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[1425] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA MENTALIDAD ANTIVIDA, INHUMANA Y ABERRANTE

Discurso È con viva soddisfazione, a los Dirigentes de los Movimientos Internacionales Pro-Vida, 15 noviembre 1991

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1. Con viva satisfacción os saludo y doy la bienvenida a vosotros, los líderes de los movimientos pro vida de diversas naciones, reunidos en Roma para participar en un congreso promovido por el Pontificio Consejo para la Familia. Os agradezco vuestro entusiasmo, vuestra disponibilidad y vuestra generosidad. Hay en vosotros una fuerza desinteresada y gratuita, que proviene de los valores del espíritu. Tenéis la agilidad de quien se mueve sin condicionamientos ideológicos ni pesos burocráticos. Es la misma naturaleza de la causa la que os hace fuertes y generosos: el servicio a la vida humana, a toda vida, incluso cuando está escondida en el misterio de su concepción. De estos ideales nace el empeño dinámico, por el que en tantas partes del mundo hay una respuesta sincera, sistemática y organizada, que no ahorra esfuerzos a fin de que el respeto activo a la vida se convierta en realidad. Os contemplo con alegría y esperanza a todos vosotros, que sentís brotar desde lo profundo de vuestro corazón la exigencia de amor y justicia que induce al respeto a la vida; una vida que debe ser acogida y amada desde su inicio y, después, debe ser siempre tutelada en un ambiente de genuina ecología humana (cfr. Centesimus annus, 38).

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2. Permitidme profundizar algunos aspectos que considero útiles para vuestros movimientos. En la carta dirigida a todos los obispos del mundo me he referido al “Evangelio de la vida”: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10); “el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Sí, queridos hermanos y hermanas, resuena en la Iglesia, y a través de ella en toda la humanidad, la buena nueva del valor de la vida humana: ningún hombre viene al mundo por casualidad, cada uno es el término de un acto de amor creativo de Dios y, desde la concepción, está llamado a la comunión eterna con Dios. En esta época en la que tantos olvidan quién es el hombre, de dónde viene y a dónde va, existe la necesidad imperiosa de suscitar cada vez más el sentido de la admiración y el reconocimiento por la grandeza de cada vida humana, incluso de las personas que sufren. En especial donde esa necesidad es ensombrecida por la presión del secularismo, se debe ayudar a reflexionar acerca del hecho de que toda vida es un bien inestimable porque es un don único e irrepetible del Señor, dador de vida: “En ti está la fuente de la vida” (Sal 36, 10); “Yo les doy vida eterna” (Jn 10, 28). En un mundo que, arrastrado por la mentalidad tecnócrata, tiende a perder la sensibilidad ante el misterio grandioso de la persona, debéis repetir esta maravillosa novedad del amor de Dios hacia cada hombre, novedad que es parte de nuestra fe en Dios Creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles.

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3. La vida debe ser acogida y amada sin excepciones. En la Encíclica Centesimus annus he puesto en guardia frente a una cultura de la muerte, que se opone al amor hacia todo ser humano, corriendo el riesgo de ofuscar la verdad tan central para cualquier creyente en Dios, Padre y Creador. Durante el Consistorio extraordinario de cardenales, que convoqué el pasado mes de abril, se elevó un clamor unánime para pedir una reacción universal que ponga fin al gravísimo fenómeno de las crecientes amenazas y atentados contra la vida, que está provocando más que nunca exterminios en la historia de la humanidad. Desde su concepción, todo ser humano es persona y constituye una manipulación de la verdad considerar al ser concebido y aún no nacido, en su indefensa grandeza, como un agresor. Lamentablemente, se comienza a hablar de la existencia de actitudes e iniciativas contra la aceptación de la vida, que inducen, primero, al desorden moral de la anticoncepción y, sucesivamente, al crimen abominable del aborto. Semejante mentalidad contra la vida, cualesquiera que sean sus intenciones y preocupaciones, es en sí misma y por sí misma inhumana y aberrante. El deber primario de crear un clima de acogida de la vida corresponde a toda la sociedad, y en ella –según sus propias responsabilidades– a cada uno de los ciudadanos, a los gobernantes y a los legisladores. Se debe emprender una política clara en favor de la vida y de la dignidad de la mujer, como colaboradora de Dios en el don de la vida. Cuando el niño no es querido por sus padres, deben intervenir estructuras y modalidades de acogida de la vida, incluso teniendo en cuenta que son siempre los padres, que han constituido una familia, los responsables directos del recién nacido. La familia, “santuario de la vida”, debe ser sostenida específicamente a fin de que se cumpla el derecho de cada niño a nacer en una familia normal, constituida por el padre, la madre y los hermanos, en un clima indispensable de amor (cfr. Donum vitae, II, A, 1).

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4. El niño, después de haber sido acogido, debe ser educado, tutelado y promovido en todo su desarrollo, de manera que pueda alcanzar la debida madurez humana. En efecto, el hombre no logra ni siquiera saber quién es, más aún, se convierte en un misterio para sí mismo insoluble, si no aprende a amar y no se siente amado. Por tanto, se requiere un esfuerzo común para lograr una ecología humana, es decir, para crear con la colaboración de todos, un ambiente favorable a la persona y a su desarrollo. Esto requiere ciertamente la promoción de condiciones materiales, pero antes aún, y de modo ineludible, la formación en una atmósfera de amor hacia la persona en sí misma y por sí misma, que da a cada uno la alegría de vivir, servir, trabajar y desarrollar relaciones amistosas con todos los hombres. Para esta finalidad es necesario mejorar los instrumentos educativos, los medios de comunicación social, y purificar el ambiente moral y los demás aspectos de la cultura, que se ha vuelto con frecuencia sorda a los valores del espíritu. Ciertamente, la estructura primaria e insustituible que puede lograrlo es la familia, en cuyo seno el hombre realiza sus primeras y determinantes experiencias, y recibe sus primeras y más válidas enseñanzas en relación con la verdad y el bien, y aprende lo que significa amar y ser amado. Debemos esforzarnos por proteger y promover la familia fundada en el matrimonio, en el que el don recíproco del hombre y de la mujer crea un clima de amor, donde el niño puede nacer y crecer. Todos estamos llamados a promover un ambiente favorable a la familia y, por tanto, a la maternidad y paternidad, donde existan de hecho, y de manera creciente, las condiciones óptimas para que pueda desarrollar sus propias riquezas: la fidelidad, la fecundidad, la intimidad, enriquecida por la apertura hacia los demás, etc. Es necesario que la familia se convierta en el centro de toda política social.

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5. Finalmente, permitidme recordaros que vuestra fuerza mayor reside en la calidad de vuestro testimonio en favor de la dignidad del hombre, de la familia y de la vida, en la colaboración recíproca y en el respeto de las diversidades legítimas. Son grandes y poderosas las fuerzas que hoy, abierta o veladamente, despliegan la cultura de la muerte: el egoísmo humano y su fruto, el consumismo; un feminismo superficial, que tiene miedo frente a la grandeza de la maternidad; el materialismo creciente, incapaz de percibir la superioridad de los valores del espíritu y, en fin, la presión de intereses económicos, que actúan con crueldad despiadada. A este respecto, os aconsejo lo que San Pablo recomendaba a los primeros cristianos de la comunidad romana: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12, 21). Vuestras armas son las del Evangelio, que contiene una esperanza que no se frustra, porque está apoyada en el cimiento sólido de la resurrección de Cristo, vencedor de la muerte.

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6. La Virgen es, del modo más sublime, la promotora de la vida; ella concibió en su seno a aquel que es la Vida (cfr. Jn 11, 25; 14, 6), lo dio a luz y lo acogió con amor inmenso, precisamente en medio de la pobreza de Belén. Que ella, junto con su Hijo, bendiga a todas las familias, “santuarios de la vida”, y os bendiga a vosotros, vuestros hogares, vuestros movimientos y vuestras naciones, en los cuales os deseo que seáis luz, sal y levadura.

[E 52 (1992), 527-529]