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[1604] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL HIJO QUE NACE, UN REGALO PARA LOS PADRES

Saludo en el rezo del Ángelus, 31 julio 1994

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1. Al recuperar el tema de la paternidad y maternidad responsables, querría poner de relieve hoy una exigencia específica en el amor con el que los cónyuges están llamados a engendrar. Los cónyuges deben querer al hijo con un amor gratuito y oblativo, evitando instrumentalizarlo para sus intereses o para la propia gratificación personal.

Ciertamente, el hijo que nace es también un regalo para los padres. ¿Acaso no es verdad que a veces la sonrisa de un niño es capaz de conseguir que reviva un amor conyugal un poco cansado y marchito? Pero este regalo debe ser pedido y acogido con profundo respeto, con pleno conocimiento de la dignidad trascendente de la nueva criatura.

El Concilio enseña que “el hombre es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma” (Gaudium et spes, 24). Toda la creación, en cierto sentido, tiende hacia el hombre, cuya “genealogía” –como he escrito en la Carta a las familias (n. 9)– va más allá de los padres e implica directamente la intervención creadora de Dios. Solamente el hombre, en efecto, es ser al mismo tiempo corpóreo y espiritual, llamado a un destino eterno y sobrenatural. Los padres, por tanto, deben imitar el amor gratuito de Dios, queriendo al hijo “por sí mismo”, respetando plenamente su autonomía y originalidad.

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2. Desgraciadamente, también en el ámbito dedicado a la generación de la vida no faltan síntomas preocupantes de una cultura inspirada en algo muy distinto del verdadero amor. Esto se descubre con evidencia cuando se excluye o hasta se suprime la vida naciente; pero, paradójicamente ello tiene una aplicación propia en el caso en que esa vida se “pretende” a toda costa, utilizando para tal fin medios moralmente desordenados. Se difunden, en efecto, a ritmo creciente tecnologías de la generación humana –como la fecundación artificial o el arrendamiento de madres gestantes y semejantes– que plantean serios problemas de orden ético. Entre otras graves implicaciones, baste recordar que en semejantes procedimientos el ser humano es privado del derecho a nacer de un acto de amor verdadero y de acuerdo con los normales procesos biológicos, quedando de esta forma marcado desde el principio por problemas de orden psicológico, jurídico y social que lo acompañaran durante toda la vida.

En realidad, el legítimo deseo de un hijo no puede ser interpretado como una especie de derecho al hijo que debe ser satisfecho a toda costa. ¡Ello significaría tratarlo de la misma manera que una cosa! En lo que respecta a la ciencia, ésta tiene el deber de mantener los naturales procesos generativos, no la misión de sustituirlos artificialmente. Tanto más que el deseo de los hijos puede ser satisfecho también a través de la institución jurídica de la adopción, que merece ser cada vez mejor organizada y promovida, y otras formas de servicio y de entrega social, como expresiones de acogida hacia tantos niños, bajo diversas formas privados del calor de una familia.

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3. Que María Santísima ayude a todos los cónyuges a sentir la grandeza de su misión. Mirando a la Familia de Nazaret el padre y la madre deben esforzarse por desear y acoger a los hijos con gran respeto por su propia personalidad. Que el amor gratuito por todo ser humano sea la fuerza inspiradora para la construcción de una civilización digna de este nombre.

[E 54 (1994), 1256]