión y ayuda. Pero ello no implica que se deba callar ante la sociedad. La Iglesia no puede callar, aun cuando cualquier tipo de explicación honesta sobre la actual situación relativa al tema del aborto, se rechace actualmente como si se tocase indebidamente un tabú social. De los políticos, así como de quienes configuran la opinión pública y se siguen considerando obligados por los principios éticos o incluso por la fe cristiana, la Iglesia espera que ayuden a dar a conocer cada vez más los resultados científicos de la embriología y la psicología, en el campo del embarazo y del aborto, y que ayuden a las personas, cada vez con más eficacia a tomar sus decisiones prácticas. Los responsables tendrían incluso que revisar sin prejuicios la misma regulación legal indicativa y su aplicación concreta, para ver si, en lugar de proteger la vida, no están confirmando a muchas personas en la idea equivocada de que lo que está en juego es algo sin importancia y que se trata incluso de un acto permitido, tanto más cuanto que no es preciso cargar personalmente con los gastos económicos que comporta.

La Iglesia tiene que defender con fuerza, con claridad y con paciencia el derecho de todos a la vida, especialmente cuando se trata de niños que no han nacido y que por ello mismo están más necesitados de ayuda; la Iglesia tiene que defender la validez ilimitada del quinto mandamiento de Dios: no matarás. A pesar de los intentos de disfrazar la verdad con juegos dialécticos; a pesar de que se pretende rehuir la reflexión, la mayoría de la gente sigue pensando que el aborto es un crimen consciente contra vidas humanas inocentes. Resulta alentador que, al apercibirse con mayor claridad las incongruencias de los valores y juicios morales que se hacen actualmente, se vaya extendiendo en muchas personas una nueva forma de ver las cosas. Ningún movimiento por la paz merece ese apelativo si no clama con igual fuerza contra la guerra que se declara a la vida no nacida, e intenta oponerse a ella. No se puede tomar en serio a ningún movimiento ecologista que pase por alto el abuso y la des trucción de innumerables niños aptos para la vida en el seno materno. Ninguna mujer emancipada debería alegrarse de un logro determinado en el terreno de su autodeterminación, cuando éste se alcance a costa de una vida humana que había sido encomendada a su custodia y que también tenía derecho a la autodeterminación. ¡Situemos ya de una vez al hombre entre los bienes que deben ser objeto de una protección mayor y en favor de los cuales vale la pena hacer propaganda entre la gente! Los médicos y asistentes sociales, los diputados, periodistas y profesores tendrían que considerar un deber de conciencia defender públicamente la necesidad de proteger el derecho a la vida.

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6. El Hijo de Dios se ha hecho hombre; Cristo quiere ser nuestro hermano. Por ello ningún hombre puede tener en menos a otro hombre, abusar de él o incluso darle muerte. El derecho a la vida es el más fundamental y más santo de los derechos humanos.

En este tiempo pascual en el que nos encontramos, percibimos de un modo especial que nuestro Dios es un Dios de vida, el Dios que resucitó a Jesucristo de entre los muertos. Dios no se complace en la muerte; tampoco nosotros deberíamos complacernos en ella. Con la resurrección de Jesucristo, Dios inauguró una nueva iniciativa en favor de la vida; y esa iniciativa de Dios debemos apoyarla nosotros. Toca a los cristianos tomar partido, con el Espíritu de Dios, por la vida y la paz, por la verdad y la justicia.

Nuestro mundo vive en definitiva de la bondad y la misericordia que Dios nos concede y que deben determinar las relaciones mutuas entre los hombres. ¿No esperamos todos que alguien sea bueno con nosotros, que nos acepte, nos anime o consuele, nos ayude cuando necesitamos apoyo? Cuando la bondad del corazón impregna la vida de los hombres, hay sitio para los débiles, los ancianos, los impedidos; y también hay sitio y futuro para los seres no nacidos que están aún en el seno materno. La experiencia de la misericordia despierta en nosotros la esperanza de poder encontrar definitivamente un día el bien último e insuperable: el amor infinito y eterno de Dios por los hombres.

Dios es el primero y es también el último y el eterno. De Él procede la vida; a Él se orienta nuestra vida. De Dios y hacia Dios: éste es el camino de los hombres.

¡Elige la vida! ¡Elige la vida en plenitud! ¡Y elige así tu vida eterna!

[DP (1987), 76]