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[1699] • JUAN PABLO II (1978-2005) • RESPONSABILIDAD DE LAS FAMILIAS EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA CULTURA DE LA VIDA

Del Discurso I am pleased, a los Presidentes de las Comisiones Episcopales de Asia para la Familia, 26 mayo 1995

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1. Me complace dar la bienvenida a los presidentes de las comisiones episcopales para la familia de diversos países de Asia, que se encuentran en Roma por invitación del Consejo pontificio para la familia. Os habéis reunido para reflexionar en la situación de la familia y responder con renovado empeño a los numerosos desafíos que afronta la vida familiar en la Iglesia y en la sociedad.

En un encuentro como éste, dije a los obispos presidentes de las comisiones episcopales de África para la familia: “La familia es el corazón de la nueva evangelización” (2 de octubre de 1992). Cuando contemplo vuestro continente, con su rica herencia cultural, con sus grandes dimensiones y su numerosa población, donde la Iglesia es una pequeña grey, me parece que esta afirmación es especialmente verdad. El Evangelio de Cristo ha de proclamarse, con entusiasmo y fuerza renovados, en la familia y desde la familia.

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2. Las familias que, en Cristo, forman una verdadera comunión basada en el matrimonio, una comunión de vida y amor –estable, responsable y abierta a la vida–, constituyen un testimonio que es proclamación viva y eficaz de la buena nueva y, específicamente, del evangelio de la familia.

El testimonio de las familias depende, ante todo, de la fidelidad de los esposos en su entrega recíproca, que da alegría y sentido a la vida. La Iglesia proclama que en la familia cristiana, a través del sacramento del matrimonio, está presente y actúa el Señor, el Esposo, el único mediador entre Dios y la humanidad, nuestro salvador Jesucristo (cf. Carta a las familias, Gratissimam sane, 18). Él, el Señor de la vida, quiere que la familia sea el santuario de la vida.

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3. Durante estos días habéis examinado las dificultades especiales que afronta la familia en Asia: pobreza, emigración, políticas de control demográfico y muchas otras. Y habéis llegado, una vez más, a la conclusión de que el bienestar de las personas, de los pueblos y de las naciones depende directamente del bienestar de las familias.

De hecho, como puse de relieve en la encíclica Evangelium vitae, existe un nexo muy íntimo entre la familia y la cultura de la vida (cf. n. 92). Donde se halla amenazada la familia, célula básica de la sociedad, la vida misma corre un gran peligro. Se debe preparar a las familias, ante todo, a resistir y superar la cultura de la muerte, ese sistema invasor de valores y actitudes que, unas veces de modo sutil y otras de modo abierto, viola los derechos humanos y niega la santidad de la vida.

Además, especialmente en Asia, los esfuerzos por construir una cultura de la vida basada en la familia proporcionan un campo fértil para la colaboración ecuménica e interreligiosa. “A las puertas del tercer milenio (...), sólo la cooperación concorde de cuantos creen en el valor de la vida podrá evitar una derrota de la civilización de consecuencias imprevisibles” (ib., 91).

[O.R. (e. c.) 9.VI.1995, 6]