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[1318] • JUAN PABLO II (1978-2005) • DIGNIDAD DE LA MUJER EN LA FAMILIA Y EN EL TRABAJO

Del Discurso Znamy dobrze, a las Trabajadoras, en Lodz (Polonia), 13 junio 1987

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3. Las fuentes de la fe y de la cultura cristiana –y en especial la Sagrada Escritura– anuncian la Buena Noticia sobre la vocación del hombre, que Dios desde el principio “creó hombre y mujer” (cfr. Gén 1, 27), poniendo en sus manos el futuro del género humano. A ambos ha confiado esta tierra como patria temporal, a ambos ha encomendado dominarla. Y estas palabras del Libro del Génesis tratan juntamente del origen y de la dignidad propias del trabajo humano. Trabajo, tanto del hombre como de la mujer.

Además, ya en el Antiguo Testamento, encontramos la descripción, más aún, la alabanza del trabajo de la mujer, de una “mujer perfecta”, como se expresa el autor del Libro de los Proverbios (cfr. Prov 31, 10). Se trata del trabajo ante todo en el ámbito de la casa, un trabajo que, en las condiciones materiales de entonces, estaba estrechamente ligado a una empresa de tipo familiar y era la principal forma de trabajo de la mujer.

La civilización moderna ha traído consigo la ruptura de esta antigua unión entre la casa y la empresa laboral. Los grandes talleres de trabajo industrial obligan, inicialmente, a los hombres y, en consecuencia, también a las mujeres, a dejar la casa para buscar los medios del sustento familiar fuera de ella. A veces cerca de la vivienda, a veces lejos, a decenas de kilómetros, en las fábricas u otros establecimientos.

A esto hay que añadir las fatigas del trabajo mismo, causadas por molestas condiciones de alojamiento o por las difíciles condiciones, que bien conocemos, en que las mujeres desempeñan su profesión, cosa que no deja de repercutir negativamente en su estado de salud, y en el de la prole. En esta ciudad –por lo que conozco–, no todos los establecimientos industriales pertenecen a la categoría de los “establecimientos del trabajo protegido”. Y no todas las mujeres trabajadoras se encuentran bajo la tutela del “servicio sanitario industrial”. Es de desearos, pues, a vosotras, mujeres, y a todos los responsables de la organización del trabajo profesional, que estas iniciativas válidas puedan extenderse pronto al entero mundo del trabajo.

Al hablar de todos estos problemas, no quiero dar a entender que no aprecio todo lo que se ha hecho en Polonia y lo que se hace continuamente en este campo, pero las necesidades del hombre crecen sin cesar y es necesario salir a su encuentro. Si hablo, pues, de cuestiones difíciles, lo hago sólo porque siento el verdadero bien de mis compatriotas y de la patria. Deseo que la vida humana en todas partes, en el mundo entero y aquí, entre nosotros, sea cada vez más digna del hombre.

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4. La separación entre casa y ambiente de trabajo constituye problema para un hombre, pero mucho más para una mujer.

No se puede juzgar a priori si la situación de lejanía de la casa o de la familia durante muchas horas al día lleve consigo más daño que provecho desde el punto de vista del bien de la comunidad familiar, y especialmente de la educación de los hijos; sin embargo, es un problema que, tanto en los casos singulares como a nivel social, debe ser analizado y resuelto con gran sentido de responsabilidad. Efectivamente, entra en juego esa jerarquía fundamental de valores y de tareas que va indisolu blemente unida al bien del hombre. Por tanto, si es justo el principio “ante todo, no el hombre para el trabajo, sino el trabajo para el hombre”, este axioma humanista debe tener validez en especial cuando se trata del trabajo profesional de las mujeres.

La mujer, como enseña la experiencia, es sobre todo el corazón de la comunidad familiar. Ella es la que da la vida, y la primera educadora, obviamente sostenida por el marido, y compartiendo sistemáticamente con él, el entero ámbito de los deberes educativos de los padres. Se sabe, sin embargo, que el organismo humano deja de vivir cuando deja de funcionar el corazón. La analogía es bastante transparente. No puede faltar en la familia la que hace las veces de corazón.

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5. ¿Quiere decir esto que la mujer no debería trabajar profesionalmente? La enseñanza social de la Iglesia pide, en primer lugar, que sea plenamente apreciado como trabajo todo lo que la mujer hace en casa, toda la actividad de madre y de educadora. Éste es un trabajo importante. Tan importante trabajo no puede ser socialmente despreciado, debe ser constantemente revalorizado, si la sociedad no quiere actuar en daño propio.

Y a su vez, el trabajo profesional de las mujeres debe ser tratado, siempre y en todas partes, con referencia explícita a cuanto brota de la vocación de la mujer como esposa y madre de familia.

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6. Esta vocación –esencialmente unida al don divino de la maternidad– se expresa también en la misión de esposa y de madre mediante la transmisión de la verdad de la fe y de los valores éticos. Se dice justamente que la mujer vela por el hogar doméstico, que es su protectora. Ella es, en primer lugar, la que engendra. Dando la vida al niño, la mujer-madre participa en el misterio de la vida. Dios es Dador de toda vida y cuanto vive está sometido al cuidado paterno de Dios. Por eso, el niño que vive en el seno de su madre, vive al mismo tiempo en Dios. Junto a Dios, la madre encuentra la gracia del amor y la fuerza espiritual para la protección materna de la vida concebida y en vías de desarrollo.

Éstas son verdades perennes y fundamentales y, al mismo tiempo, siempre nuevas y continuamente expuestas a la dureza de la prueba. Consideradas desde la visión de la fe y de la ética católica, se convierten en tarea y deber, impuesto a los padres cristianos por el sacramento del bautismo. Una mujer-madre, a la par que un hombre-padre, que piden el bautismo para su hijo, asumen conscientemente la tarea de educarlo en la fe. Con todo el amor y la responsabilidad que requiere un nuevo ser humano, velan con premura sobre él para que el mal no corrompa su mente y su corazón. Se aplican con todas sus fuerzas para que el niño pueda alcanzar el completo desarrollo físico y espiritual, y, sobre todo con el ejemplo de la propia vida, guían a su hijo a la madurez de la vida cristiana, a la plenitud de la humanidad.

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7. Esta misión natural de la mujer-madre es con frecuencia puesta en duda por posiciones que acentúan sobre todo los derechos sociales de la mujer. A veces, se contempla su trabajo profesional como promoción social, y la dedicación total a los problemas de la familia y de la educación de los hijos se considera una renuncia al desarrollo de la propia personalidad, un retroceso.

Es verdad que la igual dignidad del hombre y de la mujer justifican plenamente los cargos públicos. Sin embargo, una verdadera promoción de la mujer exige de la sociedad el particular reconocimiento de las tareas maternas y familiares, puesto que constituyen un valor superior en relación con las demás tareas y profesiones públicas. Estas tareas y profesiones, por lo demás, deberían integrarse recíprocamente si queremos que el desarrollo de la sociedad sea auténtica y plenamente humano. Habría que respetar, sobre todo, el vínculo fundamental que existe entre el trabajo y la familia, y el “significado original e insustituible del trabajo en casa y de la educación de los hijos” (Familiaris consortio, 23). El derecho de acceso a los diversos cargos públicos –propios tanto de la mujer como del hombre– impone contemporáneamente a la sociedad el deber de intervenir con el fin de promover un desarrollo tal de las estructuras laborales y de las condiciones de vida que las esposas y las madres no se vean obligadas a trabajar fuera de casa y el trabajo en casa asegure a la familia su completo desarrollo (cfr. ib.).

Los hijos tienen especial necesidad de la dedicación materna para poder crecer como personas responsables, religiosa y moralmente maduras, y síquicamente equilibradas. El bien de la familia es tan grande que requiere con urgencia de la sociedad de hoy, en todas las partes del mundo, una revalorización de las tareas maternas en el campo de la promoción social de la mujer y entre los que sostienen la necesidad de que ella realice un trabajo remunerado fuera de casa. He afrontado este tema sobre todo en la Encíclica Laborem excercens, 19, a la que se ha referido también el Presidente del Consejo de Estado en su discurso en el Castillo de Varsovia.

Mi empeño por recordar, en este encuentro de hoy con las trabajadoras textiles, los principios de la ética cristiana, está motivado por un fenómeno que preocupa, presente en vuestro trabajo profesional. Efectivamente, muchas mujeres siguen trabajando en tres turnos: por tanto, también en horas nocturnas, lo que contribuye a la difusión de algunas enfermedades profesionales. Este hecho puede provocar también un aumento de conflictos en el seno de las parejas conyugales. Por consecuencia, muchas mujeres se ven obligadas a educar solas a sus propios hijos y a proveer por su subsistencia material.

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8. En estos últimos años, ha atravesado toda Polonia un grito fuerte y solidario –al cual han aportado también una importante contribución las trabajadoras textiles de Lodz– por el respeto de la dignidad del hombre del trabajo, a fin de que cada uno pueda elegir con autonomía su ideal moral, vivir según sus propias convicciones, proclamar y anunciar públicamente la propia fe religiosa y vivirla de modo adecuado en la propia comunidad. En este grito no han faltado las referencias a los valores absolutos indicados por el Evangelio; pues, como he afirmado en la misma Encíclica social Laborem excercens, existe un Evangelio del trabajo que Cristo escribió, ante todo, con la propia vida, y después, con toda su enseñanza.

Maduraba la convicción de que no se trata solamente de una vida material más cómoda y de tener más. Se trata, por el contrario, de la exigencia de un mayor respeto social por el hombre, para que cada uno pueda desarrollar los propios valores personales y realizar mejor la vocación recibida de Dios. Es muy importante que la conciencia de una mujer que trabaja se forme siempre así. Entonces verá en toda su plenitud el valor de la propia vocación de madre y de esposa; y comprenderá plenamente el sentido de la fatiga en el trabajo profesional.

[DP (1987), 102]