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[1626] • JUAN PABLO II (1978-2005) • FAMILIA, ¿QUÉ DICES DE TI MISMA?

Discurso Parole simili, en el Encuentro Mundial de las Familias, 8 octubre 1994

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1. Familia, ¿qué dices de ti misma? Son las palabras que escuché por vez primera en el Aula Conciliar, al comienzo del Concilio Vaticano II. Pero el cardenal que pronunció esta palabra “familia” dijo: “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?”.

He aquí un paralelismo. Cuando he reflexionado y orado antes de este encuentro, este paralelismo entre los dos interrogantes se ha grabado en mi corazón y en mi memoria. Familia, ¿qué dices de ti misma? Un interrogante, un interrogante que espera una respuesta.

Podemos decir que este año de la familia es una gran respuesta exactamente a este interrogante. ¿Qué dices de ti misma? Familia, familia cristiana: ¿qué eres? Encontraremos una respuesta ya en los primeros tiempos cristianos. En el período postapostólico: yo soy la Iglesia doméstica. En otras palabras: yo soy la “Iglesia pequeña”; soy la Iglesia doméstica. Y de nuevo vemos el mismo paralelismo: Familia-Iglesia; dimensión apostólica y universal de la Iglesia, por una parte; dimensión doméstica de la familia, Iglesia doméstica, por otra parte.

La una y la otra beben de las mismas fuentes. Tienen la misma genealogía. Genealogía en Dios. En Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Genealogía en Dios, y con esta genealogía divina se constituyen a través del gran misterio del amor divino, este misterio que se llama “Dios hombre”, Encarnación. Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo Unigénito para que nadie que lo siga se pierda. Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo. Un Dios, un solo Dios, tres personas. Un misterio insondable y, por tanto, en este misterio encuentra su fuente la Iglesia, y encuentra su fuente la familia, Iglesia doméstica.

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2. ¡Queridísimos hermanos y hermanas llegados de innumerables países, para esta cita importante con ocasión del Año de la Familia! ¡“La gracia y la paz con vosotros de parte de Dios nuestro Padre”! (Col 1, 2).

He escuchado con gran atención los testimonios y las reflexiones que acaban de ser presentados. Doy las gracias al cardenal López Trujillo por las palabras que me ha dirigido y por el interés que, con sus colaboradores, ha puesto para realizar esta celebración, y tantas otras celebraciones en este Año de la Familia. Saludo, al mismo tiempo, a todos los aquí presentes, cardenales y obispos, miembros del Sínodo, Sínodo que ahora trabaja sobre un tema importantísimo, tema de la consagración de las personas consagradas, y de las comunidades consagradas en la Iglesia. Se podía pensar en un tema distinto, pero se ve una inmensa proximidad entre estos dos temas. Porque en el misterio de la Iglesia, Familia y Consagración marchan al unísono. ¿No ha dicho también el Concilio Vaticano II que los esposos, en el sacramento del matrimonio, se consagran casi a Dios?: se consagran para crear un ambiente de amor y ambiente de la vida. Amor y vida. Ésta es vuestra vocación, queridísimos hermanos y hermanas, y vuestra vocación, queridísimas familias. Ésta es vuestra vocación que atraviesa todas las generaciones, comenzando por los antepasados, por los abuelos hasta los nietecitos, bisnietos, familia de las generaciones. Generaciones humanas que recorren en la misma familia esta peregrinación de la vida terrena, para llegar a la Casa del Padre.

Querría también en esta ocasión, cuando todos dan testimonio, querría también dar un testimonio por parte de la Iglesia de Roma y por parte del oficio petrino sobre qué se ha pretendido y se ha podido hacer en beneficio de la familia en nuestros últimos tiempos. Podemos comenzar por el Vaticano II: “Familia, ¿qué dices de ti misma”? Iglesia, tú ¿qué dices de ti misma?

Así, pues, para la familia en la Gaudium et spes hay un capítulo aparte que habla de la promoción de la familia; de la promoción de la dignidad de la familia. Ésta es la dimensión propia: promoción de la dignidad de la familia. El mismo título basta para reflexionar profundamente sobre lo que quiere decir ser familia, que quiere decir ser esposo y esposa, marido y mujer, qué quiere decir ser padre y madre, y también hijo e hija, y también nietos. Todo aquello: todo aquello se encuentra finalmente en la dimensión común de una dignidad, dignidad de la familia, promoción de la dignidad de la familia. Justamente esta promoción de la dignidad de la familia es el faro con el que el Concilio Vaticano II ha abierto, podemos decir, este Año de la Familia.

Este Año de la Familia, lo sabéis bien, fue inaugurado en Nazaret. Pero ha sido inaugurado también en tiempos más cercanos, durante el Concilio Vaticano II, en este estupendo documento Gaudium et spes, en el que se habla de la promoción de la dignidad de la familia.

Y ahora debo citar a Pablo VI. Es mérito imperecedero de este Papa el haber regalado a la Iglesia la encíclica Humanae vitae (1968), encíclica que, en su tiempo, no fue comprendida en todo su alcance, pero que con el paso de los años ha venido revelando su carga profética: en la Humanae vitae, Pablo VI, el gran Pontífice, señalaba los criterios para salvaguardar el amor del matrimonio del peligro del egoísmo hedonista que, en no pocas partes del mundo, tiende a extinguir la vitalidad de las familias y casi esteriliza a los matrimonios. En la otra histórica encíclica suya, la Populorum progressio, el Papa Pablo VI se convertía en voz de los pueblos en vías de desarrollo, invitando a los países ricos a una política de verdadera solidaridad, muy lejana de la engañosa forma de neocolonialismo que impone proyectos programados de reducción de la natalidad.

De la familia se ha ocupado, además, el Sínodo Episcopal del año 1980, del cual surgió la exhortación apostólica Familiaris consortio, que ha dado un planteamiento sistemático a la Pastoral de la familia como opción prioritaria y fundamento de la nueva evangelización. Con este Sínodo y con esta exhortación postsinodal Familiaris consortio, está idealmente relacionada la redacción de la Carta de los Derechos de la Familia del año 1983.

Querría recordar también aquí mis catequesis sobre este tema, desarrolladas durante una serie de audiencias generales del miércoles y reunidas en el volumen titulado “Varón y hembra los creó”. A dichas audiencias deben añadirse otras numerosas intervenciones en ocasiones diversas y, últimamente la Carta a las Familias, con la que he llamado a la puerta de todos los hogares para anunciar el “Evangelio de la familia”, plenamente consciente de que la familia es el primero y el más importante camino de la Iglesia (n. 1).

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3. La atención a la familia ha impulsado a la Iglesia en estos años a crear estructuras nuevas a su servicio. Entonces, no sólo los documentos, sino también las estructuras y las realizaciones.

El 13 de mayo de 1981, fecha muy significativa, se creó el Pontificio Consejo para la Familia y, además, el Instituto de Estudios, con carácter académico, sobre Matrimonio y Familia. Me sentí impulsado a promover tales instituciones incluso por las experiencias que han marcado mi actividad sacerdotal y episcopal anteriormente también en mi patria (donde siempre he reservado una atención privilegiada a los jóvenes y a las familias).

Justamente de aquellas experiencias he aprendido que en este campo es indispensable una profunda formación intelectual y teológica para poder desarrollar de forma adecuada las orientaciones éticas concernientes al valor de la corporeidad, el sentido del matrimonio y de la familia, la cuestión de la paternidad y de la maternidad responsables.

Cuán importante es esto se desprende especialmente en el corriente año 1994, que, por iniciativa de las Naciones Unidas ha sido dedicado a la Familia. Una cierta tendencia aparecida en la reciente Conferencia del Cairo sobre Población y Desarrollo y en otras reuniones celebradas en los meses pasados, como también algunos intentos realizados en las sedes parlamentarias de falsear el sentido de la familia privándola de la referencia natural al matrimonio, han demostrado cuán necesarios fueron los pasos dados por la Iglesia en apoyo de la familia y de su indispensable papel en la sociedad.

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4. Gracias a la concorde acción de los episcopados y de los laicos conscientes, nos hemos enfrentado con numerosos obs táculos e incomprensiones, con tal de ofrecer este testimonio de amor, que ha puesto de relieve el sólido vínculo de la solidaridad que existe entre Iglesia y familia. Pero, ciertamente, todavía es grande la misión que nos espera. Y vosotras, queridas familias estáis aquí también para sumir este ulterior compromiso, en este tema decisivo que exige la vigilante y responsable participación no solamente de los cristianos sino de toda la sociedad.

En efecto, estamos convencidos de que la sociedad no puede minimizar la institución familiar por la sencilla razón de que ella misma nace en las familias y obtiene su solidez de las familias.

Frente a la degradación cultural y social que se está produciendo, en presencia de la difusión de plagas como la violencia, la droga, la criminalidad organizada, ¿qué mejor garantía de prevención y de rescate que una familia unida, moralmente sana y civilmente comprometida? Es en estas familias donde se nos forma en las virtudes y en los valores sociales de solidaridad, acogida, lealtad, respeto del otro y de su dignidad.

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5. Querría, una vez más, volviendo a la importancia de este año, recordar que nos estamos preparando para el año 2000, el Gran Jubileo de la venida de Cristo, de la Encarnación, para esta fecha. Para esta celebración bimilenaria nos hemos preparado en las diversas etapas: el Año de la Redención en 1983; el Año Mariano en 1987-1988. Este Año de la Familia constituye seguramente una etapa importante en la preparación del Gran Jubileo del 2000. Con la ayuda de Dios, en la clausura de este Año como uno de sus frutos más preciosos y como programa para el futuro trataré de publicar la anunciada encíclica sobre la vida.

Esta encíclica ha sido pedida por los padres cardenales hace ya dos años, y pienso que se nos presenta ahora una buena circunstancia para preparar y publicar esta encíclica sobre la vida, sobre la vida humana, sobre la santidad de la vida. Y sería lo ideal, de acuerdo con la primera encíclica en este período, que es también de la vida, porque comienza con las palabras Humanae vitae...

Yo debo decir que me han concedido 25 minutos, y no sé si estos 25 minutos han ido ya superados, o todavía no... Así pues, ved que el Papa está también sometido a obediencia, por lo que no querría prolongar...

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6. Así pues, queridísimos: estas luces que se ven, son las luces que vienen de todo el mundo. ¡Cada familia lleva una luz, y cada familia es una luz! Es una luz, un faro, que debe iluminar el camino de la Iglesia y del mundo en el futuro, hacia el final de este milenio, y también otros, mientras que Dios permita que este mundo exista.

Queridos esposos, queridos padres! La comunión del hombre y de la mujer en el matrimonio, vosotros lo sabéis, responde a las exigencias propias de la naturaleza humana y es, al mismo tiempo, un reflejo de la bondad divina, que se hace paternidad y maternidad. La gracia sacramental –del Bautismo y de la Confirmación primero, del Matrimonio después– ha depositado una oleada fresca y potente de amor sobrenatural en vuestros corazones. Es amor que brota del seno de la Trinidad, de la que la familia humana es imagen elocuente y viva.

Es una realidad sobrenatural que os ayuda a santificar las alegrías, a enfrentaros con las dificultades y con los sufrimientos, y a superar las crisis y los momentos de cansancio; en una palabra, es para vosotros fuente de santificación y fuerza de entrega.

Crece con la oración constante y, sobre todo, con la participación en los sacramentos de la reconciliación y de la Eucaristía.

Firmes por este apoyo sobrenatural, estad dispuestas, queridas familias, a dar testimonio de la esperanza que hay en vosotras (cfr. 1 Pe 3, 15).

Que vuestro testimonio sea siempre un testimonio de acogida, de entrega y de generosidad. Conservad, ayudad, proteged la vida de toda persona, especialmente de quien es débil, enfermo o minusválido; dad testimonio y sembrad a manos llenas el amor a la vida. Sed artífices de la cultura de la vida y de la civilización del amor.

En la Iglesia y en la sociedad ésta es la hora de la familia, que está llamada a un papel de primer orden en la hora de la nueva evangelización. Del seno de las familias, entregadas a la oración, al apostolado y a la vida eclesial, maduraran auténticas vocaciones no solamente para la formación de otras familias sino también para la vida de consagración especial, cuya belleza y misión la Asamblea Sinodal está justamente ilustrando durante estos días.

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7. Volveré para acabar a lo que he dicho al principio: Familia, ¿qué dices de ti misma? Aquí, en esta nuestra asamblea en la plaza de San Pedro, la familia ha pretendido responder a este interrogante: ¿qué dices de ti misma? He aquí, “soy yo”, dice la familia. “¿Por qué eres tú?” Soy yo porque Aquel que ha dicho de Sí mismo, “Sólo Yo soy el que soy”, me ha dado el derecho y la fuerza de ser. Yo soy, yo soy: familia, soy el ambiente del amor, soy el ambiente de la vida; yo soy. ¿Qué dices de ti misma? ¿Qué dices de ti misma? ¡“Yo soy gozo y esperanza”! Y así podemos terminar esta improvisación, porque... existen los papeles, es verdad: pero la mitad de mi discurso ha sido improvisado, inventado en el corazón, y elaborado durante algunos días en la oración.

[E 54 (1994), 1590-1593]