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[1421] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA CRISTIANA, ESENCIA DE LA COMUNIDAD ECLESIAL

Homilía de la Misa en la explanada del Antiguo   Aeropuerto, Campo Grande (Brasil), 17 octubre 1991

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Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne” (Ef 5, 31; cfr. Gn 2, 42).

1. Vamos a abrir el libro del Génesis en el pasaje en que se habla de los orígenes y de la historia del hombre en la tierra. Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. El Creador dándoles una dignidad particular en el mundo visible, instituyó desde el principio el sacramento de la unión matrimonial. Por la alianza matrimonial el hombre y la mujer dan la vida, y llegan a ser padre y madre de sus propios hijos. Creados a imagen y semejanza de su Creador, reflejan su paternidad en la paternidad y maternidad humanas.

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2. La presencia del Hijo de Dios en las bodas de Caná de Galilea sirve como especial confirmación de esa gran verdad. Jesús llega allí con su Madre y los Apóstoles. Antes de confirmar con sus palabras la indisolubilidad del matrimonio como institución divina “desde el principio”, Jesús confirma con su presencia en Caná la importancia de este sacramento también con su primer milagro (o signo) que realiza en beneficio de los dueños de casa, a petición de su Madre(cfr. Jn 2, 1-11).

Antes de que ese suceso aconteciera en Caná de Galilea, podemos pensar cuántas veces en la historia del hombre en la tierra se cumplieron esas palabras dirigidas “en el principio” al hombre y la mujer: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne”.

Pensemos también cuántas veces se cumple esa misma institución divina en este inmenso Brasil. Basta que los esposos permanezcan fieles a los designios de Dios-Creador, que es el Padre de todas las criaturas. Es preciso que los cumplan, de acuerdo con la ley del Evangelio de Cristo, como el Apóstol nos muestra en la carta a los Efesios: “Así deben amar los maridos a sus mujeres como sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo; y la mujer, que respete al marido” (Ef 5, 28. 33).

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3. Por tanto, ¡amor y respeto mutuo! No puede existir el uno sin el otro.

Amar no sólo quiere decir desear, sino también respetar, merecer y aprender el respeto recíproco, teniendo siempre ante los ojos el vínculo que une en matrimonio a dos seres humanos. Amar es tener conciencia de que ese vínculo es indisoluble, que dura, por institución divina, hasta la muerte.

Te quiero a ti como esposa... Te quiero a ti como esposo y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en las enfermedad, amarte y respetarte todos los días de mi vida”.

¡Éste es el vínculo matrimonial que nace del amor recíproco, que se expresa mediante el juramento conyugal y que comienza y se realiza en presencia de la majestad infinita de Dios por medio del mismo amor con que el Padre nos amó en su Hijo Jesucristo, Redentor del mundo!

Los esposos participan en la función redentora de Cristo desde el momento en que asumen íntegramente, por vocación divina, la finalidad para la cual fue instituido el matrimonio. Toda unión nace del pacto de una pareja, pero con un contenido establecido por Dios, la unidad y la indisolubilidad, ordenado a la procreación y a la educación de la prole.

¡Ésta es la belleza y el honor que el Señor atribuyó al hombre y a la mujer: poder participar, en cada nueva criatura, no sólo en el poder creador de Dios, sino también en la realización en un nuevo ser humano de los frutos de la redención! ¡Cada criatura que viene al mundo hereda, por obra del bautismo, la bienaventuranza del reino de los cielos!

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4. ¡Queridos hermanos y hermanas de Campo Grande, de Mato Grosso del Sur y de Brasil! Un brasileño célebre, el escritor Rui Barbosa, dijo esta frase muy significativa: “La patria es la familia ampliada. Multiplicad la familia, y tendréis la patria”. Desde esta hermosa ciudad que habéis construido, desde esta región privilegiada de Brasil en la que habitáis, con sus campos inmensos, su tierra fértil, con esta maravilla de la naturaleza que es el pantanal del Mato Grosso, quiero lanzar hoy un apremiante llamamiento a toda la Iglesia en Brasil: ¡La familia ha de ser vuestra gran prioridad pastoral! ¡Sin una familia respetada y estable no puede existir un organismo social sano; sin ella no puede existir una verdadera comunidad eclesial!

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5. Es necesaria, pues, una pastoral familiar, porque la futura evangelización depende en gran medida de la “Iglesia doméstica”. Esa pastoral, como dije en Puebla, es “tanto más importante cuanto la familia es objeto de muchas amenazas. Pensad en las campañas favorables al divorcio, al uso de prácticas anticonceptivas, al aborto que destruyen la sociedad” (Discurso inaugural, 28 de enero de 1979; cfr. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de febrero de 1979, pág. 9).

Hoy se comprueba esa realidad, que está produciendo un desmoronamiento de la institución familiar. Las uniones ilícitas, muy frecuentes en la sociedad brasileña, la pérdida de los valores cristianos, afectados por una publicidad permisiva, y las agresiones de algunos medios de comunicación social están oscureciendo la visión cristiana del amor humano. La falta de una ética que defienda la dignidad del ser humano en los ambientes escolares, en los cursos preparatorios para el ingreso en las universidades, e incluso en las mismas universidades, va privando a la juventud del conocimiento de la ley de Dios y de sus consecuencias. En fin, la falta de una auténtica formación espiritual y moral, y el desvío de la enseñanza de la doctrina con el fin de dar preferencia a los problemas sociales, crean un progresivo vaciamiento del contenido de la fe y hacen más atractiva la participación en las “sectas” de las más diversas denominaciones.

También es cierto que en el ambiente rural y en las ciudades muchas familias siguen manteniendo las tradiciones más bellas de la vida cristiana. Esas familias constituyen un verdadero baluarte de la fe de vuestro pueblo. Bendigo de corazón a los padres, a los esposos y a los novios comprometidos realmente en vivir seriamente los principios del magisterio de la Iglesia Católica, que es la depositaria auténtica de la fe revelada. Pido al Señor abundantes gracias para que se mantengan fieles a los ideales de santidad en el matrimonio a los que han sido llamados. El Papa quiere que sepan que, por más grandes que sean las dificultades que encuentre en su vida, la fidelidad encontrará siempre apoyo en la gracia del sacramento del matrimonio y en la atención y ayuda por parte de la Iglesia.

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6. Nadie puede dejar de ver, queridos hermanos y hermanas, que el futuro de la Iglesia está en las familias cristianas debidamente preparadas para asumir el papel de guías de la sociedad nacional. Esto vale, sobre todo, cuando se trata de afrontar el grave problema de la escasez de sacerdotes en un país con una población en continuo crecimiento. Nunca se podrá afrontar ese problema de manera eficaz, si antes no se consideran con valentía y decisión dos aspectos que iluminan las directrices que se han de tomar.

Vuelvo a afirmar aquí, en primer lugar, que donde existe una pastoral familiar clara y eficaz, del mismo modo que resulta natural acoger con alegría la vida, será más fácil oír la voz de Dios y más generosa será la respuesta de quien la escuche. Si los padres se muestran generosos al acoger los nuevos hijos que Dios les envía, es más fácil que también los hijos sean más generosos cuando se decidan a ofrecer sus propias vidas a Dios en el servicio apostólico. “La familia (...) que cumple con generosa fidelidad sus obligaciones y es consciente de su cotidiana participación en el misterio de la cruz gloriosa de Cristo, se convierte en el primero y mejor semillero de vocaciones a la vida consagrada al reino de Dios” (Familiaris consortio, 53; cfr. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de diciembre de 1981, pág. 16).

Por ello, es preciso valorar las motivaciones cristianas que constituyen la base de las grandes opciones de la juventud. La vida humana alcanza su plenitud cuando llega a ser don de sí: don que puede manifestarse en el matrimonio, en la virginidad consagrada, en la entrega al prójimo por un ideal y en la elección del sacerdocio ministerial. Los padres prestarán un verdadero servicio a la vida de sus hijos, si les ayudan a hacer de su propia existencia un don, respetando sus opciones maduras y promoviendo con alegría toda vocación, incluso la religiosa o sacerdotal. De esta forma, la familia desempeñará un papel primordial en el florecimiento, el crecimiento y la maduración final de la vocación sacerdotal. Por consiguiente, la pastoral de las vocaciones es también una pastoral de la familia. Las comunidades parroquiales deberían participar activamente acompañando la formación de los candidatos al sacerdocio.

Estoy seguro de que los esfuerzos por ayudar a tomar conciencia de ello no dejarán de dar, con la continua asistencia divina, frutos abundantes. Con la certeza de la esperanza que no engaña y de la intersección de la Virgen María y de su esposo San José, pido a Dios Todopoderoso, que dentro de poco estará en el altar en el santo sacrificio de la misa, que proteja a la familia brasileña, a la familia de todos los que habéis venido para tomar parte en la misa del Papa y de quienes se unen a nosotros mediante la radio o la televisión.

En segundo lugar, la insistencia, tantas veces reiterada, en la necesidad de que los fieles laicos asuman sus responsabilidades para hacer posible una presencia más viva de la luz cristiana en la sociedad, debe ir acompañada por el trabajo continuo, generoso, humilde y audaz del ministerio de los sacerdotes. Las familias cristianas asumirán plenamente esas responsabilidades, si encuentran “sacerdotes que sean plenamente sacerdotes (...). Cuanto más descristianizado se halla el mundo o más falto de madurez en su fe, tanto más tiene necesidad también de sacerdotes que estén totalmente dedicados a dar testimonio de la plenitud del misterio de Cristo” (Discurso, 30 de mayo de 1980; cfr. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 de junio de 1980, pág. 3). Sacerdotes según el corazón de Cristo: hombres de vida de oración, que den testimonio ejemplar con su propia conducta y que sepan orientar a las familias y a los jóvenes hacia la verdad, de acuerdo con el magisterio perenne de la Iglesia.

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7. Al comienzo de su actividad mesiánica, Jesús fue a Caná de Galilea, y allí, a petición de su Madre, hizo su primer milagro para ayudar a los dueños de la casa y a los recién casados. Allí transformó el agua en vino. El agua, en su sencillez, pasó a ser una bebida noble.

De este modo, Jesús dio a conocer que Él, el Redentor del mundo, con su poder redentor no sólo deseaba confirmar el matrimonio de la Antigua Alianza, sino que además deseaba ennoblecerlo y santificarlo. Como enseña el Apóstol en la carta a los Efesios, Cristo desea manifestar un gran misterio (cfr. Ef 5, 32) en la alianza matrimonial del hombre y la mujer. Se trata del misterio del amor con que Él mismo amó a la Iglesia. El Redentor del mundo se convirtió en Esposo de la Iglesia, que es su Esposa: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla (...) y presentarla (...) sin que tenga mancha” (Ef 5, 25. 27). El misterio de ese amor nupcial del Hijo de Dios hacia la Iglesia es la medida y el modelo del amor que debe unir al marido y a la mujer en el matrimonio sacramental. Cristo amó a la Iglesia hasta el sacrificio de su vida. Es necesario, por consiguiente, que los esposos descubran en Él el modelo de su propio amor conyugal. Es preciso que aprendan de Cristo, renovando constantemente el matrimonio a lo largo de los días y los años, con la gracia de ese gran sacramento.

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8. Cristo os enseña, queridos esposos y padres, no sólo a través del Evangelio, sino también por medio del gran misterio de su amor redentor.

En Caná de Galilea, junto a los recién casados está la Madre de Cristo, que dice a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5).

¡Ojalá que la Madre de Cristo esté junto a todos vosotros desde el primer día de vuestro matrimonio y que os repita siempre estas palabras: “Haced lo que Él os diga”!

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9. Doy gracias por la acogida a mi querido hermano, mons. Vitório Pavanello, y a los demás obispos de este Estado. Agradezco a los queridos padres salesianos el hospedaje que me han brindado en su casa. También dirijo mis palabras de aliento a los queridos religiosos y religiosas, a fin de que prosigan su servicio alegre y abnegado en favor del reino de Dios, mediante la consagración constante e irrevocable de su vida. Invoco la protección del Altísimo sobre los presbíteros, los seminaristas y los candidatos que se están formando en este Estado, sobre todo en Campo Grande, en el seminario regional propedéutico, en el seminario mayor María, Madre de la Iglesia, en el instituto teológico del oeste, en el escolasticado y en el noviciado inter-congregacional, y pido al Señor que sepan corresponder a las expectativas que la Iglesia deposita en ellos con miras a la construcción del reino de Dios.

Por último, mis queridos amigos, el Papa os quiere dar un gran abrazo y su bendición a todos los que me estáis escuchando: personas de tantas razas y pueblos; blancos, negros, indígenas, latinoamericanos, sobre todo paraguayos y bolivianos; emigrantes europeos, árabes, asiáticos, en especial los japoneses, que sois tan numerosos en este Estado; todos los que formáis esta gran familia en el Mato Grosso y en Brasil; líderes y animadores de las comunidades; laicos comprometidos en la lucha por la dignidad de la vida y la consolidación de la familia; jóvenes y enfermos. ¡El Papa no olvidará a ninguno de vosotros!

Que la Virgen María, a quien invocáis con tanto amor en esta archidiócesis con el título de Nuestra Señora de los Gozos, os conceda, queridos esposos y padres, sentir su presencia materna en vuestra vida, transformando en vino, dando una nobleza nueva a vuestra sublime misión. Que el poder santificador del Espíritu, que descendió sobre la Virgen de Nazaret y la hizo Madre del Hijo de Dios, descienda también sobre vuestras familias, sobre todas las familias de Brasil. ¡Que Dios os bendiga!

Veni, Creator Spiritus!

[OR (e. c.), 1.XI.1991, 7 y 9]