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[1395] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, UN DESAFÍO PARA LA IGLESIA

Discurso Este Encontro, a los Obispos de la Región Este 2, de Brasil, en la visita ad limina, 9 junio 1990

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1. Este encuentro en el contexto de la visita ad limina, por sí es expresión de afectiva y efectiva comunión entre los obispos y el sucesor del Apóstol Pedro. Para mí, constituye ocasión privilegiada de cumplir el mandato del supremo Pastor, confortándoos con mi palabra en las fatigas del ministerio episcopal.

Me dirijo a los señores obispos en su condición de pastores de las Iglesias que componen la Regional de la CNBB, Este-2. Considero útil, como continuación a cuanto he dicho a los hermanos obispos de otras regiones, que os precedieron en esta “Visita a la Sede de Pedro”, ofreceros también algunas consideraciones de orden preferentemente pastoral. Deseo, hoy, compartir mi solicitud en relación con una realidad humana que es, al mismo tiempo, una solicitud permanente para la Iglesia, la familia.

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2. Como bien sabéis, hice llegar a toda la Iglesia, en su momento, una exhortación familiar, la Familiaris consortio, precisamente sobre este tema. Recogía en ella, como es práctica, las reflexiones y conclusiones de un Sínodo episcopal; y me esforcé por examinar, en este documento, las cuestiones y desafíos –incluso, y sobre todo, los más difíciles y delicados– que la familia presenta a la Iglesia, en el plano de la Fe y de la Moral, en diversas situaciones y en el contexto de la vida cotidiana.

Séame permitido insistir, manifestándoos un ardiente deseo y una insistente petición: Deseo y pido que tengáis siempre presente en vuestro ministerio y que hagáis presente a los sacerdotes y fieles el contenido siempre actual de aquel Documento. Si es conocido, más de lo que fue desde su publicación en el año 1981, si es propuesto a los hijos e hijas de la Iglesia, especialmente a los matrimonios, dicho documento puede iluminar en gran medida la acción pastoral en tan delicado campo de nuestro ministerio y del apostolado de los laicos.

Sobre la importancia de la familia en América Latina y, en especial en el Brasil, y sobre nuestra común preocupación pastoral por ella, tuve la oportunidad de manifestarme con anterioridad a la Familiaris consortio en el discurso en Puebla, durante mi visita pastoral a Méjico, en el año 1979; y, seguidamente, en la alocución pronunciada en Aterro de Flamengo, en Río de Janeiro, en el año 1980.

Las múltiples cuestiones que, desde entonces han surgido respecto al tema, a escala mundial son, además, conocidas para los obispos. Ello me induce a examinar dos aspectos contradictorios y, sin embargo, complementarios, de la familia en vuestro país. De un lado, su importancia histórica y cultural en la sociedad brasileña, de otro, el estado inquietante en que se encuentra, a causa de muchas y diversas influencias.

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3. Que la institución familiar haya ocupado siempre –y, en principio ocupa también– un lugar importante en el tejido social brasileño, parece que no existe duda. No es difícil percibir que ese lugar relevante es resultado de la importancia de la familia en los tres pueblos que confluyeron originariamente en la formación sociocultural del Brasil, el portugués, el indio nativo de la tierra, bautizada con el nombre de “Santa Cruz”, y el africano.

La literatura brasileña, el testimonio de los historiadores y las investigaciones sobre la antropología y la cultura de vuestra nación, otorga el debido relieve a la presencia y a la influencia de la familia en la formación del pueblo brasileño o, en sentido inverso, registran los graves inconvenientes que se dejaron sentir, siempre que se minimizaron o llegaron a faltar esa presencia e influencia.

No es necesario conocer profundamente la realidad brasileña para saber cuán importante fue la familia, por ejemplo, en la transmisión y preservación de la fe cristiana y católica entre el pueblo. Hasta hace relativamente pocos años, incluso faltando casi completamente los recursos normales –número suficiente de sacerdotes y otros agentes de evangelización, estructuras eclesiales, organizaciones pastorales– la fe se mantenía no solamente en el interior de las familias, con admirable pureza e integridad, sino que se propagaba también de generación en generación a esas mismas familias. Éstas fueron también, sin duda, las fieles y activas transmisoras de nobles e insustituibles valores humanos, culturales, éticos y espirituales. ¿Será también necesario esperar que de las mejores familias cristianas surjan siempre, y normalmente, numerosas y óptimas vocaciones para el sacerdocio y para la vida religiosa?

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4. Lo que se conoce sobre la evolución de la familia en el Brasil bien a través de estudios científicos sobre la materia, a partir de las informaciones contenidas en vuestros planes e informes pastorales y en los boletines de las asambleas generales de la CNBB, o bien a través de las noticias de los medios de comunicación social, ponen de relieve una crisis que no se debe minimizar.

Parece cierto que también en vuestras comunidades, la familia, profundamente influida por los diversos aspectos de la revolución social, ya no consigue ser –como deseaba la Conferencia de Medellín (1968)– formadora de personas y evangelizadora.

Si yo tuviera que mencionar, aunque sucintamente, algunos graves problemas que amenazan a la familia brasileña, citaría, en primer lugar la extrema fragilidad de los matrimonios, por lo que se producen innumerables separaciones de las parejas, en todos los ambientes sociales, en todas las edades y en todos los niveles de cultura. La influencia negativa de los mass-media, invadida por programas que no solamente ridiculizan los valores familiares como la unidad, la fidelidad y la perpetuidad del matrimonio, llegando hasta preconizar lo contrario; la tendencia moderna a la inestabilidad y a no asumir nada como definitivo; y una legislación, relativa al divorcio, considerada muy permisiva por desgracia. Ahora, todo eso conduce a una disolución de las familias que constituye algo inquietante para los obispos, un verdadero desafío pastoral.

No podemos ignorar otras causas del desmoronamiento de las familias como son las condiciones infrahumanas de vivienda, de alimentación y salud, de instrucción, de higiene en que viven millones de personas en el campo o en los suburbios, muchas de las cuales con inmensas “favelas”, de vuestras ciudades.

Otro problema grave en vuestro país, que afecta a la familia, es el del enorme número de niños de la calle: muchos de ellos son abandonados por los padres, otros nacieron fuera de cualquier unión estable de quienes lo trajeron al mundo. Estas centenas de millares de niños, que deambulaban siempre por las ciudades, son presas fáciles de la delincuencia y, muchas veces, candidatos indefensos en la práctica.

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5. Queridísimos hermanos en el episcopado, pienso, como vosotros y como hoy muchas personas responsables en todos los sectores de la sociedad piensan, que no basta lamentar el proceso de deterioro sufrido por la familia con todas las consecuencias negativas de ese fenómeno. Es preciso mucho más: es preciso convencernos de que, como proclama la Gaudium et spes (n. 44), el bienestar de la sociedad procede y depende de la salud de la familia; es preciso, también, poner en acción todas las iniciativas necesarias para, nuevamente, hacer de la familia el elemento esencial e imprescindible de aquélla, de la que es célula básica, una sociedad armoniosa y equilibrada.

Esa convicción y esa acción adquieren máxima importancia desde el punto de vista pastoral. En todas partes, pero especialmente donde la Iglesia sufre graves carencias y limitaciones en cuanto a los medios y recursos necesarios para su misión evangelizadora, ella tiene el deber de considerar a las familias como “Iglesias domésticas” para recuperar y llevar adelante su función específica en la evangelización. Al mismo tiempo, tiene también el deber de formar y educar a la familia para que, a pesar de las agresiones que sufre y los obstáculos con que tropieza, esté en condiciones de ser Iglesia y de edificar la Iglesia.

En toda diócesis –grande o pequeña, rica o pobre, con clero suficiente o no– el obispo actuará con sabiduría pastoral, hará una inversión altamente compensatoria, construirá, a medio plazo, su Iglesia particular, en la medida en que otorgue el máximo apoyo a una pastoral familiar efectiva.

Esta pastoral abarca desde la educación de los adolescentes y jóvenes para el amor y su preparación para el matrimonio, hasta el apoyo espiritual y moral de los esposos e, inclusive, la atención a los casos difíciles (según están descritos en la Familiaris consortio) y a los esposos y familias en grave crisis. No considero necesario poner de relieve –ya lo dije en muchas otras ocasiones– cuán útiles pueden ser a la pastoral familiar los Movimientos familiares bien orientados y fieles a su carisma.

Sirvan estas últimas consideraciones de aprecio y estímulo a los pastores que se preocupan por la pastoral familiar, concediéndole un lugar privilegiado en el conjunto de la pastoral diocesana y apoyando a los seglares que la promocionan y están comprometidos en ella. Sirva también de fraternal estímulo para aquellos que siente la necesidad de darle también mayor apoyo.

Os exhorto, por tanto, queridísimos hermanos en el episcopado y, por medio de vosotros, exhorto a todos los obispos del Brasil a proclamar constantemente, con fuerza y claridad, el “Evangelio de la familia”. Evangelio exigente y hasta severo en muchas de sus páginas, especialmente en las que se refiere a la unidad e indisolubilidad, a la fidelidad y a la estabilidad del vínculo matrimonial, a los deberes mutuos de los cónyuges –en particular en lo que se refiere al respeto a la Moral conyugal, contenida de forma completa en la Encíclica Humane vitae– y a los que rigen las relaciones entre padres e hijos. Pero es, sobre todo, un Evangelio de fe, de amor mutuo, de humildad y amoroso servicio, abnegado de unos con otros, un Evangelio de esperanza y de fidelidad.

Al término de estas reflexiones siento el impulso de dar a esta familia brasileña, de la que hemos estado hablando durante este discurso, un rostro concreto. Pienso, por tanto, en vuestras familias, señores obispos de la Regional Este-2 de la CNBB, en las familias en las que fuisteis educados y que tienen a algunos de sus miembros más queridos en la eternidad, como también en las personas a las que estáis unidos por los lazos de la sangre. Pienso en las familias que integran vuestras respectivas diócesis y que son permanentemente, incluso en este instante, a pesar de la distancia, objeto de vuestro celo y de vuestra solicitud pastoral. Pienso en todas las familias del Brasil, la mayoría de ellas bajo el peso de diversas tribulaciones a causa de la educación de los hijos, la vivienda, la alimentación, etcétera. Pienso, con particular estima y gratitud, en las que están viviendo los primeros años de matrimonio. Pienso, finalmente, con emoción en los matrimonios mayores, que ya criaron sus familias y que ahora recogen los frutos generosos de paz y armonía familiar, por haber sabido mantenerse fieles a los compromisos asumidos ante el altar de Dios, una vez para siempre. Para todas estas familias, como también para vosotros, sus Pastores, y para vuestros colaboradores, invoco una Bendición copiosa y fecunda de Dios Nuestro Señor.

[E 50 (1990), 1282 1285]