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[1709] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA IMPORTANCIA DE LA MUJER EN LA VIDA SOCIAL

Saludo en el rezo del Ángelus, 23 julio 1995

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1. Es un “signo de los tiempos” que el papel de la mujer sea cada vez más reconocido no solamente en el ámbito de la familia, sino también en el horizonte más amplio de todas las actividades sociales. Sin la contribución de las mujeres, la sociedad es menos viva, la cultura menos rica, la paz más insegura. Deben, por tanto, considerarse profundamente injustas, no solamente respecto a las mujeres mismas, sino respecto a toda la sociedad, aquellas situaciones en las que a las mujeres les es impedido desarrollar todas sus potencialidades y ofrecer la riqueza de sus dones.

Ciertamente, su valoración extra-familiar, especialmente en el período en el que desarrollan los cometidos más delicados de la maternidad, debe cumplirse respetando este fundamental cometido. Pero, salvada dicha exigencia, es necesario trabajar a fondo convencidamente para que a las mujeres sea abierto el más amplio espacio en todos los ámbitos de la cultura, de la economía, de la política y de la misma vida eclesial, a fin de que la humana convivencia resulte cada vez más enriquecida por los dones de la masculinidad y de la feminidad.

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2. La mujer, en realidad, posee un genio propio, del que tanto la sociedad como la Iglesia tienen una necesidad vital. No se trata, ciertamente, de imponer la mujer al hombre, ya que es evidente que las dimensiones y los valores fundamentales son comunes, pero éstos adquieren en el hombre y en la mujer valencias, resonancias y acentos diversos, y justamente esta diversidad es fuente de enriquecimiento.

Del genio femenino, en la Mulieris dignitatem, he puesto en evidencia un aspecto que hoy querría subrayar: la mujer está dotada de una particular capacidad de acogida del ser humano en su ser concreto (cfr. n. 18). También este su trato singular, que la abre a una maternidad no solamente física sino también afectiva y espiritual, se encuentra en el seno del designio de Dios, que ha confiado a la mujer el ser humano de forma muy especial (cfr. ibid., n. 30). Naturalmente la mujer, no menos que el hombre, debe vigilar, para apartar su sensibilidad de la tentación del egoísmo posesivo y ponerla al servicio de un auténtico amor. Bajo estas condiciones, ella da sus mejores frutos, llevando a todas partes un toque de generosidad, de ternura, de gusto de la vida.

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3. Miremos al modelo de la Virgen Santa. En el relato de las bodas de Caná, el Evangelio de San Juan nos ofrece un sugestivo detalle de su personalidad, cuando nos dice que, incluso en medio del clima distendido de un banquete nupcial, solamente Ella se percató de que iba a faltar el vino. Y para evitar que la alegría de los esposos se transformase en un malestar enojoso, no dudó en pedir a Jesús su primer milagro. ¡He aquí el “genio” de la mujer! Que la delicadeza atenta, toda femenina y maternal de María, sea el espejo ideal de toda auténtica feminidad y maternidad.

[E 55 (1995) 1240]