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[1620] • JUAN PABLO II (1978-2005) • VALORAR EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

De la Alocución Una grande speranza, en la Audiencia General, 21 septiembre 1994

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4. Como sabemos, la acción del Espíritu Santo no se lleva a cabo sólo en los impulsos y en los dones carismáticos, sino también en la vida sacramental. E incluso en este aspecto se puede reconocer con alegría que hay muchas señales de progreso en la valoración de la vida sacramental de los laicos cristianos.

Existe una tendencia a apreciar más el bautismo como fuente de toda la vida cristiana. Es preciso seguir avanzando por ese camino, para descubrir y aprovechar cada vez más la riqueza de un sacramento cuyos efectos perduran a lo largo de toda la vida.

También conviene insistir aún más en el valor del sacramento de la confirmación, el cual, con un don especial del Espíritu Santo, confiere la capacidad de dar un testimonio adulto de la fe en Cristo y de asumir más consciente y deliberadamente la propia responsabilidad en la vida y en el apostolado de la Iglesia.

La valoración del sacramento del matrimonio es de suma importancia para la santificación de los mismos cónyuges y para la formación de hogares cristianos, de los que depende el porvenir del pueblo de Dios y de toda la sociedad. Eso es lo que pretenden grupos y asociaciones que se esfuerzan por profundizar la espiritualidad conyugal. También por este camino conviene proseguir incansablemente.

La participación más intensa, consciente y activa de los laicos en la celebración eucarística permite constatar en las comunidades cristianas una gran afirmación del testimonio y del compromiso en el apostolado. Allí está y se encuentra siempre la fuente viva de la unión con Cristo, de la comunión eclesial y del impulso de la evangelización.

Tal vez, en los últimos años, se ha prestado menos atención al sacramento de la reconciliación. Es de desear que se intensifique el esfuerzo por promover su práctica, que no sólo proporciona la gracia de la curación espiritual, que viene de Dios, sino también un nuevo impulso en la vida interior, una nueva claridad de mente y un compromiso sincero en el servicio eclesial. De todos modos, no conviene olvidar que, en caso de culpa grave, la confesión sacramental es necesaria para acercarse a recibir la Eucaristía.

[DP-119 (1994), 197]