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[1710] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA IMPORTANCIA DE LA FUNCIÓN EDUCADORA DE LA MUJER

Saludo en el rezo del Ángelus, 30 julio 1995

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1. En el Mensaje que el pasado 26 de mayo hice llegar a la señora Gertrudis Mongella, secretaria general de la próxima Conferencia de Pekín, me permití observar que, por una renovada estima de la misión de la mujer en la sociedad, sería oportuno volver a escribir la historia de forma menos unilateral. Desgraciadamente una cierta historiografía ha prestado más atención a los acontecimientos extraordinarios y clamorosos, que al ritmo ordinario de la vida, y la historia que de ello resulta es casi únicamente la historia de las realizaciones de los hombres. Es necesaria una inversión de tendencia. “Mucho es lo que queda todavía por decir y escribir sobre la deuda enorme del hombre hacia la mujer en todos los sectores del progreso social y cultural” (ibíd., 6). Con la intención de contribuir a llenar esta laguna, querría convertirme en voz de la Iglesia y rendir homenaje a la múltiple, inmensa, aun cuando frecuentemente silenciosa, contribución de las mujeres en todos los ámbitos de la existencia humana.

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2. Hoy, en particular, deseo recordar a la mujer como educadora. Es un dato extraordinariamente positivo que, en los países en los que la institución escolar está más desarrollada, la presencia de mujeres docentes crezca cada vez más. De esta mayor implicación de la mujer en la escuela se puede, sin más, esperar un salto de calidad en el mismo proceso educativo. Es una esperanza motivada, si se considera el sentido profundo de la educación, que no puede reducirse a una árida transmisión de nociones, sino que debe aspirar al crecimiento del hombre en la globalidad de sus dimensiones. Bajo este perfil, ¿cómo no reconocer la importancia del “genio femenino”? Éste es, sin duda alguna, indispensable en la primera educación en familia. Su incidencia “educativa” comienza por el niño cuando todavía se encuentra en el seno materno.

Pero no menos importante es el papel de la mujer en el resto del itinerario educativo, dado que tiene una singular capacidad de mirar a la persona como tal, reconoce sus deseos y necesidades con particular intuición, sabe situarse ante los problemas con gran participación. Los mismos valores universales, que toda sana educación debe proponer siempre, son ofrecidos por la sensibilidad femenina con una tonalidad complementaria con la del hombre. La propuesta educativa global resultante se ve, sin duda alguna, enriquecida, cuando de los proyectos y de las instituciones formativas se ocupan al mismo tiempo hombres y mujeres.

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3. Que la Virgen Santa guíe este redescubrimiento de la misión femenina en el campo educativo. María tuvo con su Hijo una relación singular: por una parte, era su dócil discípula, meditando sus palabras en lo íntimo del corazón; por otra, como madre y educadora, ayudaba a su humanidad a crecer “en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52). Que dirijan a Ella sus miradas las mujeres y los hombres que trabajan en el campo de la educación, comprometidos en construir el futuro del hombre.

[E 55 (1995), 1241]