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[1514] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA DONACIÓN TOTAL, FIEL Y FECUNDA, DEL AMOR CONYUGAL

Discurso La commemorazione, a los participantes en el encuentro con ocasión del XXV Aniversario de la Humanae vitae, promovido por el Pontificio Consejo para la Familia en colaboración con el Instituto Juan Pablo II para los estudios sobre el Matrimonio y la Familia, 26 noviembre 1993

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1. La conmemoración del 25º aniversario de la Encíclica Humanae vitae, oportunamente promovido por el Consejo Pontificio para la Familia, en colaboración con el Instituto para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, me brinda la ocasión de rendir homenaje una vez más al recuerdo del siervo de Dios Pablo VI, mi venerado predecesor, que, al promulgar ese documento de tan gran valor en uno de los momentos más delicados y arduos de su pontificado, demostró valentía apostólica, amor a la verdad y auténtica fidelidad a Dios y al hombre. En efecto, obedeciendo “a Dios antes que a los hombres” (cfr. Hch 5, 29), se hizo intérprete de la verdad integral del hombre, y defendió el sentido y la dignidad del amor conyugal y familiar, a la luz del designio divino.

Saludo a todos los presentes, con sentimientos de gratitud hacia el Cardenal López Trujillo, que me acaba de presentar los temas del curso. Expreso mi gran aprecio hacia cuantos sois responsables de la enseñanza de la moral familiar en las facultades teológicas y en los institutos superiores de teología.

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2. Es motivo de consuelo constatar cómo hoy en la comunidad católica se reconoce mucho más el servicio que prestó a la humanidad ese gran Papa, a pesar del carácter exigente de la doctrina que reafirmó y las fuertes resistencias que opusieron algunos. Lo demuestran las numerosas celebraciones organizadas con motivo del 25º aniversario de la Encíclica tanto en las diócesis y naciones, como a escala internacional.

Entre las iniciativas más notables está, sin duda, este encuentro, que quiere llevar a cabo una profunda reflexión teológica y dar una contribución específica a la acción pastoral. En efecto, la doctrina de la Humanae vitae toca aspectos esenciales de la experiencia que los esposos están llamados a vivir como su camino de santificación. Por consiguiente, es comprensible que la Iglesia le preste una notable atención pastoral. A este respecto, es preciso reafirmar que “la aportación de iluminación y profundización, que los teólogos están llamados a ofrecer en el cumplimiento de su cometido específico, tiene un valor incomparable y representa un servicio singular, altamente meritorio a la familia y a la humanidad” (Familiaris consortio, 31).

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3. La Humanae vitae exhorta a los esposos a formarse una conciencia iluminada de su dignidad y del valor que tiene para ellos y para la comunidad el ejercicio de la paternidad y maternidad responsables (cfr. n. 10). Ésta se coloca en el ámbito del amor que, como afirma el Concilio Vaticano II, “asociando a la vez lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos” (Gaudium et spes, 49). Por lo tanto, el principio de responsabilidad en la procreación no se ha de interpretar en sentido negativo, como si fuera un freno a la generosidad del amor, sino más bien como la expresión y el fruto mismo de la entrega.

En este sentido la Humanae vitae presentó las condiciones necesarias para una cierta regulación de los nacimientos, afirmando: “Por consiguiente, si para espaciar los nacimientos existen serios motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges o de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar del matrimonio sólo en los períodos infecundos y así regular la natalidad sin ofender los principios morales” (n. 16).

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4. Esa enseñanza, reafirmada siempre en el campo doctrinal, ha encontrado posteriormente una importante confirmación por parte de la ciencia.

En efecto, en estos años se ha producido una significativa convalidación de los métodos naturales, como sucedió con ocasión del encuentro internacional organizado el pasado mes de diciembre por el Consejo Pontificio para la Familia sobre los métodos naturales de regulación de la fertilidad, y en otros congresos. Muchos organismos internacionales no confesionales reconocen ya la validez de esos métodos para el ejercicio responsable de la procreación. Con más razón, por tanto, pueden y deben ser propuestos confiadamente por una pastoral familiar atenta a todo aspecto de una sana y serena vida conyugal.

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5. La reciente Encíclica Veritatis splendor, que ha subrayado las exigencias objetivas de la ley moral y la relación intrínseca entre verdad y libertad, ayuda también a captar todo el alcance de la Humanae vitae. Como advierte Jesús, la verdad es lo que hace realmente libres (cfr. Jn 8, 32). Acatando plenamente el designio de Dios sobre el matrimonio, los cónyuges no se sienten empobrecidos en el amor; al contrario, experimentan la plenitud de su entrega recíproca.

A veinticinco años de distancia, la Humanae vitae resalta así en su valor de nueva propuesta pedagógica, en la línea de un humanismo integral, en el que el amor conyugal se entiende como entrega total, fiel y fecunda (cfr. n. 9).

Las parejas que viven esta experiencia de fidelidad al plan de Dios por lo que se refiere a la transmisión de la vida son ya numerosas en todas las latitudes, incluso fuera del ámbito eclesial. Y proclaman con su testimonio silencioso y sereno que se pueden conciliar plenamente las exigencias inscritas por el Creador en la naturaleza humana y las de la persona, la armonía de la pareja y el respeto debido al plan de Dios sobre la generación de la vida humana.

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6. Por otra parte, las preocupaciones suscitadas por los inquietantes fenómenos que se han producido en estos años en el campo de la procreación artificial y de las políticas demográficas, confirman la justa y saludable postura de la moral católica, iluminada por la Revelación.

Quien se halla preocupado, con razón, por el respeto debido a la creación, no puede menos de pedir un respeto igual cuando se trata de la persona y la procreación humana. Quien está alarmado por los excesos de la intervención médica sobre la sexualidad humana y por sus posibles manipulaciones, no puede menos de apreciar la sintonía entre naturaleza humana y persona, que propone la Iglesia en ese documento profético de su Magisterio.

Se trata de saber captar, como horizonte de auténtico progreso, todas las exigencias de una ecología humana hecha de respeto a la naturaleza del hombre en toda su dimensión, en el marco de una solidaridad atenta a los más débiles e indefensos. El problema de estos últimos, en la gran confrontación entre pueblos ricos y pobres, nunca se podrá resolver de forma legítima mediante los condicionamientos impuestos con las armas del progreso biotecnológico y con la supremacía de las economías fuertes sobre las débiles. Por el contrario, es preciso salir al encuentro de todas las exigencias de justicia y solidaridad que brotan de esas situaciones, partiendo del debido respeto a la dignidad de toda persona humana, por más pobre y marginada que esté. A todos y cada uno se deben asegurar condiciones de vida que les permitan vivir según la ley moral.

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7. Amadísimos hermanos y hermanas, la Iglesia, fiel a la enseñanza de Cristo, no se cansa de pedir que a todos los esposos, sea cual sea el pueblo al que pertenezcan, se les permita sentirse “colaboradores libres y responsables de Dios creador” y que esto les sea “fuente de grandes alegrías” (Humanae vitae, 1), a pesar de las dificultades de la vida diaria.

Corresponde a los pastores de la Iglesia, a los educadores, a los científicos, sensibles a esos valores perennes, mostrar a los jóvenes y a las parejas la riqueza humana y divina de la auténtica entrega personal, cuando “la sexualidad es respetada y promovida en su dimensión verdadera y plenamente humana” (Familiaris consortio, 32). Ese esfuerzo, que implica a creyentes y personas de buena voluntad, se convierte en servicio auténtico para la defensa del hombre y la promoción de la cultura de la vida, condición indispensable para instaurar en el mundo la civilización del amor y de la solidaridad.

Que Dios recompense los esfuerzos que se están llevando a cabo en ese sentido en la Iglesia y los colme de frutos. A cada uno de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, os expreso mi más viva gratitud por vuestra notable contribución.

[E 53 (1993), 1869-1870]