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[1370] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MATRIMONIO, UNA VOCACIÓN A LA VIDA Y AL AMOR

Del Discurso Os saludo, en el Encuentro con los Jóvenes en el Monte del Gozo, Santiago de Compostela (España), 19 agosto  1989

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III. LA VIDA

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3.3. Sin embargo, jóvenes que me escucháis, la llamada de Cristo no se dirige únicamente a religiosas, religiosos y sacerdotes. Él llama a todos, llama también a aquellos que, riéndose del amor, se encaminan hacia la meta del matrimonio, pero sin amor. Es Dios el que ha creado el ser humano, hombre o mujer, introduciendo así en la historia aquella singular “duplicidad”, merced a la cual el hombre y la mujer, en la igualdad sustancial de los derechos, se caracterizan por el maravilloso complemento de los atributos, que fecunda la atracción recíproca. En el amor que desemboca del encuentro de la masculinidad con la feminidad se encarna la llamada de Dios, quien ha creado al hombre “a su imagen y semejanza”, exactamente como “hombre y mujer”. Esto lo ha hecho propio Jesucristo, enriqueciéndolo de nuevos valores en la alianza definitiva acordada sobre la cruz. Queridos míos, en el amor de todos los bautizados Él pide poder expresar su amor hacia la Iglesia, por la cual, se ha sacrificado a sí mismo.

Queridísimos jóvenes, a cada uno de vosotros, como a cualquiera de los de vuestra edad, a los cuales se refiere el Evangelio, Cristo renueva la invitación: ¡“Sígueme! Esta palabra significa te llamo a un amor total hacia mí”, con esto Jesús os dice: “Sígueme que soy el esposo de la Iglesia; aprende a amar a tu esposa y a tu esposo como yo he amado a la Iglesia”. Vuelve a ser partícipe también de aquel misterio, de aquel sacramento del cual en la carta a los Efesios se dice que es “grande”, refiriéndose a Cristo y a la Iglesia.

Jóvenes que me escucháis: Cristo desea enseñaros la maravillosa riqueza del amor matrimonial. Dejad que Él hable a vuestro corazón. No huyáis de Él. Él tiene muchas cosas importantes que deciros para el futuro de vuestro amor. Sobre todo, con la gracia del sacramento, Él tiene muchas cosas decisivas para daros, porque vuestro amor tiene en sí la fuerza necesaria para superar la prueba de la existencia.

Muchas voces en torno a vosotros hablan hoy un lenguaje diferente al de Cristo, proponiendo modelos de comportamiento que, en nombre de una “modernidad” llena de “complejos” y “tabúes” –como se suele decir– reducen el amor a la simple experiencia de placer personal o mero placer sexual. A quien mirase con ojo libre de prejuicios este género de relaciones, no le sería difícil percibir tras el oropel de las palabras la engañosa realidad de una postura egoísta que mira principalmente al propio provecho. Por lo demás, no está más reconocido en su dignidad de sujeto, sino que es clasificado en el rango de objeto, del cual se dispone según los criterios inspirados no en los valores, sino en el interés.

El mismo hijo que debería ser el fruto vivo del amor de los padres que en eso se encarna y en cierto modo se perpetúa, acaba por ser sentido como una cosa a la que se tiene derecho de pretender o rechazar, según el subjetivo estado de ánimo.

¿Cómo no reconocer en todo esto la carcoma de una mentalidad consumista que ha desviado lentamente el amor de aquel contenido trascendente, en el que se manifiesta una chispa del fuego que arde en el mismo corazón de la Santísima Trinidad? Es necesario volver a llevar al amor a su fuente eterna si queremos que esto continúe generando verdadera satisfacción, alegría, vida.

A vosotros, jóvenes, os compete dar testimonio al mundo de hoy de la verdad sobre el amor. Es una verdad exigente que a menudo contrasta con las opiniones y con los eslogans corrientes. Mas es la única verdad digna de ser humana, llamada a formar parte de la familia de Dios.

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IV. RESPUESTA A LA LLAMADA DE CRISTO

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4.2. Pero, más de uno de vosotros y vosotras se estará preguntando: ¿Qué quiere Jesús de mí? ¿A qué me llama? ¿Cuál es el sentido de su llamada para mí?

Para la gran mayoría de vosotros el amor humano se presenta como una forma de autorrealización en la formación de una familia. Por eso, en el nombre de Cristo deseo preguntaros:

¿Estáis dispuestos a seguir la llamada de Cristo a través del sacramento del matrimonio, para ser procreadores de nuevas vidas, formadores de nuevos peregrinos hacia la ciudad celeste?

En la historia de la salvación, el matrimonio cristiano es un misterio de fe. La familia es un misterio de amor, al colaborar directamente en la obra creadora de Dios. Amadísimos jóvenes, un gran sector de la sociedad no acepta las enseñanzas de Cristo y, en consecuencia, toma otros derroteros: el hedonismo, el divorcio, el aborto, el control de la natalidad y los medios de contracepción. Estas formas de entender la vida están en claro contraste con la Ley de Dios y las enseñanzas de la Iglesia. Seguir fielmente a Cristo quiere decir poner en práctica el mensaje evangélico, que implica también la castidad, la defensa de la vida, así como la indisolubilidad del vínculo matrimonial, que no es un mero contrato que se pueda romper arbitrariamente.

Viviendo en el “permisivismo” del mundo moderno, que niega o minimiza la autenticidad de los principios cristianos, es fácil y atrayente respirar esta mentalidad contaminada y sucumbir al deseo pasajero. Pero tened en cuenta que los que actúan de este modo no siguen ni aman a Cristo. Amar significa caminar juntos en la misma dirección hacia Dios, que es el origen del Amor. En esta dimensión cristiana, el amor es más fuerte que la muerte, porque nos prepara a acoger la vida, a protegerla y defenderla desde el seno materno hasta la muerte. Por eso, os pregunto nuevamente:

¿Estáis dispuestos y dispuestas a salvaguardar la vida humana con el máximo cuidado en todos los instantes, aun en los más difíciles? ¿Estáis dispuestos, como jóvenes cristianos, a vivir y defender el amor a través del matrimonio indisoluble, a proteger la estabilidad de la familia que favorece la educación equilibrada de los hijos, al amparo del amor paterno y materno que se complementan mutuamente?

Este es el testimonio cristiano que se espera de la mayoría de vosotros y vosotras, jóvenes. Ser cristiano significa dar testimonio de la verdad cristiana; y hoy, particularmente, es poner en práctica el sentido auténtico que Cristo y la Iglesia dan a la vida y a la plena realización del joven y de la joven a través del matrimonio y de la familia.

[E 49 (1989), 1252-1254]

 

© Javier Escrivá-Ivars y Augusto Sarmiento. Universidad de Navarra