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[1647] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL CELIBATO APOSTÓLICO Y EL MATRIMONIO, PARTICIPACIONES DIVERSAS Y COMPLEMENTARIAS EN EL MISTERIO DE AMOR DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

De la Alocución I religiosi, en la Audiencia General, 23 noviembre 1994

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3. Es sabido que también San Pablo tomó y desarrolló la imagen de Cristo Esposo, sugerida por el Antiguo Testamento y adoptada por Jesús en su predicación y en la formación de sus discípulos, que constituirían la primera comunidad. A quienes están casados, el apóstol les recomienda que consideren el ejemplo de las bodas mesiánicas: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia” (Ef 5, 25). Pero también fuera de esta aplicación especial al matrimonio, considera la vida cristiana en la perspectiva de una unión esponsal con Cristo: “Os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo” (2 Co 11, 2).

Pablo deseaba hacer esta presentación de Cristo-Esposo a todos los creyentes. Pero no cabe duda de que la imagen paulina de la Virgen casta tiene su aplicación más plena y su significado más profundo en la castidad consagrada. El modelo más espléndido de esta realización es la Virgen María, que acogió en sí lo mejor de la tradición esponsalicia de su pueblo, y no se limitó a la conciencia de su pertenencia especial a Dios en el plano sociorreligioso, sino que llevó la idea del carácter nupcial de Israel hasta la entrega total de su alma y de su cuerpo por el Reino de los cielos, en su forma sublime de castidad elegida conscientemente. Por esta razón, el Concilio puede afirmar que la vida consagrada en la Iglesia se realiza en profunda sintonía con la bienaventurada Virgen María (cf. Lumen gentium, 41), a quien el magisterio de la Iglesia presenta como “la más plenamente consagrada” (cf. Redemptionis donum, 17).

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4. En el mundo cristiano una nueva luz brotó de la palabra de Cristo y de la oblación ejemplar de María, que las primeras comunidades conocieron muy pronto. La referencia a la unión nupcial de Cristo y de la Iglesia confiere al mismo matrimonio su dignidad más alta. En particular, el sacramento del matrimonio hace entrar a los esposos en el misterio de unión de Cristo y de la Iglesia. Pero la profesión de virginidad o celibato hace participar a los consagrados, de una manera más directa, en el misterio de esas bodas. Mientras que el amor conyugal va a Cristo-Esposo mediante una unión humana, el amor virginal va directamente a la persona de Cristo a través de una unión inmediata con él, sin intermediarios: un matrimonio espiritual verdaderamente completo y decisivo. Así en la persona de quienes profesan y viven la castidad consagrada la Iglesia realiza plenamente su unión de Esposa con Cristo-Esposo. Por eso, se debe decir que la vida virginal se encuentra en el corazón de la Iglesia. [...]

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7. El carácter permanente de la unión nupcial de Cristo y de la Iglesia se expresa en el valor definitivo de la profesión de la castidad consagrada en la vida religiosa: “La consagración será tanto más perfecta cuanto, por vínculos más firmes y más estables, represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a su Iglesia” (Lumen gentium, 44). La indisolubilidad de la alianza de la Iglesia con Cristo-Esposo, participado en el compromiso de la entrega de sí a Cristo en la vida virginal, funda el valor permanente de la profesión perpetua. Se puede decir que es una entrega absoluta a aquel que es el Absoluto.

Lo da a entender Jesús mismo cuando dice que “nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios” (Lc 9, 62). La permanencia, la fidelidad al compromiso de la vida religiosa se iluminan a la luz de esta parábola evangélica.

Con el testimonio de su fidelidad a Cristo, los consagrados sostienen la fidelidad de los mismos esposos en el matrimonio. La tarea de brindar este apoyo está incluida en la declaración de Jesús sobre quienes se hacen eunucos por el Reino de los cielos (cf. Mt 19, 10-12): con ella el Maestro quiere mostrar que no es imposible observar la indisolubilidad del matrimonio –que acaba de anunciar–, como insinuaban sus discípulos, porque hay personas que, con la ayuda de la gracia, viven fuera del matrimonio en una continencia perfecta.

Por tanto, puede verse que el celibato consagrado y el matrimonio, lejos de oponerse entre sí, están unidos en el designio divino. Juntos están destinados a manifestar mejor la unión de Cristo y de la Iglesia.

[E 54 (1994), 1957-1958]