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[1317] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA EUCARISTÍA Y LA FAMILIA CRISTIANA

De la Homilía en la Misa con renovación de las promesas matrimoniales, en el Jasne Blonie de Szczecin (Polonia), 11 junio 1987

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1. [...] Deseo por tanto, siguiendo vuestra invitación, encontrarme en este sacrificio eucarístico con todas y cada una de las parejas de esposos y con todas las familias, no sólo las presentes, sino también las que he visto y veré a lo largo del camino del Congreso Eucarístico en Polonia. Os invito a todos a participar en esta solemne liturgia, y también a renovar el compromiso matrimonial.

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2. En estos días del Congreso, todos nos concentramos en torno a las palabras pronunciadas por Juan Evangelista, discípulo predilecto de Cristo, con ocasión de la última Cena: “Habiendo amado a los suyos... los amó hasta el fin” (Jn 13, 1). Ellas explican al mismo tiempo el misterio de la Pascua de Cristo y la realidad sacramental de la Eucaristía: “Los amó hasta el fin”.

Los esposos, arrodillados ante el altar el día de la boda, dicen: “Prometo serte siempre fiel”. Así dice el esposo a la esposa y la esposa al esposo. Así dicen juntos delante de la Majestad del Dios vivo. Delante de Cristo.

¿No están estas palabras en profunda sintonía con las del Evangelio: “los amó hasta el fin”?

Ciertamente aparece aquí una profunda convergencia y homogeneidad. El sacramento del matrimonio surge de la fuente eucarística. Nace de la Eucaristía. Y al mismo tiempo conduce a ella. El amor humano “hasta la muerte” debe fijar su mirada en aquel amor con que Cristo nos ha amado hasta el extremo. En cierto sentido debe hacerlo suyo, este amor de Cristo, para llevar a cabo los contenidos del compromiso matrimonial: “Te quiero y me entrego a ti y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”.

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3. Con este juramento se edifica una particular unidad: una comunión de personas. “Communio personarum”. Ésta es la unidad: unión de corazones y de cuerpos. La unidad: la unión al servicio del amor que da la vida. La unión de las personas, de un hombre y de una mujer y juntos la unión con Dios, que es Creador y Padre. La unión de ambos en Cristo, en la órbita de ese amor esponsalicio que Él –el Redentor del mundo– concede con generosidad a la Iglesia y en ella a todo hombre. De hecho, todos hemos sido redimidos con el precio de su sangre.

Queridos hermanos y hermanas: Es necesaria una preparación muy seria y profunda al matrimonio que es un gran sacramento. Es preciso, después, volver a menudo a estos textos sagrados de la liturgia del matrimonio, de la Misa para los nuevos esposos, de la Santa Misa de aniversario del matrimonio, releerlos, meditarlos... Éstas son palabras de vida.

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4. Hoy os invito a esto, a meditar todas las lecturas de la solemnidad de la Sagrada Familia, que juntos celebramos aquí en Szczecin.

La primera lectura está tomada del Libro del Eclesiástico, y en el Salmo responsorial se repite también en la liturgia del sacramento del matrimonio. La segunda lectura: San Pablo ha transmitido en la Carta a los Efesios las verdades más importantes sobre el tema del misterio divino del matrimonio. Sin embargo, la lectura de hoy está tomada de la Carta a los Colosenses.

Se puede decir que encontramos aquí una enseñanza concisa y al mismo tiempo esencial sobre: cómo edificar la comunión matrimonial y familiar. Cómo construirla en la dimensión de toda la vida, y al mismo tiempo, cada día.

Enseña, pues, el Apóstol que el amor es “el vínculo” (cfr. Col 3, 14), que constituye casi un epicentro que da la vida, pero que es preciso, sistemáticamente y con perseverancia, “revestir” con todo el modo de proceder. Este texto del Apóstol indica diversas virtudes de las que dependen la solidez e incluso el desarrollo del amor entre los esposos. Él escribe: “Sea vuestro uniforme... la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo” (Col 3, 12-13).

¡Qué concreto es esto! El Apóstol tiene delante de los ojos la vida matrimonial de su tiempo, pero los hombres de nuestro siglo pueden reencontrarse ahí.

El matrimonio es la comunión de vida. Es la casa. Es el trabajo. Es el cuidado de los hijos. Es también alegría común y descanso. ¿No recomienda el Apóstol el “exhortarse mutuamente” también “cantando a Dios, dándole gracias de corazón con salmos, himnos y cánticos inspirados”? (cfr. Col 3, 16).

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5. Es necesario leer estas palabras pertenecientes al patrimonio apostólico de la Iglesia en su sentido original con todas las particularidades y, al mismo tiempo, es preciso constantemente traducirlas al lenguaje de nuestro tiempo, de nuestras condiciones, a veces tan difíciles, de nuestros problemas y de nuestras situaciones.

También en lo que respecta a la relación: padres-hijos, escribe el Apóstol: “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo” (Col 3, 20), pero escribe asimismo: “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos” (Col 3, 21).

Un nexo muy elocuente. ¿Qué pueden significar estas palabras hoy, en las condiciones de la Polonia actual?

Parece que sea indispensable un gran trabajo para la formación de una espiritualidad matrimonial. El sacramento contiene en sí un compromiso explícito: fidelidad, amor, honestidad. Éstos son compromisos de naturaleza moral. Sobre ellos se edifican el matrimonio y la familia. De esta manera el sacramento llega a ser una comunión digna de hombres, una verdadera comunión de vida y amor. El Arca de la Alianza con Dios en Cristo.

El servicio de la Iglesia de Cristo en lo que respecta a la familia ha formado, comenzando desde los albores de nuestra historia y a través de los siglos, un excelente modelo de familia. Ha formado también una moral que se distingue por un gran respeto por la dignidad de la mujer. La beatificación de Carolina Kózka, hija del mundo rural polaco, es una elocuente expresión de ello.

Y este servicio continúa incesantemente en las nuevas manifestaciones, que responden a las nuevas necesidades. La Iglesia en Polonia tiene méritos relevantes por lo que respecta a la defensa de los derechos de la familia.

La familia, según el designio de Dios, es un lugar sagrado y santificante. La Iglesia siempre y en todas partes ha velado por esta santidad, pero desea de modo particular estar próxima a la familia, cuando esta comunión de vida y amor, esta Arca de la Alianza con Dios, están amenazadas desde dentro, o también –como ocurre a menudo hoy– desde fuera. Y la Iglesia en nuestra tierra está fielmente de parte de la familia, de parte de su verdadero bien, incluso cuando, a veces, no encuentra una debida comprensión en la misma familia. No sólo anuncia con amor, y con firmeza, la doctrina revelada sobre el matrimonio y la familia, no sólo se recuerda sus deberes y sus derechos, como también los deberes de los otros, especialmente los de la sociedad y del Estado en lo que respecta a la familia, sino que también constantemente trata de desarrollar las estructuras necesarias de la pastoral que intenta llevar ayuda moral a la familia cristiana. Y puede ser que a esta presencia y a esta sensibilidad, se deba principalmente el hecho de que el mal que amenaza la familia, continúe siendo llamado tal, que el pecado continúe siendo llamado pecado, la desnaturalización: desnaturalización; que no se registre aquí la costumbre de construir teorías para justificar el mal.

Más aún, crece continuamente el número de personas que, en diversos campos, desean ayudar a la familia en la realización de su vocación. Y continúan también aumentando las filas de las parejas jóvenes y de las familias que, de manera muy vital, realizan plenamente en su vida la totalidad de la enseñanza cristiana sobre el matrimonio y sobre la familia, y ello frecuentemente en forma de apostolado de grupos de familias, unidas entre ellas, vinculadas estrechamente con la pastoral familiar, desarrollada por la Iglesia en Polonia.

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6. El Evangelio de hoy nos lleva, junto con María y José, al templo de Jerusalén: la presentación del Hijo primogénito en el cuadragésimo día después del nacimiento.

Y he aquí que, en medio del rito previsto por la Ley de Moisés, resuena de manera improvisada la voz de un anciano, que da la plena dimensión profética del acontecimiento en el templo de Jerusalén.

Simeón habla de Jesús:

“Éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten, será como un signo de contradicción” (Lc 2, 34). Y añadió dirigiéndose a la madre: “...así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma” (Lc 2, 35).

Cristo, signo de contradicción.

Queridos hermanos y hermanas: Esta “contradicción”, ¿no pasa tal vez también a través de este gran y al mismo tiempo fundamental sector de la vida humana, de la vida social, que son precisamente el matrimonio y la familia?

¿No encontramos aquí al mismo tiempo, en medida particular, esa amenaza? Esa derrota moral traída por el hombre: la mujer, el hombre, los hijos (!) y al mismo tiempo la sociedad y la nación. Y también el Estado.

Hay que “mantener el equilibrio” de esta “pequeña” comunidad, que constituye la raíz de toda comunidad, sin que se resienta toda la vida social y nacional acarreándole pérdidas y daños irrecuperables.

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7. No existe una vía más eficaz para el renacimiento de la sociedad, que la de un renacimiento por medio de familias sanas.

Y la familia, que es “la primera escuela de las virtudes sociales, de la cual tienen necesidad todas las sociedades” (Gravissimum educationis, 3), se encuentra hoy muy amenazada. Todos lo sabemos. Está amenazada desde el exterior y desde el interior. Y es preciso que, de esta amenaza de la propia suerte, hablen, escriban, se pronuncien a través de filmes o también de otros medios de comunicación social, no sólo aquellos que –como afirman– “tienen derecho a la vida, a la felicidad y a la autorrea lización”, sino también las víctimas de este egoísmo fortalecido por las leyes. Es necesario que hablen de esto las esposas traicionadas, dejadas y abandonadas, que hablen de ello los maridos abandonados. Es necesario también que hablen los hijos, privados de un verdadero afecto, heridos en su personalidad y condenados a la mutilación espiritual, los hijos confiados por la ley a instituciones sustitutivas; pero... ¿qué institución puede sustituir a una verdadera familia? Es preciso hacer oír la voz de las víctimas, víctimas del egoísmo y de la “moda”, del permisivismo y del relativismo moral; víctimas de las dificultades materiales, existenciales y de las dificultades de la vivienda. “Por ello la Iglesia –usando las palabras de la Exhortación Familiaris consortio– defiende abiertamente y con valor los derechos de la familia, de las intolerables usurpaciones de la sociedad y el Estado” (n. 46).

Si no me equivoco, tenemos el porcentaje más alto de madres que trabajan profesionalmente, que desarrollan este trabajo en detrimento de su vida familiar. Todo esto hace que –unido con los particulares condicionamientos económicos– la familia polaca quede invadida por una ausencia específica de sensibilidad ante los valores extra-materiales del trabajo humano, de la desaparición de la confianza en el sentido del trabajo honesto, de la imposibilidad de contemplar sus fines a largo plazo; se nota en cambio el fenómeno de la provisoriedad, y de la improvisación en la vida de cada día, y a veces también el deseo de buscar la ganancia y el bienestar del exterior, a expensas de la vida familiar.

Lo que estoy diciendo en términos generales es objeto de numerosas discusiones, de sabios análisis y de publicaciones adecuadas, y ante todo es un postulado realista de la familia, especialmente joven, la así llamada familia “con perspectivas de desarrollo”; es el postulado de la familia con mucha prole, es el postulado, simplemente de la familia.

Que no falte la buena voluntad. Recemos con fervor para que a nadie le falte la buena voluntad, la iniciativa, la realización. Recemos para que la familia sea muy de Dios, y el país sea muy de la familia sana, física y moralmente. El fundamento de la estabilidad de la familia es el conocimiento consciente del sentido cristiano del matrimonio, profundizado y desarrollado en la Iglesia y en su programa, en sus sacramentos, conocimiento consciente, cuyo fruto será la estabilidad “a pesar de todo”.

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8. Dirigiendo la mirada sobre el acontecimiento que tuvo lugar en el templo de Jerusalén, confesamos junto con Simeón que Cristo es “la luz de la salvación humana”, que Él es la “gloria” del Pueblo de Dios (cfr. Lc 2, 30. 32).

Por ello nos encontramos ante una gran tarea. Durante la gran novena de preparación al milenio del bautismo de Polonia, el Episcopado precisó esta tarea en una frase concisa: la “Familia fuerte de Dios”.

La familia fuerte de Dios es al mismo tiempo la familia como fuerza del hombre: una familia de nobles personas. Una familia de personas que se dan recíprocamente amor y confianza. Una familia que es “feliz” y que hace felices. El Arca de la Alianza.

En el punto de partida de una familia se encuentra la transmisión de la vida. La Iglesia enseña: la transmisión responsable de la vida. Y dedica a este problema mucha atención, y mucho afán. Responsable quiere decir: digna de la persona humana creada “a imagen y semejanza de Dios” (cfr. Gén 1, 26). Responsable del amor. Sí: el amor, queridos esposos, se mide precisamente por esta responsabilidad de los padres. Y por tanto familias responsables de la vida, de la educación. ¿No hablan de esto precisamente las palabras del compromiso de los esposos?

La responsabilidad recíproca: del esposo por la esposa, de la esposa por el esposo, de los padres por los hijos.

La responsabilidad paterna: “El Señor honra al padre en los hijos”, dice el Libro del Eclesiástico (3, 2). Y la responsabilidad materna. No se puede, sin embargo, olvidar que el hombre debe ser el primero en asumir esta responsabilidad. Si bien el Apóstol dice: “Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos” (Col 3, 18), también dice al mismo tiempo: ¡Maridos, sed responsables! ¡Sed verdaderamente merecedores de la confianza de vuestras esposas! ¡Y la de vuestros hijos!

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9. En los años ochenta, Szczecin ha sido escenario de importantes acontecimientos, y de importantes acuerdos entre las autoridades del Estado y los representantes del mundo del trabajo.

¿Cuál era el sentido de estos pactos? ¿No se refería a todo aquello que corresponde a la dignidad del trabajo humano, a la dignidad del trabajador? ¿Del hombre y de la mujer?

El trabajo humano: ¿no es tal vez al mismo tiempo un punto fijo de referencia para toda la sociedad, y en ella, para toda familia?

Justamente pues, alguien en Polonia ha dicho: “Nos ha sido dado como tarea el trabajo por el trabajo”. Sí. Los acontecimientos de los años ochenta nos han dejado a todos nosotros precisamente esta tarea: trabajo por el trabajo. En diversas dimensiones. Porque el trabajo humano tiene muchas dimensiones y muchos aspectos esenciales por sí mismos.

El Trabajo por el trabajo en referencia a los derechos fundamentales y a las exigencias fundamentales de la vida familiar es siempre nuestro deber polaco. Es preciso que asumamos esta tarea incansablemente.

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10. Es necesario tener presente que la naturaleza y la misión de la familia constituyen el servicio social más responsable, y por tanto las familias tienen derecho a tales condiciones de existencia, que les garanticen el nivel de vida y un adecuado desarrollo, correspondientes a su dignidad. Se trata aquí de una justa retribución del trabajo. Se trata de un techo para cubrirse, de la vivienda, comenzando por las jóvenes parejas y las familias que se están formando. “De hecho, la familia es, al mismo tiempo, una comunidad hecha posible por el trabajo y la primera intensa escuela de trabajo para todo hombre” (Laborem exercens, 10). Se trata pues –repito– de un constante mejorar las condiciones de vida, y en este ámbito de un justo tratamiento de la mujer-madre, que no debe ser presionada económicamente a emprender un trabajo retribuido fuera de casa, a expensas de sus insustituibles obligaciones familiares.

Al mismo tiempo conviene preguntarse si no se ha perdido el justo sentido del trabajo. Y si en la base de esta “pérdida” no se encuentra el olvido de aquel principio fundamental que guiaba la laboriosidad y la capacidad de los polacos para una buena administración: “Reza y trabaja”.

Porque el trabajo, como enseñaba el inolvidable cardenal Stefan Wyszynski, tiene dos objetivos: “el perfeccionamiento de las cosas y el perfeccionamiento del hombre que trabaja... debe ser realizado para que su efecto sea que el hombre llegue a ser mejor” (Duch pracy ludskiej, p. 36).

Sucede así cuando se pone en práctica el consejo del Apóstol de las Gentes: “Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres: sabiendo bien que recibiréis del Señor en recompensa la herencia” (Col 3, 23-24). [...]

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11. Invito ahora a todas las parejas de esposos aquí reunidas –e indirectamente, desde aquí, desde Szczecin a todas las parejas de esposos en tierra polaca– a renovar su compromiso de esposos delante de la Madre de Dios en su imagen de Fátima.

Queridos hermanos y hermanas: “La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza” (Col 3, 16).

Ella ha llegado a ser vuestra parte. Ha llegado a ser en cierto sentido vuestra palabra desde el día en que pronunciasteis sobre las gradas del altar: “Te quiero y me entrego a ti y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”.

En este juramento de los esposos la Palabra de Cristo, con toda la riqueza de su contenido salvífico, santificante, se convierte en la palabra del sacramento del matrimonio. Y vosotros habéis sido los ministros de este gran sacramento. Ésta es vuestra participación “sacerdotal” al misterio de Cristo y de la Iglesia. Éste es el sacramento de toda vuestra vida.

¡Repetid pues las palabras, que os acompañarán todos los días de vuestra vida, hasta la muerte! Repetidlas para renovar la gracia del sacramento, que os ha sido conferida el día de vuestra boda, y que llega constantemente, si la buscáis. Si colaboráis con ella.

Repetid...

Y que “la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón” (cfr. Col 3, 15), esa paz que “el mundo no puede dar” (cfr. Jn 14, 27).

Cristo mismo da esta paz; la da a los que la buscan con todo el corazón.

Renovando vuestras promesas matrimoniales, poned toda vuestra vida familiar, vuestros hijos y vuestras preocupaciones de padres en las maternales manos de María. Depositad todo esto en el corazón de esta Madre que nos precede “en la peregrinación de la fe”. Precisamente en el espíritu de esta consagración de las familias polacas, le pedimos acepte “las coronas pontificias”: signo de veneración y de amor de todo el Pueblo de Dios en esta tierra.

[OR (ed. esp.) 28-VI-1987, 10-11]