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[1597] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA UNIDAD DEL AMOR CONYUGAL

Saludo en el rezo del Ángelus, 3 julio 1994

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1. Al reanudar el discurso sobre el amor conyugal, hoy querría detenerme sobre una propiedad esencial del matrimonio: su unidad. El vínculo que nace del consenso matrimonial válido es, por su naturaleza, único y exclusivo, y exige de ambos cónyuges el compromiso de una perenne y recíproca fidelidad.

Con una imagen eficaz, la Sagrada Escritura enseña que los esposos están llamados a ser “una sola carne” (Gn 2, 24). Se trata, en efecto, de una alianza de amor, que incide sobre la totalidad, corporal y espiritual, de los cónyuges. Mediante la unión de sus cuerpos, los cónyuges expresan la profundidad y el carácter definitivo de su recíproca entrega.

Justamente a la luz de este carácter de totalidad, típico del pacto conyugal se comprende por qué la unión sexual debe tener lugar exclusivamente en el matrimonio, que sella, en el plano personal y social, la opción de comunión integral de vida.

Solamente en este contexto el marido y la mujer pueden revivir en plenitud aquella sorpresa original que impulsó a Adán a exclamar delante de Eva: “Esto sí que es ya carne de mi carne y hueso de mis huesos” (Gn 2, 23). Es la sorpresa que se refleja en las palabras del Cantar de los Cantares: “Prendiste mi corazón, hermana mía, esposa, prendiste mi corazón en una de tus miradas” (Ct 4, 9) (Carta a las familias, 19).

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2. Es verdad: si se mira a la historia, el principio de la unidad del matrimonio ha conocido incertidumbres, debidas a múltiples condicionamientos socio-culturales. En lo que concierne al deber de la fidelidad, por otra parte, desgraciadamente tenemos ante nuestros ojos las insidias de la humana fragilidad, especialmente en aquellos ambientes en los que el sentido moral está poco vivo y el ejercicio de la sexualidad queda reducido a pura experiencia erótica o a explotación del otro por el propio placer.

Pero las desviaciones; de hecho no pueden resquebrajar la norma moral, objetiva y universal, que está sólidamente enraizada en la naturaleza misma del hombre. ¿Acaso no entra en la lógica del auténtico amor conyugal la promesa de ser, el uno para el otro, el único hombre y la única mujer? Justamente por esto se siente tanto cuando se experimenta el abandono o la traición por el hombre o por la mujer que se ama, y de la que se tiene derecho a esperar plena correspondencia de amor. Dicho testimonio de unidad y de fidelidad es también la esperanza más natural de los hijos que constituyen el fruto del amor de un solo hombre y de una sola mujer y que reclaman este amor con todas las fibras de su ser.

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3. Que la Virgen Santa sea la educadora de todos al sentimiento del amor. Que María, contemple con maternal piedad las innumerables dificultades con las que tienen que enfrentarse los cónyuges en una sociedad como la nuestra, donde son escasos los puntos de referencia ética y, en cambio, son innumerables las tentaciones. Que la Madre del Amor Hermoso ayude a los jóvenes que se preparan para el matrimonio, a poner fundamentos sólidos en su mutua entrega, para vivirla fielmente a lo largo de toda la existencia terrena.

[E 54 (1994), 1169]