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[1651] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA Y LA IGLESIA, PROMOTORAS DE UNA CULTURA DE ACOGIDA Y SOLIDARIDAD CON LOS DISCAPACITADOS

Discurso Sono molto lieto, al Ministro del Gobierno de Italia para la Familia y los Asuntos Sociales, 3 diciembre 1994

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[1.–] Me complace acogerlo a usted y a este distinguido grupo de personas, a quienes saludo con afecto. Nuestro encuentro tiene lugar en la fecha significativa de la Jornada mundial del minusválido, antes de que concluya el Año internacional de la familia. Minusválido y familia constituyen un binomio importante, en el que conviene detenerse a reflexionar.

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[2.–] En efecto, no es posible salir eficazmente al encuentro de los necesitados y a las exigencias de los discapacitados, si no se comprometen los respectivos núcleos familiares. Y cuando, por diversos motivos, no se puede contar con ellos, es preciso hacer todo lo posible por buscar experiencias familiares o comunitarias sustitutivas, que ofrezcan a la persona la posibilidad concreta de lograr moverse con suficiente autonomía en la compleja sociedad moderna. Si la familia constituye el ambiente primario en que todo hombre desarrolla su identidad y sus relaciones, eso vale con mayor razón para las personas que, en el itinerario de ese desarrollo, encuentran obstáculos más o menos graves de varios tipos.

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[3.–] Esta Jornada mundial, que la Organización de las Naciones Unidas instituyó oportunamente hace dos años, quiere sensibilizar a la opinión pública con respecto a la situación de todos los disminuidos. Los cristianos, que han recibido del Señor el mandato de amar no sólo de palabra, sino con obras y en verdad (cf. 1 Jn 3, 18), han puesto en marcha a lo largo de los siglos numerosas iniciativas de solidaridad concreta hacia las más diversas formas de minusvalía que puedan presentar las personas de cualquier edad. La Iglesia, al tiempo que estimula a perseverar en este esfuerzo, no deja de ofrecer su apoyo a toda iniciativa que, como ésta, se encamine a promover la cultura de la acogida y la solidaridad, particularmente hacia los que, a causa de su minusvalía, corren el peligro de quedar marginados en la sociedad.

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[4.–] No se construye un mundo auténticamente humano, si no se ayuda a las personas y a las familias a ser realmente protagonistas de su propia vida, en un marco de desarrollo libre y solidario, inspirado y sostenido por valores universales y perennes.

[O.R. (e.c.), 16.XII.1994, 14]