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[1666] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA NAVIDAD, FIESTA DE LA FAMILIA

Mensaje “Urbi et Orbi” Il Signore Gesù, a todas las Familias del mundo, en la Navidad, 25  diciembre 1994

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1. “El Señor Jesús, cuando ruega al Padre ‘que todos sean uno, como nosotros también somos uno’ (Jn 17, 21-22), (...) sugiere que existe cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad”. Así leemos en la constitución pastoral del Concilio Ecuménico Vaticano II Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo (n. 24).

Después de haber abierto ante la razón humana las inaccesibles perspectivas de la fe, el Concilio prosigue: “Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (ib.).

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2. Hoy es el día de la Navidad del Señor: El Padre nos ha entregado a su Hijo: por este don inefable nos sentimos llenos de alegría.

El Hijo de Dios, que fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Inmaculada Virgen María y nació en la gruta de Belén, escogió entrar en el mundo dentro de una familia, la Sagrada Familia de Nazaret.

Ante el belén, los ojos del corazón y de la fe se concentran en esta familia: En Jesús, en María y en José.

Durante el tiempo de Navidad, nuestra mirada gozará al contemplar el misterio de la Sagrada Familia, como gozan los niños cuando contemplan el belén, reconociendo en él casi un modelo de su familia, la familia en la que han venido al mundo.

¡Cuántos belenes hay en el mundo! En las iglesias, en las plazas, como aquí en esta plaza de San Pedro, en las casas e incluso en los lugares de trabajo. La Navidad del Señor nos llena de alegría; y nos llena de alegría el misterio de la Sagrada Familia. Todos quieren participar en esta alegría: es una alegría que hoy les deseamos a todos.

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3. Mi mensaje navideño este año está dirigido, sobre todo, a las familias. Al final del año dedicado especialmente a ellas, mi pensamiento vuelve al misterio de la Sagrada Familia, donde comenzó la celebración.

El legado pontificio se dirigirá de nuevo a Nazaret, en la fiesta de la Sagrada Familia, para concluir solemnemente este Año en el lugar santificado por la presencia humilde y laboriosa de María, de José y de Jesús.

Con este mensaje quisiera recordar todo lo que dije, el pasado mes de febrero, a las familias del mundo entero mediante la Carta especial dirigida a ellas. Deseo dar gracias por todos los frutos que el Año de la familia ha producido en las diversas comunidades eclesiales y en los países de todos los continentes. Han sido innumerables las actividades organizadas a lo largo de estos meses en favor de la familia: culminaron con el inolvidable encuentro de las familias, procedentes de todo el mundo, aquí, en esta plaza, los días 8 y 9 del pasado mes de octubre. ¡Con cuánto gozo celebramos entonces esa gran fiesta, en la que la familia, pequeña iglesia doméstica, se hizo presente de manera verdaderamente universal! Se llevó a cabo un gran esfuerzo creativo para favorecer la dignidad del matrimonio y de la familia, según la expresión de la Gaudium et spes, y para organizar actividades en favor de su santidad.

Al recordar todo esto, brota de lo más íntimo de mi corazón la súplica: Familia, Sagrada Familia, ¡guíanos con tu ejemplo y protégenos!

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4. Jesús ruega al Padre Celestial que todos sean uno (cf. Jn 17, 21): es una oración que aflora a sus labios la víspera de su pasión; una oración, que, sin embargo, él llevaba ya dentro de su alma en el momento de su nacimiento: Padre, haz que “sean uno como nosotros” (Jn 17, 22). ¿No oraba en ese momento también por la unidad de las familias humanas? Desde luego, oraba ante todo por la unidad de la Iglesia; pero la familia, sostenida por un sacramento especial, es célula vital de la Iglesia; más

aún, según la enseñanza de los Padres, es una pequeña iglesia doméstica. Así pues, Jesús rogó desde su venida al mundo para que todos cuantos creen en Él expresen su comunión a partir de la profunda unidad de sus familias; unidad que, por lo demás, está inscrita desde el principio en el proyecto de Dios sobre el amor conyugal, del que brota la familia (cf. Mt 19, 4-6). Podemos, por tanto, pensar que Jesús rogó por la sagrada y fundamental unidad de toda familia. Oró por “la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad”. Habiendo realizado la “entrega sincera de sí mismo a los demás” al venir a este mundo, oró para que todos los hombres, fundando la familia, para el bien de ella realizaran una sincera entrega recíproca: maridos y mujeres, padres e hijos, y todas las generaciones que componen la familia, cada uno dando su aportación peculiar.

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5. Familia, Sagrada Familia, familia tan íntimamente unida al misterio que contemplamos el día de la Navidad del Señor, ¡guía con tu ejemplo a las familias de toda la tierra!

A ellas quiero dirigir ahora un saludo y los deseos que brotan del misterio de la Navidad del Señor.

Hijo de Dios, que viniste a nosotros en el calor de una familia, concede a todas las familias crecer en el amor y colaborar en el bien de la Humanidad entera mediante el compromiso de la unidad fiel y fecunda, mediante el respeto a la vida y la búsqueda de la solidaridad fraterna con todos.

Enséñales a renunciar por esto al egoísmo, a la mentira y a la búsqueda incontrolada de su propio provecho.

Ayúdalas a desarrollar los inmensos recursos del corazón y de la inteligencia, que crecen cuando tú eres quien las inspiras.

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6. Pero, mientras contemplo las familias a la luz de la Santa Navidad, no puedo por menos de dirigir mi pensamiento a la gran familia humana, lamentablemente desgarrada por egoísmos y violencias que perduran.

La tragedia de la guerra en muchas regiones del mundo sigue causando innumerables víctimas, incluso entre personas inocentes e inermes. ¿Cómo no pensar en el interminable conflicto bélico que desgarra, en el centro de Europa, los Balcanes? Nuevos focos de tensión amenazan con involucrar a otras regiones del mundo, como el Cáucaso, donde la situación resulta cada vez más preocupante;

Angola, que sigue sufriendo las convulsiones de una lucha fratricida que nunca se calma; Ruanda, que, después de haber sufrido graves y profundas heridas, trata de salir del abismo en el que ha sido hundida por pasiones irracionales; Burundi, país marcado también por un malestar alarmante. Y, ¿qué decir de Sudán, con su guerra olvidada y de Argelia, donde la violencia homicida tiene secuestrado a todo un pueblo? E incluso la tierra donde Jesús nació ¿no sigue siendo teatro de enfrentamientos y lugar de división?

Llegue a todos mi deseo de paz, en este día que celebramos al Príncipe de la paz.

Llegue, de manera especial, a las familias, a los niños, a las mujeres, a los ancianos, a los minusválidos, con frecuencia víctimas indefensas del egoísmo y de la marginación.

Pido al Señor, pequeño e inerme como se nos presenta en el belén, que suscite en todo corazón ternura y compasión:

[E 55 (1995), 26-27]