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[1702] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA DEFENSA DE LA FAMILIA, DEFENSA DE LA PERSONA Y DE LA SOCIEDAD

De la Alocución La missione, en la Audiencia General, 21 junio 1995

1995 06 21 0004

4. El Concilio especifica que la Iglesia presta gran ayuda a los hombres. Ante todo, descubre a cada uno la verdad sobre su existencia y su destino. Muestra a cada persona que Dios es la única respuesta verdadera a las aspiraciones más profundas de su corazón, “que nunca se sacia plenamente con los alimentos terrestres” (Ib., 41). Además, defiende a toda persona, en virtud del Evangelio que se le ha confiado, con la proclamación de los “derechos fundamentales de la persona y de la familia” (ib., 42) Y con su benéfico influjo sobre la sociedad, para que respete esos derechos y se ponga en marcha el proceso de cambio de todas las situaciones en que esos derechos son claramente violados.

Por último, la Iglesia pone de manifiesto y proclama también los derechos de la familia, vinculados indudablemente a los de la persona y exigidos por el mismo ser humano en cuanto tal. Junto a la defensa de la dignidad de la persona en todas las fases de su existencia, la Iglesia no cesa de subrayar el valor de la familia, en la que todo hombre y toda mujer están insertados naturalmente. En efecto, existe una profunda correlación entre los derechos de la persona y los de la familia: no se pueden defender de forma eficaz las personas sin una clara referencia a su marco familiar.

La Iglesia, aunque tiene una misión que “no es de orden político, económico o social”, sino “de orden religioso” (ib.), lleva a cabo una acción benéfica también en favor de la sociedad. Esa acción se realiza de varias formas. Suscita obras destinadas al servicio de todos y especialmente de los necesitados; promueve “una sana socialización y asociación civil y económica” (ib.); exhorta a los hombres a superar las desavenencias entre naciones y razas, favoreciendo la unidad a nivel internacional y mundial; apoya y sostiene, en la medida de sus posibilidades, las instituciones que miran al bien común.

Orienta y anima la actividad humana (cf. ib., 43) e impulsa a los cristianos a comprometer sus fuerzas en todos los campos para el bien de la sociedad. Los invita a seguir el ejemplo de Cristo, carpintero de Nazaret, a guardar el precepto del amor al prójimo, a realizar en su vida la exhortación de Jesús a hacer fructificar los propios talentos (cf. Mt 25, 14-30). Los estimula, además, a dar su contribución al esfuerzo científico y técnico de la sociedad humana; a comprometerse en las actividades temporales, campo propio de los seglares (cf. Gaudium et spes, 43), para el progreso de la cultura, la realización de la justicia y el logro de una verdadera paz.

[DP-63(1995), 145]