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[1436] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, ESPACIO DE COLABORACIÓN ENTRE CRISTIANOS Y MUSULMANES

Del Discurso Je voudrais, a los musulmanes, en Conakry (Guinea), 25 febrero 1992

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2. Aquí, en Guinea, es necesario tener en cuenta otro lazo: el de la sangre. En el seno de una misma familia puede haber cristianos, musulmanes y creyentes de la religión tradicional. Hay que contemplar con satisfacción el clima excepcional de convivencia que caracteriza las relaciones entre las personas de diferentes religiones. No perdáis nunca esta herencia. ¡Que este sentido de solidaridad se fortifique, en el respeto mutuo a las convicciones de cada uno, manifestadas día tras día, a fin de que trabajéis todos unidos en favor del progreso integral del hombre en la nación guineana!

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3. Hay un proverbio africano que dice: “Una sola mano no puede atar un paquete”. Permitidme subrayar la importancia de la colaboración en la construcción de este país, que ha visto muchos cambios en el curso de su historia. Muchos campos de acción se abren para esta colaboración: desde la ayuda mutua en el ámbito de las aldeas para la construcción de casas, escuelas u otros edificios de utilidad pública, hasta la cooperación en el sector de los servicios sociales: sanidad, educación y promoción de la mujer.

Este desarrollo, en el que cristianos y musulmanes están llamados a participar, debería favorecer a toda la población. Es necesario vigilar a fin de que beneficie principalmente a los pobres. Por esta razón, es preciso luchar con valentía y constancia contra todas las formas de corrupción y todos los obstáculos que frenan la promoción de la justicia y la unidad del país.

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4. Esta reconstrucción ha de comenzar desde la base, desde la familia. Al decir esto, estoy seguro de que sois conscientes de la importancia de los valores familiares, hoy frecuentemente amenazados, y que deseáis colaborar con los cristianos para tratar de salvaguardar y fortalecer esos valores. En este campo, la educación de los jóvenes es una preocupación prioritaria, porque la juventud es como una azada nueva para continuar trabajando la tierra que os ha dejado el Creador, que vuestros antepasados cultivaron, que vosotros mismos cultiváis y que transmitís a la generación siguiente para que ella, a su vez, la cultive. Como dije en mi discurso a los jóvenes musulmanes reunidos en Casablanca en 1985: “Trabajando unidos es como se puede ser eficaz. El trabajo bien entendido es un servicio a los demás. Crea lazos de solidaridad” (19 de agosto de 1985, n. 6; cfr. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de septiembre de 1985, pág. 14). Es preciso que los adultos confíen en los jóvenes y los ayuden a asumir plenamente sus responsabilidades, pero, al mismo tiempo, hay que lograr que los jóvenes estén dispuestos a colaborar con los adultos (cfr. ib., n. 7). Preparad, pues, a los jóvenes para que comprendan su época, dialoguen con sus mayores y con los demás jóvenes, con vistas a la construcción de este país y de su unidad. Porque todo lo que se siembra profundamente en el corazón de la juventud, con el correr del tiempo, da frutos duraderos y recompensa con creces los sacrificios realizados.

Abrigo la esperanza de que progrese el respeto de la libertad de conciencia y de culto para todos los seres humanos. En la tarea capital de la formación de la conciencia, la familia desempeña un papel de primer orden.

Los padres tienen la grave obligación de ayudar a sus hijos, desde la más tierna edad, a buscar la verdad y a vivirla, a buscar el bien y a promoverlo.

[OR (e. c.), 13.III.1992, 11]