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[1631] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA NECESIDAD DE LOS PRINCIPIOS ÉTICOS EN LA INVESTIGACIÓN SOBRE LA GENÉTICA HUMANA

Del Discurso C’est pour moi, a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias, 28 octubre 1994

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3. En el programa de trabajo de la presente sesión, como en vuestras reuniones anteriores, dedicáis un espacio importante a la cuestión del genoma humano, que es un aspecto esencial para el futuro de las personas y de la humanidad. Aprecio el hecho de que, frente a ese interrogante, proseguís incansablemente la reflexión, para proponer a nuestros contemporáneos un análisis en el que se unan, sin caer en contradicción, la constatación científica y la verdad integral de lo que es objetivamente el hombre.

El descubrimiento progresivo del mapa genético y las precisiones cada vez más perfectas de la secuencia del genoma, investigaciones que requerirán aún muchos años, son un avance en los conocimientos científicos que suscita, ante todo, una admiración legítima, especialmente por lo que concierne a la reconstitución de la cadena del DNA, base química de los genes y los cromosomas. Parece ya seguro el hecho de que, para todas las especies vivas, incluido el hombre, el DNA es el soporte de los caracteres hereditarios y de su transmisión a la descendencia. Sus múltiples consecuencias para el hombre, que aún no pueden establecerse totalmente, son prometedoras. En efecto, se puede considerar con razón que, en un futuro no muy lejano, la secuencia integral del genoma ofrecerá nuevos caminos para la investigación con finalidades terapéuticas. Así, los enfermos que no se podían curar de modo adecuado a causa de patologías hereditarias frecuentemente mortales, en adelante podrán beneficiarse de los tratamientos necesarios para mejorar su estado de salud y posiblemente, curarse. Al intervenir en los genes enfermos de la persona, se podrá prevenir también la manifestación de enfermedades genéticas y su transmisión.

La investigación sobre el genoma permitirá que el hombre se comprenda a sí mismo, en un nivel jamás alcanzado hasta ahora. En especial, se podrán describir mejor los condicionamientos genéticos, y distinguirlos de los que provienen del ambiente natural y cultural, y de los que están relacionados con la experiencia propia de la persona. Además, iluminando el entramado de condicionamientos en que se desarrolla la libertad del hombre, llegaremos a captar más claramente su realidad misteriosa.

Quizá algunas personas sientan la tentación de buscar una explicación únicamente científica de la libertad humana, y considerarla suficiente. Dicha explicación negaría lo que trata de explicar: afrontaría la evidencia íntima e irrefutable de que nuestro yo profundo no se reduce a los condicionamientos, de los que puede depender, sino que sigue siendo, en definitiva, el único autor de nuestras decisiones.

Algunos progresos científicos, como los relacionados con el genoma humano, honran la razón del hombre, llamado a ser señor de la creación, y honran al Creador, fuente de toda vida, que ha confiado a la humanidad el gobierno del mundo. Los descubrimientos de la complejidad de la estructura molecular pueden invitar a los miembros de la comunidad científica, y, más ampliamente, a todos nuestros contemporáneos, a interrogarse sobre la causalidad primera, sobre Aquel que está en el origen de toda existencia y que ha plasmado a cada uno de nosotros en secreto (cf. Sal 139, 15; Pr 24, 12).

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4. Por lo que concierne a las intervenciones en la secuencia del genoma humano, conviene recordar algunas normas morales fundamentales. Toda intervención en el genoma debe realizarse con un respeto absoluto del carácter específico de la especie humana, de la vocación trascendental de todo ser humano y de su dignidad incomparable. El genoma constituye la identidad biológica de cada persona. Más aún, expresa una parte de la condición humana de la persona, a quien Dios amó por sí misma, gracias a la misión confiada a sus padres.

El hecho de poder establecer el mapa genético no debe llevar a reducir la persona a su patrimonio genético y a las alteraciones que pueden estar inscritas en él. En su misterio, el hombre sobrepasa el conjunto de sus características biológicas. Es una unidad fundamental en la que el aspecto biológico no se puede separar de la dimensión espiritual, familiar y social, sin correr el riesgo grave de suprimir lo que constituye la naturaleza misma de la persona y de convertirla en un simple objeto de análisis. La persona humana, por su naturaleza y su singularidad, es la norma de toda investigación científica. Es y “debe ser [...] el principio, el sujeto y el fin”, de toda investigación (Gaudium et spes, 25).

A este propósito, nos alegra que numerosos investigadores se nieguen a admitir que los descubrimientos hechos sobre el genoma se consideran como patentes que puedan registrarse. Puesto que el cuerpo humano no es un objeto del que se pueda disponer, los resultados de las investigaciones han de difundirse en el conjunto de la comunidad científica, y no pueden ser propiedad de un pequeño grupo.

La reflexión ética debe ocuparse también de la utilización de los datos médicos que atañen a las personas, especialmente los que contiene el genoma, que la sociedad puede usar en perjuicio de las personas, por ejemplo eliminando los embriones que presentan anomalías cromosómicas o marginando a las personas afectadas por determinadas enfermedades genéticas. No se puede violar los secretos biológicos de la persona, ni investigarlos sin su consentimiento explícito, ni tampoco divulgarlos para usos que no sean estrictamente de orden médico y no tengan una finalidad terapéutica para la persona en cuestión. Independientemente de las diferencias biológicas, culturales, sociales o religiosas que distinguen a los hombres, cada uno tiene efectivamente el derecho natural a ser lo que es y a ser el único responsable de su patrimonio genético.

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5. Sin embargo no hay que dejarse engañar por el mito del progreso, como si la posibilidad de realizar una investigación o de aplicar una técnica bastara para calificarlas inmediatamente como moralmente buenas. La bondad moral de todo progreso se mide en relación con el bien auténtico, que proporciona al hombre, considerado según su doble dimensión corporal y espiritual. Así, se hace justicia a lo que es el hombre. Si no se asociara el bien al hombre, que ha de ser el beneficiario, la humanidad correría el peligro de encaminarse hacia su perdición. La comunidad científica está llamada continuamente a mantener el orden de los factores, situando los aspectos científicos en el marco de un humanismo integral. De esta forma, tendrá en cuenta las cuestiones metafísicas, éticas, sociales y jurídicas que se plantean a la conciencia, y que se han de esclarecer los principios de la razón.

Me complace que en el programa de esta sesión os hayáis preocupado, como hombres de ciencia, de poner vuestros conocimientos al servicio de la verdad moral, reflexionando sobre las consecuencias éticas y las medidas legislativas que sería necesario proponer a los gobiernos y a los equipos científicos. Es de desear que vuestra voz autorizada contribuya a la elaboración de un consenso internacional en este campo tan delicado, consenso fundado en la verdad objetiva del hombre, captada por la recta razón. A partir de aquí, hay que esperar que las instituciones competentes se preocupen por favorecer una reflexión profunda, para que todo país pueda disponer de reglamentaciones que protejan a la persona humana y su patrimonio genético, estimulando la investigación fundamental y la investigación aplicada a la salud de las personas.

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6. No es una razón de competencia científica específica la que impulsa al Magisterio a interesarse por los campos en los que desarrolláis vuestras investigaciones. La existencia de la Academia muestra que la Iglesia respeta la autonomía de las disciplinas científicas. Más aún, “los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios y que la criatura racional pretende rivalizar con el Creador, están, por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio” (Gaudium et spes, 34). La Iglesia sólo interviene en virtud de su misión evangélica: tiene el deber de dar a la razón humana la luz de la Revelación, de defender al hombre y de velar por “su dignidad de persona, dotada de alma espiritual, de responsabilidad moral y llamada a la comunión beatífica con Dios” (Congregación para la doctrina de la fe, Donum vitae, 2).

Dado que se trata del hombre, los problemas rebasan el marco de la ciencia, que no puede explicar la trascendencia de la persona ni dictar las normas morales que nacen del lugar central y de la dignidad primordial que le corresponde en el universo. Con este espíritu, hay que alentar la existencia de los comités de ética, para ayudar a la ciencia a valorar los aspectos morales de las investigaciones y a determinar sus condiciones éticas.

[DP-134 (1994), 214, 215]