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[1498] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA COLABORACIÓN DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL EN LA MISIÓN EDUCATIVA DE LA FAMILIA

Del Discurso Saluto con viva, a los participantes en un congreso sobre “Los derechos de la familia y los medios de comunicación social”, promovido por el Pontificio Consejo para la Familia en colaboración con el Pontificio Consejo de la Comunicación Social, 4 junio 1993

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3. Es necesario, por tanto, llevar a cabo una colaboración más estrecha entre los padres, a quienes corresponde en primer lugar la tarea de la educación, los responsables de los medios de comunicación en sus diferentes niveles, y las autoridades públicas, a fin de que la familia no quede abandona a su suerte en un sector tan importante de su misión educativa.

Con ocasión del Año Internacional de la Familia en muchos ambientes se piden leyes que aseguren adecuadas políticas familiares. No cabe duda de que el ámbito legislativo es decisivo para estas políticas. Ya el Concilio se refería a ello: “La misma autoridad pública, que legítimamente se ocupa de la salud de los ciudadanos, está obligada a procurar justa y celosamente, mediante la promulgación y diligente ejecución de las leyes, que no se sigan graves daños a la moral pública y al progreso de la sociedad” (Inter mirifica, 12).

La Carta de los derechos de la familia, promulgada por la Santa Sede, afirma textualmente que “la familia tiene el derecho de esperar que los medios de comunicación social sean instrumentos positivos para la construcción de la sociedad y que fortalezcan los valores fundamentales de la familia. Al mismo tiempo ésta tiene derecho a ser protegida adecuadamente, en particular respecto a sus miembros más jóvenes, contra los efectos negativos y los abusos de los medios de comunicación” (art. 5, letra f cfr. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de noviembre de 1983, p. 10).

En su documento Pornografía y violencia en los medios de comunicación social: una respuesta pastoral, el Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales ha recordado que “los legisladores, los encargados de la administración del Estado y de la justicia están llamados a dar una respuesta al problema de la pornografía y de la violencia sádica difundidas por los medios de comunicación. Se han de promulgar leyes sanas, se han de clarificar las ambiguas y se han de reforzar las leyes que ya existen” (n. 28; cfr. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de junio de 1989, p. 19).

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4. ¡Cuántos daños de enorme gravedad se habrían evitado a las familias, a la juventud y, sobre todo a los niños, si se hubieran aceptado estas recomendaciones a su debido tiempo! ¡Cuántas pérdidas morales y sociales podrán evitarse en el futuro, si se pondera seriamente la situación y se toman decisiones urgentes y apropiadas!

En realidad, hay que establecer propuestas, contenidos y programas de sana diversión, de información y de educación complementarios de los de la familia y de la escuela. Esto no quita, desgraciadamente, que sobre todo en algunas naciones se difundan espectáculos y escritos en los que prolifera todo tipo de violencia y se lleva a cabo una especie de bombardeo con mensajes que minan los principios morales y hacen imposible una atmósfera seria, que permita transmitir valores dignos de la persona humana.

Los padres y los educadores deben asumir diligentemente su responsabilidad, incluso por medio de asociaciones, para defender a sus hijos y a los adolescentes de estos daños. A este respecto el Concilio recomienda: “Recuerden los padres que es deber suyo vigilar cuidadosamente para que los espectáculos, las lecturas y otras cosas parecidas que sean contrarias a la fe o las costumbres no penetren en el hogar y para que sus hijos no acudan a ellos en otra parte” (Inter mirifica, 10).

He manifestado también esta preocupación en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, en la que he mencionado “el deber... de proteger especialmente a los niños y los muchachos de las ‘agresiones’ que sufren también por parte de los mas-media... Los padres, en cuanto receptores, deben hacerse parte activa en el uso moderado, crítico, vigilante y prudente de tales medios, calculando el influjo que ejercen sobre los hijos, y deben dar una orientación que permita ‘educar la conciencia de los hijos para emitir juicios serenos y objetivos, que después guíen en la elección y en el rechazo de los programas propuestos’” (n. 76).

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5. Durante estos días, atesorando vuestra experiencia específica en los diversos niveles de vuestra competencia profesional, habéis podido reflexionar a fondo sobre este fenómeno de importancia universal y, sobre todo, habéis podido elaborar algunas sugerencias acerca de los medios adecuados para ofrecer un servicio válido y oportuno a las familias en este sector. Con mucho gusto me hago eco de vuestras preocupaciones, y dirijo a todos los responsables de los medios de comunicación social la invitación a hacer que las conciencias puedan respirar el aire puro de los valores humanos y cristianos, de los que nuestra sociedad tiene tanta necesidad.

La tentación de ceder frente a la preocupación exclusiva de aumentar la audiencia y el éxito es un obstáculo grave, que causa desastres, denunciados hoy gracias a un mejor conocimiento, incluso cuando se trata de contenidos en sí mismos serios. La familia y la comunidad pueden y deben ejercer una digna presión moral sobre los grandes centros de producción, no sólo con el fin de obtener cambios decisivos sino también para convencerlos de que contenidos válidos presentados de modo adecuado pueden tener amplia aceptación y un éxito incluso mayor.

Al exhortaros a proseguir con confianza vuestro trabajo, fortalecidos por la certeza de poder prestar un gran servicio a la familia y, sobre todo, a sus miembros más jóvenes os imparto con afecto mi bendición apostólica.

[OR (e.c.), 11.VI.1993, 9]