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[1635] • JUAN PABLO II (1978-2005) • PARA UNA EXPRESIÓN CANÓNICA MÁS COMPLETA DE LA FAMILIA FUNDADA SOBRE EL MATRIMONIO

Discurso Sono lieto, a los participantes en el Congreso “La expresión canónica de la familia fundada en el matrimonio ante el tercer milenio”, organizado por el Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad de Navarra, 3 noviembre 1994

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1. Tengo la satisfacción de recibir en vosotros a los participantes del Congreso “La expresión canónica de la familia fundada en el matrimonio ante el tercer milenio”, organizado por el Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad de Navarra y celebrado en Roma por el Ateneo Romano de la Santa Cruz, con el patrocinio del Consejo Pontificio para la Familia y de la Asociación Internacional para la Promoción del Estudio del Derecho Canónico. Saludo a Mons. Eugenio Corecco, Presidente de la “Consociatio”, al Rector Magnífico del Ateneo Romano de la Santa Cruz, Mons. Luis Clavell –al cual estoy muy agradecido por el saludo que me ha dirigido–, y al Director del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad de Navarra, Profesor Pedro Juan Viladrich. Saludo también a los ponentes y a todos vosotros que habéis tomado parte en este encuentro de estudio, que respresenta una etapa significativa del programa de investigación puesto en marcha por vuestro Instituto como contribución específica de la ciencia canonística al Año Internacional de la Familia.

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2. La Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, se ha sentido siempre íntimamente unida a la familia, ya que es en la familia de Nazaret donde se ha realizado el misterio divino de la Encarnación del Verbo. A lo largo de los siglos, la comunidad cristiana ha tratado de expresar, de forma cada vez más profunda, aquella gran verdad según la cual desde el principio (Gn 1, l), en la creación del ser humano como hombre y mujer, la comunidad conyugal y la familia fundada sobre ella constituyen una especial y privilegiada revelación del Dios Trino y, al mismo tiempo, una revelación de la constitutiva naturaleza familiar de la persona humana. Como escribí en la Carta a las Familias, “a la luz del Nuevo Testamento es posible descubrir que el modelo original de la familia debe buscarse en Dios mismo, en el misterio trinitario de su vida” (n. 6)

Por ello, tanto para la Iglesia como para la sociedad civil, la familia fundada sobre el matrimonio representa el primero y principal camino para conocer y salvaguardar la verdad y la dignidad del hombre (cfr. ibid., n. 2). Existe un vínculo esencial entre el misterio y la misión de la Iglesia y el destino histórico de la familia. En este sentido, en todas las épocas ha sido misión de la Iglesia, también a través de la disciplina canónica, hacer evidentes para el Pueblo de Dios y para la comunidad humana las sucesivas profundizaciones en la comprensión del matrimonio y de la familia realizadas a partir de la revelación, de la tradición y del magisterio. Ello implica un mejor conocimiento no solamente del hombre y de la mujer, sino también del destino de comunión amorosa que el Señor ha previsto para todas las personas y para toda la comunidad.

En esta nuestra época, por desgracia, se cierne amenazador el riesgo de destruir la original armonía inscrita al principio en el hombre y representada por el don divino de la familia. Asistimos a diversos intentos de romper los vínculos que unen el sentido esponsal de la sexualidad humana con la verdad del amor entre el hombre y la mujer, el matrimonio con la fecundidad, la familia con toda la sociedad.

Juntamente con estos elementos inquietantes, nuestra época, acaso como ninguna otra anteriormente, ofrece, sin embargo, al pueblo de Dios y a la cultura jurídica de la comunidad humana la ocasión para una más rica y completa expresión canónica de la familia fundada en el matrimonio. Deben, por tanto, ser estimulados los laudables esfuerzos realizados por la ciencia canónica en tal dirección. De dichos esfuerzos vuestro congreso es un significativo testimonio.

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3. En el estudio y en la reflexión de estos días, estáis considerando la armonía innata a la familia como don de Dios al hombre, teniendo presentes los movimientos de la persona humana en la que se unen sustancialmente sexualidad, corporeidad y principio personal. Bajo esta óptica el amor sexual humano aparece como integración entre las dinámicas instintivas, efectivas y voluntarias del hombre. El pacto conyugal, por su parte, se presenta como el poder de dar vida a una verdadera comunión entre los cónyuges a partir de la dualidad sexual. Tiene origen así aquella comunidad conyugal de vida y de amor que funde juntos a dos seres humanos abriéndolos al mismo tiempo a la procreación y a la educación de los hijos. Nace de esta forma la familia que, por el hecho de ser comunidad de esposos, padres, hijos y hermanos, se considera como célula fundamental de la sociedad y como Iglesia doméstica. Esta profunda secuencia de elementos antropológicos, que descubre y defiende la verdad sobre el hombre, ha asumido en la Encarnación y Redención del Verbo la dimensión de un nuevo y grande misterio: el mismo Señor, Esposo de la Iglesia, se entrega como Esposo a los esposos en la sacramentalidad del matrimonio cristiano.

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4. “La Iglesia profesa que el matrimonio, como sacramento de la alianza entre los esposos, es un gran misterio, ya que en él se manifiesta el amor esponsal de Cristo por su Iglesia” (ibid., n. 19). A propósito de este gran misterio, debemos reflexionar sobre la intervención de la Virgen María en las bodas de Caná de Galilea. María es la mujer que une en sí la cualidad de hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, esposa de Dios Espíritu Santo. Ella, en su delicada intervención maternal, advierte la dificultad de las circunstancias y el apuro de los esposos: destaca los límites de las previsiones nupciales humanas. “No tienen vino” (Jn 2, 3). En el momento en el que Jesús está terminando el tiempo de la vida doméstica para iniciar la vida pública, la Virgen intercede para que Él intervenga. Es María la que insiste: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). Y el Señor convierte el agua en el vino nuevo y mejor, señal del amor divino que transforma el amor humano y lo convierte en vocación redentora y camino de santidad cristiana.

¡Queridos hermanos y hermanas! Ojalá que la ciencia canónica pueda contemplar a la Madre de Dios, y la Madre aceptar esta vuestra responsabilidad de profundizar la expresión canónica de la familia fundada en el sacramento del matrimonio, como también las diversas iniciativas del Instituto de Ciencias para la Familia durante este Año Internacional.

Con estos sentimientos, de corazón imparto a todos mi bendición.

[E 55 (1995), 87]