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[1720] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, VERDADERA Y PRIMERA ESCUELA DE LA VIDA

Saludo a los Niños, en el Santuario de Loreto (Italia), 10 septiembre 1995

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1. Me complace poder reunirme, durante esta peregrinación, con vosotros y vuestros padres. Os saludo a todos con afecto, y doy las gracias a la persona que ha hablado en nombre de todos. Me da mucha alegría el hecho de que hayáis leído mi Carta a los niños y que os haya gustado. Quisiera daros un consejo: conservadla y, de vez en cuando, releedla. Es un modo de mantenerse cerca del Papa, de recordarlo y de orar según sus intenciones.

Decía que en esta peregrinación no podía faltar un encuentro con los niños y sus familias. En efecto, la Casa de María, que se venera desde hace siete siglos en el santuario de Loreto, nos hace pensar en la vida de la Sagrada Familia, en Nazaret. Podemos imaginar al niño Jesús en su ambiente cotidiano: mientras corre y juega alrededor de su casa, mientras duerme, o mientras come a la mesa con sus padres. También lo vemos salir, el sábado, para ir a la sinagoga, donde escuchaba las sagradas Escrituras y participaba en las oraciones rituales de su pueblo.

Tal vez en aquel tiempo había una escuela en Nazaret. Pero probablemente esto es algo en lo que preferís no pensar, especialmente en estos últimos días de vacaciones. De todos modos, también para Jesús la primera escuela verdadera de vida fue precisamente su familia: de José y de María aprendió las cosas más importantes: la humildad, la fidelidad, la oración, el trabajo...

Y así, como narra san Lucas, “Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52).

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2. Queridos niños, ya sabéis que la familia de Jesús, cuando él era todavía muy pequeño, se vio obligada a huir de Palestina a Egipto, porque Herodes quería asesinar al Niño. José, María y Jesús fueron “prófugos”, como se dice con una palabra que, por desgracia, hoy aparece a menudo. En nuestro días, hay millones de prófugos en el mundo. Entre éstos, la mayor parte son familias, y muchísimas, especialmente en África, tienen hijos pequeños.

En este momento, junto con vosotros, quisiera encomendar a la Virgen y a la Sagrada Familia a todos los niños prófugos del mundo. Así mismo, os invito a recordar a tantos coetáneos vuestros que han perdido a su papá o a su mamá, o a ambos, a causa de la guerra. Precisamente aquí, en Loreto, el año pasado, me encontré con un grupo de mujeres de Sarajevo, cuyos esposos habían muerto en la guerra. Nuestra oración no debe quedarse en palabras: sintámonos comprometidos, como cristianos, como Iglesia, a ser casa para quien no tiene casa, y familia para quien no tiene familia.

Sé que vosotros, los niños, sois particularmente sensibles ante estos problemas. Incluso me lo habéis escrito, respondiendo a mi Carta, en la que os invitaba a orar conmigo por la paz. Os repito que cuento mucho con vosotros para esta batalla pacífica, que estamos librando contra las fuerzas del mal.

Nunca os dejéis llevar por los ejemplos y los mensajes negativos que, desgraciadamente, nos llegan hoy con frecuencia desde tantas partes. Hay muchos problemas y mucha violencia en el mundo, pero orientad vuestros ojos y vuestro corazón hacia el amor, la bondad y la verdad. Aprended de Jesús, que vencía el mal con el bien.

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3. Quiero deciros otra cosa, pensando en Jesús cuando tenía vuestra misma edad. ¿Recordáis lo que dijo a sus padres, preocupados por haberlo perdido, cuando, después de haberlo buscado por todas partes, lo encontraron mientras discutía con los doctores en el templo? A María, su madre, que le preguntó: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?” (Lc 2, 48), le respondió: “Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2, 49). Después de esto, Jesús volvió a Nazaret con sus padres y, dice el Evangelio, “vivía sujeto a ellos” (Lc 2, 51).

Cada uno de nosotros tiene un Padre en el cielo y una familia en la tierra. Debemos aprender a escuchar la voz de Dios Padre que habla a nuestro corazón. ¡Esto es lo que significa hacerse grandes! Una persona es grande cuando reconoce a Dios como Padre y se comporta como hijo digno y agradecido. Jesús, a los doce años, quiso dar a entender a sus padres que deseaba seguir, ante todo, la voluntad del Padre celestial, y, podríamos decir, precisamente, por eso fue siempre obediente, viviendo en Nazaret y ayudando a José en su trabajo de carpintero.

Así, él es el modelo que tenéis que imitar en la obediencia a vuestros padres. Al mismo tiempo, os invita a amar con todo vuestro corazón al Padre que está en el cielo y a escuchar su voz, que os llama a cada uno a cumplir una misión singular en la Iglesia y en la sociedad. Queridos niños, cuando Dios os da a entender que quiere de vosotros un signo de amor, de honor especial, no tengáis miedo de realizarlo, y también vuestros padres se darán cuenta de que os estáis transformando en cristianos maduros, que aman a Dios por encima de todo.

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4. ¡Cuántas otras cosas podríamos decir!, pero el tiempo apremia, y ha llegado el momento de despedirnos. Aquí, en Loreto, hay una situación del todo particular: en medio de las casas, se encuentra la Casa de María. Queridos niños y queridos padres, haced que los sentimientos, los gestos y las actitudes de Jesús, de san José y de la Virgen sean también los vuestros. En todas las casas reinen el amor, el respeto y la paz. El Señor conceda a las familias de Loreto ser auténticas iglesias domésticas, según la vocación de toda familia cristiana, y a los niños de Loreto ser verdaderos amigos de Jesús.

Por ello, os encomiendo a todos a la protección de la Sagrada Familia, y os bendigo de corazón.

[O.R. (e. c.) 22.IX. 1995, 9]