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[1596] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA VERDAD Y DIGNIDAD DE LA SEXUALIDAD HUMANA

Del Saludo en el rezo del Ángelus, 26 junio 1994

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1. También hoy querría continuar en la reflexión sobre el matrimonio, la familia y la ley natural. En la base de la familia está el amor entre un hombre y una mujer: un amor entendido como entrega de sí, recíproca y profunda, expresada también en la unión sexual, conyugal.

A veces, se reprocha a la Iglesia el convertir el sexo en un “tabú”. ¡La verdad es muy distinta! A lo largo de la historia, en contraste con las tendencias maniqueas, el pensamiento cristiano ha desarrollado una visión armónica y positiva del ser humano, reconociendo el papel significativo y precioso que la masculinidad y la femineidad ejercen en la vida del hombre.

Por otra parte, el mensaje bíblico es inequívoco: “Dios creó al hombre a su imagen... varón y hembra, los creó” (Gn 1, 27).

En esta afirmación está esculpida la dignidad de todo hombre y de toda mujer, en su igualdad de naturaleza, pero también en su diversidad sexual. Ésta representa un dato que afecta profundamente a la constitución del ser humano. “Del sexo, en efecto, la persona humana arranca las características que, en el plano biológico, psicológico y espiritual, la hacen hombre o mujer” (Persona humana, I).

Lo he reafirmado recientemente en la Carta a las familias: “El hombre fue creado desde el principio como varón y hembra: la vida de la colectividad humana –desde las pequeñas comunidades como desde toda la sociedad– lleva la impronta de esta dualidad original. De ella derivan la ‘masculinidad’ y la ‘femineidad’ de cada una de las personas, al igual que en ella toda comunidad bebe la propia y característica riqueza en el mutuo complemento de las personas” (n. 6).

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2. La sexualidad pertenece, pues, al designio original del Creador, y la Iglesia se considera obligada a sentir una gran estima por ella. Al mismo tiempo, tampoco puede dejar de pedir a todos que la respeten en su naturaleza profunda.

Como dimensión inscrita en la totalidad de la persona, la sexualidad constituye un “lenguaje” al servicio del amor, y, por tanto, no puede ser vivida como puro instinto. Debe ser gobernada por el hombre en su condición de ser inteligente y libre.

Ello no quiere decir, sin embargo, que la misma pueda ser manipulada arbitrariamente. En efecto, posee una propia y típica estructura psicológica y biológica, orientada tanto a la comunión entre hombre y mujer como al nacimiento de nuevas personas. Respetar dicha estructura y dicha conexión inseparable no es “biologismo” o “moralismo”, es la atención a la verdad del ser hombre, del ser persona. Y es en virtud de dicha verdad, perceptible incluso a la luz de la razón, por lo que son moralmente inaceptables el así llamado “amor libre”, la homosexualidad, la contracepción. Se trata, en efecto, de comportamientos que trastornan el significado profundo de la sexualidad, impidiéndole que se ponga al servicio de la persona, de la comunión y de la vida.

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3. Que la Virgen Santa, modelo de femineidad, de ternura y de dominio de sí ayude a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo a no banalizar el sexo, en nombre de una falsa modernidad. Que miren a Ella los jóvenes, las mujeres, las familias. ¡Ojalá que María, Madre castísima, tenga a bien iluminar a los representantes de las naciones para que en la próxima reunión en El Cairo adopten decisiones inspiradas en los auténticos valores humanos, que constituyen la base de la deseada civilización del amor!

[E 54 (1994), 1167]