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[1383] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA DEFENSA Y PROTECCIÓN DE LA FAMILIA FUNDADA SOBRE EL MATRIMONIO

De la Homilía en la Misa de fin de año, en la iglesia del Santo Nombre de Jesús, Roma (Italia), 31 diciembre 1989

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2. “Vida y bendición a la casa que teme al Señor”. Las palabras del salmo adquieren hoy un ulterior significado y abren más vastos horizontes. La liturgia de este domingo posterior a la Navidad nos invita a detenernos en la contemplación del belén, donde encontramos a María y a José con el Niño Jesús; nos invita a detenernos para recoger la lección que nos enseña la familia de Nazaret, para pedir a Dios “que en nuestras familias florezcan las mismas virtudes y el mismo amor” (Oración colecta).

Queremos hacerlo con la mirada atenta a la situación y a las solicitudes de las familias que viven en nuestra ciudad y en el contexto de los esfuerzos a los que nos impulsa la celebración del Sínodo pastoral diocesano.

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3. “Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto...” (Mt 2, 13).

El pasaje evangélico que acabamos de escuchar nos presenta un cuadro de la familia de Nazaret donde no todo es idílico, paz y serenidad. La Sagrada Familia pasa a través de la prueba de la persecución y las dificultades del exilio. Se ve obligada a huir, a protegerse, a buscar hospitalidades en otra parte.

Son acontecimientos que no nos deben asombrar: constituyen una ulterior confirmación de la realidad del misterio de la Encarnación que estamos celebrando estos días. Al hacerse hombre, el Hijo de Dios quiso vivir la experiencia de la familia humana concreta y asumir no solamente sus alegrías sino también las mismas pruebas y dificultades que muchas familias de hoy, incluso en nuestra ciudad, conocen muy bien y a lo que se trata de poner remedio con múltiples iniciativas de servicio y de ayuda.

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4. A las dificultades de siempre se han añadido, en nuestro tiempo, las asechanzas que las rápidas y profundas transformaciones socioculturales de los últimos decenios llevan al tejido vital de la familia, y que constituyen un verdadero “desafío” para aquellos esfuerzos de comunión y de misión a los que la Iglesia de Roma se siente llamada con el Sínodo pastoral diocesano.

Es verdad que también en Roma existe aún un gran número de familias en donde “se guarda, se revela y se comunica el amor” (Familiaris consortio, 17), pero es asimismo verdad que en la actual revolución social la célula familiar está en peligro de forma especial. Las normas éticas y jurídicas, que han regulado a lo largo de siglos su estructura y sus funciones, han sido puestas con frecuencia en tela de juicio. El secularismo que avanza tiende cada vez más a oscurecer e incluso a negar aquellos valores naturales y creaturales de la institución familiar, que el plan redentor reconoce y potencia, haciendo de la familia, fundada en el sacramento del matrimonio, una imagen de la Trinidad y una “Iglesia doméstica”. Los datos publicados recientemente por la correspondiente Comisión pre-sinodal, resultan preocupantes: se hallan en aumento las separaciones conyugales, crecen las convivencias libres, disminuye la natalidad, persiste la plaga del aborto.

Todo eso no puede dejar indiferente a la Iglesia que ha recibido de Cristo, su Esposo, la misión de “iluminar y fortalecer a los cristianos y a todos los hombres que se esfuerzan por garantizar y promover la intrínseca dignidad del estado matrimonial” (Gaudium et spes 47).

Se abre, al respecto, un vasto y arduo campo de acción no sólo para la comunidad eclesial de Roma en camino sinodal, sino también para las instituciones públicas, que se interesan por el bien común y la integral promoción de la persona humana.

Aprovecho con gusto la ocasión para saludar a las autoridades civiles y eclesiásticas presentes con un pensamiento particular hacia los padres de la Compañía de Jesús que nos hospedan aquí.

Sobre todos invoco, en el umbral del nuevo año, las bendiciones del Señor para un renovado impulso en el cumplimiento de su servicio a la Iglesia y a la ciudad, y en particular para el bien de la familia que es la célula fundamental de la una y de la otra.

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5. Muchos reconocen que la crisis actual de la familia hunde con frecuencia sus raíces en la superficialidad de los que en ella se comprometen, pues no raramente las parejas jóvenes muestran poca conciencia del significado y del valor de esta institución, especialmente considerada desde el punto de vista de la Revelación. Así sucede que, incluso quienes eligen libremente casarse “en el Señor”, acaban a veces por alejarse de las exigencias morales, ligadas a este hecho, exponiéndose a desviaciones fácilmente imaginables.

Por eso, se impone, como opción prioritaria, la pastoral de evangelización de la familia, y, dentro de ésta, el esfuerzo por una más adecuada preparación al matrimonio. Ciertamente, mucho es lo que ya se ha hecho en este campo en los últimos años. Sin embargo, conviene incrementar y unificar los esfuerzos, dando vida a verdaderos itinerarios educativos, con instrumentos y subsidios adecuados y sobre todo mediante la actividad de parejas de esposos más maduras en la fe y disponibles a esta forma particular de ministerio conyugal.

Una gran contribución a la pastoral familiar vendrá también de un más serio esfuerzo por la creación y la animación de “grupos familiares” de espiritualidad y de servicio, que resulten cada vez más capaces de hacer partícipes “a otras familias, generosamente, de sus riquezas espirituales” (Gaudium et spes, 48); y por edificar y dilatar la comunidad eclesial, logrando así hacer de la parroquia una “familia de familias” y, por tanto, una verdadera comunidad que evangelice y dé testimonio. En efecto, “la evangelización, en el futuro, depende en gran parte de la Iglesia doméstica” (Familiaris consortio, 65).

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6. Todo esto será mucho más fácil si las familias cristianas se esfuerzan por vivir la comunión de la que es principio y alimento el Espíritu Santo que se les ha dado en el sacramento del matrimonio. Una comunión fundada en la escucha de la Palabra de Dios, en la oración común, en el ejercicio de las virtudes cristianas, con la primacía de la caridad “que es el vínculo de la perfección”, según la enseñanza que hemos escuchado del Apóstol Pablo en la segunda lectura.

Además, dado que la familia es la primera y fundamental célula de la sociedad, es de desear que ésta sepa darse leyes que protejan la institución natural de la familia, fundada en el matrimonio y en sus características de unicidad y estabilidad.

[OR (e. c.), 7.I.1990, 2]