[1328] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA TRANSMISIÓN DE LA VIDA
Del Discurso Con viva gioia, a los participantes en el IV Congreso Internacional para la Familia de África y Europa, en el XX Aniversario de la “Humanae vitae”, 14 marzo 1988
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2. El vigésimo aniversario de la Encíclica Humanae vitae ofrece a toda la Iglesia una ocasión propicia para reflexionar seriamente sobre la doctrina que yo he vuelto a presentar en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio y en otras numerosas ocasiones. Se trata, efectivamente, de una enseñanza que pertenece al patrimonio permanente de la doctrina moral de la Iglesia.
La continuidad ininterrumpida con que la Iglesia la ha propuesto nace de su responsabilidad para con el verdadero bien de la persona humana. De la persona humana de los cónyuges, en primer lugar. De hecho, el amor conyugal es su bien más precioso. La comunión interpersonal, que, en virtud de ese amor, se instaura entre dos bautizados, es el símbolo real del amor de Cristo a su Iglesia. La doctrina expuesta en la Encíclica Humanae vitae constituye, por tanto, la defensa necesaria de la dignidad y verdad del amor conyugal.
Como ante cualquier valor ético, también ante el amor conyugal existe una grave responsabilidad por parte del hombre. Los primeros responsables del amor conyugal son los mismos esposos, en el sentido de que éstos están llamados a vivirlo en su verdad entera. La Iglesia les ayuda en este empeño, iluminando su conciencia y asegurando, con los sacramentos, la fuerza necesaria a la voluntad para elegir el bien y evitar el mal.
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3. Sin embargo, no puedo callar el hecho de que hoy hay personas que no sólo no ayudan a los cónyuges a asumir esta grave responsabilidad, sino que por el contrario les crean notables obstáculos.
En este sentido, cualquier hombre que haya percibido la belleza y la dignidad del amor conyugal no puede permanecer indiferente frente a los esfuerzos que se están haciendo por equiparar, a todos los efectos, el vínculo conyugal con meras convivencias de hecho. Equiparación injusta, destructiva de uno de los valores fundamentales de toda convivencia civil –la estima del matrimonio– y no educadora de las generaciones jóvenes, que se sienten tentadas, de esta manera, a tener una idea y realizar una experiencia de libertad, que se revelan equivocadas en sus mismas raíces.
Por otra parte, los esposos pueden verse seriamente obstaculizados en su empeño por vivir correctamente el amor conyugal a causa de la mentalidad hedonista ambiental, de los “mass-media”, de las ideologías y praxis contrarias al Evangelio. Pero esto puede suceder también, con consecuencias de veras graves y disgregadoras, cuando la doctrina enseñada en la Encíclica se pone en discusión –como a veces ha sucedido– por parte de algunos teólogos y Pastores de almas. Efectivamente, esta actitud puede suscitar dudas sobre una enseñanza que para la Iglesia es cierta, oscureciendo, de este modo, la percepción de una verdad que no puede ser discutida. Tal actitud no es signo de “comprensión pastoral”, sino de incomprensión del verdadero bien de las personas. La verdad no puede tener como medida la opinión de la mayoría.
Hay que subrayar –y aplaudir– la preocupación que habéis tenido en vuestro Congreso por integrar la reflexión de carácter más exquisitamente técnico y científico sobre el control natural de la natalidad en el contexto de amplias reflexiones teológicas, filosóficas y éticas. En efecto, otro modo de debilitar en los cónyuges el sentido de la responsabilidad en cuanto a su amor conyugal es el de difundir la información sobre los métodos naturales sin que vaya acompañada de una adecuada formación de las conciencias. La técnica no resuelve los problemas éticos, sencillamente porque no es capaz de hacer mejor a la persona. La educación a la castidad es algo que nada puede sustituir. Sólo el hombre y la mujer que han alcanzado una verdadera armonía en lo íntimo de su personalidad pueden amarse conyugalmente.
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4. Veinte años después de la publicación de la Encíclica se puede ver claramente que la norma moral que ésta enseña, no va sólo en defensa de la bondad y dignidad del amor conyugal, y, por tanto, del bien de la persona de los esposos, sino que tiene también un alcance ético más amplio. En efecto, la lógica profunda del acto contraceptivo, su raíz última, que proféticamente había individualizado ya Pablo VI, se han puesto ahora de manifiesto. ¿Qué lógica? ¿Qué raíz?
La lógica anti-vida: en estos veinte años, numerosos estados han renunciado a su dignidad de ser los defensores de la vida humana inocente, con legislaciones abortistas. Cada día se lleva a cabo en el mundo una verdadera matanza de inocentes.
¿Qué raíz? Es la rebelión contra Dios Creador, único Señor de la vida y de la muerte de las personas humanas: es el no reconocimiento de Dios como Dios; es el intento, intrínsecamente absurdo, de construir un mundo en el que Dios sea totalmente un extraño.
En la Encíclica Humanae vitae, el Papa Pablo VI expresaba la certeza de contribuir, con la defensa de la moral conyugal, a la instauración de una civilización verdaderamente humana (cfr. n. 18). Veinte años después de la publicación del Documento, no faltan ciertamente confirmaciones del fundamento de aquella convicción. Y son confirmaciones verificables no sólo por los creyentes, sino por todo hombre que se preocupe por el destino de la humanidad, ya que cualquiera puede ver cuáles son las consecuencias a las que se ha llegado, no obedeciendo a la ley santa de Dios.
Vuestro esfuerzo –como el de tantas otras personas de buena voluntad– es un signo de esperanza no sólo para la Iglesia, sino para toda la humanidad.
Al invitar a cada uno de vosotros a perseverar generosamente en el camino emprendido, imparto a todos mi bendición, pidiendo al Señor derrame sobre todos su celestial ayuda.
[DP (1988), 34]
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2. Il ventesimo anniversario dell’Enciclica Humanae vitae offre a tutta la Chiesa una occasione propizia per riflettere seriamente sulla dottrina in essa insegnata, una dottrina da me ripresa nell’Esortazione Apostolica Familiaris consortio e in numerose altre occasioni. Si tratta, infatti, di un insegnamento che appartiene al patrimonio permanente della dottrina morale della Chiesa.
L’ininterrotta continuità con cui la Chiesa l’ha proposto nasce dalla sua responsabilità per il vero bene della persona umana. Della persona umana dei coniugi, in primo luogo. Infatti, l’amore coniugale è il loro bene più prezioso. La comunione interpersonale, che in virtù di tale amore si stabilisce tra due battezzati, è il simbolo reale dell’amore di Cristo verso la sua Chiesa. La dottrina esposta nell’Enciclica Humanae vitae costituisce pertanto la necessaria difesa della dignità e della verità dell’amore coniugale.
Come verso ogni valore etico, anche verso l’amore coniugale esiste una grave responsabilità dell’uomo. I primi responsabili del loro amore coniugale sono i coniugi, nel senso che essi sono chiamati a viverlo nella sua intera verità. La Chiesa li aiuta in tale impegno illuminando la loro coscienza ed assicurando, con i sacramenti, la forza necessaria alla volontà per scegliere il bene ed evitare il male.
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3. Non posso tuttavia tacere il fatto che non pochi oggi, non aiutano i coniugi in questa loro grave responsabilità, ma creano loro dei notevoli ostacoli.
Al riguardo, ogni uomo, che abbia percepito la bellezza e la dignità dell’amore coniugale, non può rimanere indifferente di fronte ai tentativi che si vanno facendo di equiparare, a tutti gli effetti, il vincolo coniugale a mere convivenze di fatto. Equiparazione ingiusta, distruttiva di uno dei valori fondamentali di ogni convivenza civile –la stima del matrimonio– e diseducativa delle giovani generazioni, tentate così di avere un concetto e di realizzare un’esperienza di libertà, che si rivelano distorti nella loro stessa radice.
I coniugi inoltre, possono essere seriamente ostacolati nel loro impegno di vivere correttamente l’amore coniugale da una certa mentalità edonistica corrente, dai mass-media, da ideologie e prassi contrarie al Vangelo; ma ciò può anche avvenire, e con conseguenze davvero gravi e disgregatrici, quando la dottrina insegnata dall’Enciclica sia messa in discussione, como talora è avvenuto, anche da parte di alcuni teologi e pastori di anime. Questo atteggiamento, infatti, può indurre il dubbio su un insegnamento che per la Chiesa è certo, oscurando così la percezione di una verità che non può essere discussa. Non è questo un segno di “comprensione pastorale”, ma di incomprensione del vero bene delle persone. La verità non può essere misurata dall’opinione della maggioranza.
La preoccupazione, che avete avuto nel vostro Congresso. di inserire la riflessione di carattere più squisitamente tecnico e scientifico sul controllo naturale della fertilità nel contesto di ampie riflessioni teologiche, filosofiche ed etiche, deve essere sottolineata e lodata. Un altro modo per affievolire nei coniugi il senso di responsabilità verso il loro amarsi coniugalmente è posamore coniugale è, infatti, quello di diffondere l’informazione sui metodi naturali senza che sia accompagnata dalla dovuta formazione delle coscienze. La tecnica non risolve i problemi etici, semplicemente perchè non è in grado di rendere migliore la persona. L’educazione alla castità è un momento che niente può sostituire, possibile solo all’uomo e alla donna che abbiano raggiunto una vera armonia nell’intimo della loro personalità.
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4. A vent’anni dalla pubblicazione dell’Enciclica, si può vedere chiaramente che la norma morale in essa insegnata non è solo a difesa della bontà e della dignità dell’amore coniugale, e dunque del bene della persona dei coniugi. Essa ha una portata etica anche più vasta. Infatti, la logica profonda dell’atto contraccettivo, la sua radice ultima, che profeticamente Paolo VI aveva già individuato, sono ora manifeste. Quale logica? Quale radice?
La logica anti-vita: in questi vent’anni numerosi stati hanno rinunciato alla loro dignità di essere i difensori della vita umana innocente, con le legislazioni abortiste. Una vera strage di innocenti si va compiendo ogni giorno nel mondo.
Quale radice? È la ribellione contro Dio Creatore, unico Signore della vita e della morte delle persone umane: è il non riconoscimento di Dio come Dio; è il tentativo, intrinsecamente assurdo, di costruire un mondo da cui Dio sia del tutto estraneo.
Nell’Enciclica Humanae vitae, Papa Paolo VI esprimeva la certezza di contribuire, con la difesa della morale coniugale, all’instaurazione di una civiltà veramente umana (cfr. n. 18). A vent’anni di distanza dalla pubblicazione del Documento, non mancano davvero le conferme della fondatezza di quella convinzione. E sono conferme verificabili non soltanto dai credenti, ma da ogni uomo pensoso dei destini dell’umanità, giacchè chiunque può vedere a quali conseguenze si è giunti, non obbedendo alla santa legge di Dio.
Il vostro impegno –come di tante altre persone di buona volontà– è un segno di speranza non solo per la Chiesa, ma per tutta l’umanità.
Nell’invitare cordialmente ciascuno di Voi a perseverare generosamente sulla strada intrapresa, a tutti imparto, propiziatrice degli aiuti celesti, la mia Benedizione.
[OR 14-15. III. 1988, 5]