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[1577] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL DERECHO DE LA FAMILIA A SER PROTEGIDA COMO UN TESORO PRECIOSO POR LOS ESTADOS

Mensaje Exsultet, con ocasión de la Pascua del Año de la Familia, 3 abril 1994

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1. Pedro llegó al sepulcro junto con Juan, entró, se inclinó y vio el sudario en el suelo. “vio y creyó” (Jn 20, 8).

Junto con Juan volvió luego al Cenáculo, donde los apóstoles estaban reunidos, por miedo a los judíos.

El mismo día después del sábado, de noche, Jesús, vendrá al Cenáculo, estando las puertas cerradas. Saluda a los Apóstoles diciendo: “¡Paz a vosotros!” y añade: “Como el Padre me ha mandado a mí, también yo os envío a vosotros (...). Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 21-22).

De esta manera, Cristo resucitado saluda a esta familia particular, a esta reunión apostólica de la Iglesia, a la que ha confiado el misterio pascual, misterio de muerte y resurrección.

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2. Preanuncio de tal evento fue la primera Pascua de la Antigua Alianza, en la noche del éxodo de Egipto.

A la orden de Moisés se reunieron los hijos y las hijas de Israel en las casas con sus familias y allí experimentaron la salvación mediante la sangre del cordero, asperjada sobre los dinteles de sus casas.

Luego llegó la liberación.

Moisés condujo fuera de Egipto al pueblo, a todas las familias reunidas en una, haciéndolas atravesar el Mar Rojo, para festejar la Pascua en el desierto y para comer los alimentos santos llevados de Egipto.

Comenzó así el camino hacia la Tierra prometida, un camino durante el cual Dios cambió sus corazones y les puso dentro un espíritu nuevo (cf. Ez 11, 19).

En el desierto se cumplía la gran Pascua del pueblo elegido, que habría de ser luego celebrada de generación en generación.

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3. “Como el Padre me ha enviado a mí, también yo os envío”.

En el cenáculo pascual del año del Señor de 1994, la familia humana vuelve a descubrir su misión. La eterna vocación confiada por Yahvé al hombre, creado varón y mujer.

Dijo Dios: “Por esto el hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gén 2, 24).

Al Cenáculo viene el mismo Cristo, que aquí ha orado al Padre para que todos sean una sola cosa. “Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa” (Jn 17, 21).

Orando así, Él abría a la inteligencia humana perspectivas inalcanzables; revelaba que hay una cierta semejanza entre la unidad de las Personas Divinas y la unidad de los hijos de Dios, asociados en la verdad y en el amor.

“Esta similitud manifiesta que el hombre, que es la sola criatura en la tierra que Dios haya querido por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí a los demás” (GS 24).

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4. Vocación de la familia es la de descubrir, junto con Cristo, esta verdad sobre el hombre. Vocación de la familia es la de revestir esta verdad en la forma viva de la única e irrepetible comunidad humana, formada por los padres y los hijos; comunidad de amor y de vida, comunidad de las generaciones.

Piedra angular de esta comunidad es Cristo resucitado.

Es necesario que la vida de cada familia esté escondida con Cristo en Dios (cf. Col 3, 3).

Es preciso que, mediante este esconderse, ella madure en la gloria de la resurrección.

A las familias les es necesaria esta potencia que proviene de Dios, de otra manera no serán capaces de responder a su vocación.

A las familias les es necesaria esta potencia divina particularmente en nuestros días, en que múltiples amenazas asedian a la familia en las raíces mismas de su existencia.

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5. Son, por tanto, indispensables a las familias humanas las palabras pronunciadas por Cristo resucitado: “Tened confianza; yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).

A la gran familia de los pueblos llegue hoy este anuncio de la Resurrección, que es irrupción de luz y de vida para todos los habitantes de la tierra.

Hermanos y Hermanas, escuchad este anuncio.

¡Acogedlo en vuestro corazón!

Si en Cristo muerto y resucitado Dios triunfa en el mundo, también el hombre puede triunfar sobre el pecado y vencer sus secuelas.

La Humanidad tiene necesidad de Cristo: Él es la fuente de la paz, de la vida que nunca muere.

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6. Que esta alegre noticia resuene, sobre todo, en Jerusalén, como ocurrió la primera vez. Que pueda resonar en los Balcanes, en el Cáucaso, en África y en Asia y en todas las Naciones donde aún continúa el fragor de las armas, donde los nacionalismos provocan peligrosas formas de extremismos nefastos, donde etnias y clases sociales se enfrentan sin tregua.

Que este anuncio de paz inspire a cuantos en la sociedad del bienestar se esfuerzan por dar sentido a la vida y a hacer posible una convivencia civil sobre la base de los valores más en sintonía con la dignidad del hombre y a su vocación transcendente.

¡Que el amor venza al odio!

Los pueblos, postrados por la miseria material y moral, tienen sed de seguridad y de paz. ¿Cuándo podrán finalmente los hombres vivir como hermanos y en solidaridad?

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7. En este día de alegría y de luz, frente a la vida que irrumpe en la historia, que retroceda la cultura de muerte, que humilla al ser humano, no respetando las criaturas más débiles y frágiles, e intenta incluso desquiciar la dignidad sagrada de la familia, corazón de la sociedad y de la Iglesia.

Preocupado por estas amenazas, voy a enviar en estos días una carta a todos los jefes de Estado del mundo, con ocasión del Año Internacional de la Familia, convocado por la Organización de las Naciones Unidas con la cordial adhesión de la Iglesia católica.

En la carta pido que se haga cualquier esfuerzo para que no se disminuya el valor de la persona humana, ni el carácter sagrado de la vida, ni la capacidad del hombre para amar y donarse.

La familia permanece como la principal fuente de Humanidad: Todo Estado debe tutelarla como tesoro precioso.

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8. En esta mañana de Pascua, ¡cuánto desearíamos que cada hombre y cada mujer acogiera la luz de Cristo que despeja las tinieblas e inaugura el triunfo de la vida sobre la muerte!

Hermanos y hermanas de toda la tierra, bendecid con nosotros “este día que hizo el Señor”.

Cristo ha resucitado. ¡Aleluya!

[E 54 (1994), 562-563]