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[1468] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, IMAGEN VIVA DEL MISTERIO DEL AMOR DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

Discurso Sono lieto, a los Presidentes de las Comisiones de las Conferencias Episcopales de Europa  para la Pastoral de la Familia y de la Vida, 26 noviembre 1992

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1. Me siento feliz de saludaros, Señores Cardenales y venerables hermanos en el Episcopado, responsables de las Comisiones de las Conferencias Episcopales de Europa para la Pastoral de la Familia y de la Vida. Saludo, en particular, al Presidente del Pontificio Consejo para la Familia, el Cardenal Alfonso López Trujillo, y le doy las gracias por las atentas palabras que acaba de dirigirme. Uno en el recuerdo a sus colaboradores y a cuantos se han ocupado eficazmente de la realización de este encuentro, que constituye una ocasión importante para reflexionar juntos sobre las actuales problemáticas de la familia y para un provechoso intercambio de experiencias pastorales que, en dicho ámbito, florecen en el seno de vuestras respectivas Iglesias locales. Conocéis perfectamente la importancia de los desafíos con los que se enfrentan, sobre todo en Europa, la institución familiar y la vida humana. Iniciativas en el campo legislativo y social, comprometen en gran medida, el futuro de la familia, santuario de la vida, con previsibles efectos sobre la conciencia moral y las costumbres de los pueblos. Al mismo tiempo, no faltan positivas tomas de conciencia y emergen renovadas energías que se disponen a defender los valores fundamentales de la persona humana y de los núcleos familiares. Es cierto, la familia en Europa conserva todavía innumerables recursos. Durante esta reunión, estáis interesados en profundizar, a la luz de la unidad del continente europeo, la auténtica situación de la familia y las causas de los males que la amenazan. Podéis, sobre todo, esbozar las comunes y coordinadas directrices pastorales, que es obligado asumir, a fin de correr en ayuda y apoyar válidamente este ámbito privilegiado de humanización y esta escuela de sociabilidad que es, justamente, la familia.

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2. Solamente Cristo conoce lo que hay en el hombre e ilumina con su revelación incluso las situaciones más complejas de la humana existencia. Sólo Él puede introducir la persona humana en el pleno conocimiento del valor del compromiso matrimonial como ley de libertad y de realización en el amor. Las exigencias propias de la entrega conyugal, la unidad y la indisolubilidad del matrimonio, al igual que el respeto de la vida, no constituyen obstáculos para la auténtica necesidad de autorrealización y de libertad. La naturaleza misma de la persona implica, en efecto, en el compromiso conyugal, una entrega plena y total al servicio de la vida. Realidad ésta, que para los cristianos se inserta y se refuerza en el misterio del amor oblativo, pleno y total, de Cristo por su Iglesia. El bien de la familia y el tesoro de la vida de toda humana criatura no pueden, por tanto, ser abandonados a la desintegración impuesta por deseos subjetivos y arbitrarios, desvinculados de referencias concretas a las normas morales.

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3. Venerables hermanos en el Episcopado, vuestra reunión adquiere una importancia significativa dado que se sitúa en continuidad con la reciente Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Europa, como para subrayar la necesidad de elaborar proyectos pastorales orgánicos y coordinados en esta área prioritaria y fundamental de la nueva evangelización. La familia es considerada no solamente como destinataria del gozoso anuncio de los ideales humanos y evangélicos, sino que es también agente de evangelización como imagen viva del misterio del amor de Cristo y de la Iglesia. Con el amor, con la fecundidad generosa, con la unidad y la fidelidad de los esposos, con la cooperación de todos sus miembros, la familia cristiana manifiesta de esta forma la viva presencia del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la comunidad eclesial (Cfr GS, 48). Afirmar que la familia es una “Iglesia doméstica” significa reconocer la vocación peculiar del núcleo familiar cristiano. Éste, gracias al sacramento del matrimonio, en el cual tiene su origen, participa del misterio de amor de Cristo y de la Iglesia y se convierte en imagen elocuente de ella para todos. A la luz de esto, vuestro Congreso representa una ocasión importante para intercambios de información y de ayudas recíprocas entre las diversas diócesis del continente europeo.

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4. Hace poco, en efecto, hacía alusión a la Asamblea del Sínodo de los Obispos para Europa, cuyas orientaciones pretendéis llevar a su aplicación sobre todo en los campos de la pastoral familiar y de la vida. El punto de partida no puede ser otro que el redescubrimiento de Cristo, el cual “descubre... plenamente el hombre al hombre y le da a conocer su altísima vocación” (GS 22); Cristo, Hijo de Dios, ha revelado al hombre esta profunda verdad, sobre todo con su misma vida. La evangelización, por tanto, es iluminada por esta verdad sobre el hombre que supera toda forma de “reducción antropológica”.

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5. Venerables hermanos en el Episcopado, cuanto hacéis por reforzar estos fundamentales valores y apoyar a los núcleos familiares, especialmente aquéllos que se encuentran en dificultades, constituye un alto servicio a la causa del Evangelio.

Que os guíe en esta vuestra misión el Señor, al que no dejaréis de recurrir constantemente con la oración. Será también compromiso vuestro educar a los fieles para la dócil escucha de Dios.

En la base de toda verdadera solución de los problemas de la familia se encuentra, en efecto, la conversión y la conciencia de que solamente con la ayuda divina es posible realizar plenamente la misión que el Padre celestial confía a cada uno.

Los nuevos y tremendos desafíos, que se presentan en el campo de la bioética, tan estrechamente unido con el de la familia, exigen en los pastores una particular preparación y un maduro discernimiento para orientar bien al pueblo cristiano confiado a sus cuidados pastorales.

Invoco la maternal protección de María sobre este vuestro encuentro: Que os ayude siempre la Madre de Dios en el cotidiano ministerio episcopal. Que os sirva también de estímulo la Bendición Apostólica, que imparto a vosotros y a cuantos os ha confiado la Providencia.

[E 53 (1993), 157-158]