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[1497] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA SALUD DE LA SOCIEDAD, LIGADA A LA SALUD DE LAS FAMILIAS

Del Discurso I am happy, a una peregrinación de inmigrantes filipinos en Europa, 22 mayo 1993

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[3.–] Lo principal de estos cambios son las graves dificultades que acechan a la vida de familia. La familia es la célula vital de la sociedad, y la salud de la sociedad depende del vigor y del bienestar de sus familias. Ciertamente, la familia es la que sufre el ataque de los peores efectos de la inmigración. Algunos de vosotros habéis abandonado a vuestros seres queridos, y los añoráis y, a veces, estáis preocupados por ellos. Otros, tenéis las familias aquí, en Europa, y os preguntáis cómo podéis transmitir a vuestros hijos, en un ambiente cultural diferente, las fuertes convicciones de la vida familiar que vivís en Filipinas. Deseo animaros a ser fuertes, a que os comprometáis a transmitir los valores de la vida y del amor, tan profundamente sentidos en vuestras tradiciones. ¡Con la fe que siempre ha mantenido fiel al pueblo filipino en las pruebas, rezad para que tengáis la sabiduría y el coraje de perseverar en el bien y la verdad de vida! ¡Permaneced fieles al nombre cristiano que vuestro pueblo lleva con tanto orgullo!

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[4.–] Vuestras familias deben ser verdaderos ejemplos de “iglesia doméstica”, expresión usada, primero, para designar a la familia cristiana que vivía en medio de los paganos, cuyo uso ha restaurado el Concilio Vaticano II (1). El concepto de “Iglesia doméstica” debería aplicarse de manera especial a la familia inmigrante. Por eso, en situaciones de adversidad, recelos y, a veces, incluso, de hostilidad, en las que los inmigrantes se pueden encontrar, la familia es el centro de la solidaridad humana, y de la fe y práctica religiosa. “En el seno de la familia”, subraya el “Catecismo de la Iglesia Católica”, citando al Concilio Vaticano II, “los padres serán, con su palabra y ejemplo, los primeros predicadores de la fe para sus hijos” (2).

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[5.–] Por su parte, la Iglesia no cesa de recordar a las comunidades en las que os encontráis la obligación que tienen de crear las condiciones favorables para que vosotros y vuestras familias viváis con dignidad, paz y securidad. He escrito sobre ello en mi Encíclica “Laborem Exercens” sobre el trabajo humano. “La emigración por motivos de trabajo no puede convertirse de ninguna manera en ocasión de explotación económica o social... El valor del trabajo debe medirse con el mismo metro, y no en relación con las diversas nacionalidades, religión o raza..., una situación de coac ción en la que se encuentra el emigrado” (3). La Iglesia continuará recordando las demandas de la justicia social, y apelando a la conciencia de las autoridades públicas y empresarios para asegurar que el capital está al servicio del trabajo y, por ello, de las personas implicadas, y no el trabajo al servicio del capital (4).