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[1431] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA CRISTIANA, COMUNIDAD DE VIDA Y AMOR 

Saludo en el rezo del Ángelus, 29 diciembre 1991

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1. Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Con el alma inundada aún por la atmósfera tranquila y alegre de Navidad, queremos entrar espiritualmente en la casa de Nazaret para meditar en las enseñanzas que nos llegan de ella.

El Hijo de Dios, al encarnarse por nuestra salvación, eligió una familia. Nos mostró, así, que el matrimonio y la familia forman parte del plan de salvación y que desempeñan un papel singular para el bien de la persona y de la sociedad humana. Ésta es la razón profunda por la que, frente a las actuales contestaciones, la Iglesia “siente de manera más viva y acuciante su misión de proclamar a todos el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia, asegurando su plena vitalidad, así como su promoción humana y cristiana, contribuyendo de este modo a la renovación de la sociedad y del mismo pueblo de Dios” (Familiaris consortio, 3; cfr. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de diciembre de 1981, pág. 5).

En esta perspectiva, la Iglesia no se cansa de repetir a cuantos hacen propuestas diferentes que “al principio no fue así” (Mt 19, 8). Dios, que es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión interpersonal, ha inscrito “en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión” (Familiaris consortio, 11).

Así, pues, el auténtico amor conyugal queda asumido en el amor divino, y de allí deriva el compromiso de una entrega indisolublemente fiel y generosamente fecunda. No cabe duda de que este compromiso no es fácil, pero la redención realizada por Cristo, así como la acción salvífica de la Iglesia, contribuyen a su cumplimiento. Precisamente por esta razón, en la medida en que siguen siendo fieles a su deber, los miembros de la familia progresan en el camino de la santidad, se hacen testigos de la misericordia del Padre celestial y dan su aportación a la construcción de un mundo donde reine el espíritu de servicio, la acogida y la solidaridad.

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2. Al contemplar hoy a la Sagrada Familia en la sencillez de su vida en Nazaret, quisiera exhortar a las familias cristianas a imitar su ejemplo, a ser cada vez más “comunidad de amor” en la que reine en todo momento “el respeto a la vida” (Gaudium et spes, 47). Quisiera, asimismo, invitarlas a tomar conciencia de la importancia que revisten para la Iglesia y la sociedad con vistas a la nueva evangelización. En efecto, para que el Evangelio penetre profundamente en todos los estamentos sociales, es necesario ante todo evangelizar el núcleo familiar, célula fundamental de la comunidad humana, resistiendo a los embates disgregadores y a las múltiples insidias que amenazan la firmeza de los valores morales y espirituales. Será muy útil, desde este punto de vista, tener siempre como referencia la “Carta de los derechos de la familia”, que la Santa Sede dirigió en noviembre de 1983 a “todas las personas, instituciones y autoridades interesadas en la misión de la familia en el mundo actual”.

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3. Espero de todo corazón que vosotros, queridos hermanos y hermanas aquí presentes, así como todas las familias cristianas, seáis comunidades vivas de fe y de oración, de obediencia dócil a la voluntad divina y de gran disponibilidad hacia los hermanos.

Para que eso se realice, invoquemos con fervor a María Santísima, Madre de Jesús y Madre nuestra, y a San José, su esposo, a quien el Evangelio atribuye explícitamente el calificativo de “justo” (cfr. Mt 1, 19), y pidámosles que iluminen, conforten y guíen a todas las familias del mundo y a los jóvenes que se preparan para el matrimonio.

[OR (e. c.), 3.I.1992, 2]