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[1745] • JUAN PABLO II (1978-2005) • MARÍA DE NAZARET, SÍMBOLO DE LA PERSONALIDAD FEMENINA

Alocución La dottrina mariana, en la Audiencia General, 29 noviembre 1995

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1. La doctrina mariana, ampliamente desarrollada en nuestro siglo bajo el aspecto teológico y espiritual, ha adquirido recientemente nueva importancia bajo el aspecto sociológico y pastoral, incluso para la mejor comprensión del papel de la mujer en la comunidad cristiana, como se deduce de no pocas y significativas intervenciones del Magisterio.

Son conocidas las palabras del mensaje que, al término del Concilio Vaticano II, el 8 de diciembre de 1965, los Padres dirigieron a las mujeres de todo el mundo: “Llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple con plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora” (Ench. Vat. 1, 307).

He corroborado dichas afirmaciones algunos años más tarde, en la encíclica Mulieris dignitatem: “La dignidad de la mujer y su vocación –objeto constante de la reflexión humana y cristiana– han adquirido una importancia muy particular en los años más recientes” (n. 1).

El papel y la dignidad de la mujer han sido particularmente reivindicados, en este siglo, por el movimiento feminista, que ha pretendido reaccionar, a veces en términos vibrantes, contra todo lo que, en el pasado y en el presente, ha dificultado la valoración y el pleno desarrollo de la personalidad femenina, como también su participación en las múltiples manifestaciones de la vida social y política.

Se trata de instancias, en gran parte legítimas, que han contribuido a una más equilibrada visión de la cuestión femenina en el mundo contemporáneo. Hacia dichas instancias, la Iglesia, sobre todo en época reciente, ha prestado singular atención, animada también por el hecho de que la figura de María, si se lee a la luz de su sintonía evangélica, constituye una válida respuesta al deseo de emancipación de la mujer: María es la única persona humana que realiza de forma eminente el proyecto de amor divino respecto a la Humanidad.

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2. Dicho proyecto se manifiesta ya en el Antiguo Testamento, con el relato de la creación, que presenta la primera pareja creada a imagen de Dios mismo: “Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, varón y hembra los creó” (Gn 1, 27). La mujer, por tanto, no menos que el hombre, lleva en sí la semejanza con Dios. Vale también para ella, desde su aparición sobre la tierra como resultado de la obra divina, la consideración: “Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho” (Gn 1, 31). Según esta perspectiva, la diversidad entre el hombre y la mujer no implica inferioridad de ésta, ni desigualdad, pero constituye un elemento de novedad que enriquece el designio divino, manifestándose como cosa “muy buena”.

Ahora bien, la intención divina va mucho más allá de lo que revela el Libro del Génesis. En María, en efecto, Dios ha hecho surgir una personalidad femenina que supera ampliamente las condiciones ordinarias de la mujer, tal como aparece en la creación de Eva. La excelencia única de María en el mundo de la gracia y su perfección son frutos de la particular benevolencia divina que quiere elevar a todos, hombres y mujeres, a la perfección moral y a la santidad propia de los hijos adoptivos de Dios. María es la “bendita entre todas las mujeres”; sin embargo, de su sublime dignidad en el plano divino participa, en cierto modo, toda mujer.

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3. El don singular hecho a la Madre del Señor no solamente evidencia lo que podríamos llamar el respeto de Dios por la mujer, sino que pone de relieve, además, la consideración profunda que existe en los designios divinos por su papel insustituible en la historia de la Humanidad.

Las mujeres tienen necesidad de descubrir esta estima divina para adquirir una conciencia cada vez más clara de su elevada dignidad. La situación histórica y social que ha provocado la reacción del feminismo estaba caracterizada por una falta de estima por el valor de la mujer, obligada frecuentemente a un papel de segundo plano o, sin más, marginal. Esto no les ha permitido expresar plenamente las riquezas de inteligencia y de sabiduría que encierra la femineidad. A lo largo de la historia, en efecto, las mujeres no raras veces han sido víctimas de escasa consideración en lo que se refiere a sus capacidades y, a veces, hasta de desprecio y de injustos prejuicios. Se trata de un estado de cosas que, a pesar de significativas modificaciones, desgraciadamente permanece también hoy en no pocas naciones y en no pocos ambientes del mundo.

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4. La figura de María manifiesta una tal estima de Dios por la mujer que priva de fundamento teórico toda forma de discriminación.

La obra admirable realizada por el Creador en María ofrece a los hombres y a las mujeres la posibilidad de descubrir dimensiones con anterioridad no lo suficientemente percibidas por su condición. Mirando a la Madre del Señor, las mujeres podrán comprender mejor su dignidad y la grandeza de su misión. Pero también los hombres, a la luz de la Virgen María, podrán tener una visión más completa y equilibrada de su identidad, de la familia y de la sociedad.

La atenta consideración de la figura de María, tal como nos la presenta la Sagrada Escritura leída en la fe de la Iglesia, es todavía más necesaria frente a la devaluación que, a veces, ha sido hecha de ella por algunas corrientes feministas. La Virgen de Nazaret ha sido presentada, en algunos casos, como el símbolo de la personalidad femenina encerrada en un horizonte doméstico restringido y angosto.

María, por el contrario, constituye el modelo del pleno desarrollo de la vocación de la mujer, habiendo ejercido, a pesar de las limitaciones objetivas puestas por su condición social, una influencia inmensa sobre el destino de la Humanidad y sobre la transformación de la sociedad.

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5. La doctrina mariana, además, puede ilustrar las múltiples formas con las que la vida de la gracia promueve la belleza espiritual de la mujer.

Ante la vergonzosa explotación de quien a veces convierte a la mujer en objeto sin dignidad, destinado a la satisfacción de topes pasiones, María reafirma el sentido sublime de la belleza femenina, don y reflejo de la belleza de Dios.

Es verdad que la perfección de la mujer, tal como se ha realizado plenamente en María, puede parecer a primera vista un caso excepcional, sin posibilidad de imitación, un modelo demasiado alto para ser imitado. De hecho, la santidad única de la que desde el primer instante recibió el privilegio de la concepción inmaculada, ha sido considerada a veces como signo de una distancia inalcanzable.

Antes, al contrario, la excelsa santidad de María, lejos de ser un freno en el camino del seguimiento del Señor, está destinada, en el proyecto divino, a animar a todos los cristianos a abrirse a la potencia santificadora de la gracia de Dios, para el cual nada es imposible. En María, por tanto, todos están llamados a una confianza total en la omnipotencia divina, que transforma los corazones, guiándolos hacia una disponibilidad plena a su providencial proyecto de amor.

[E 55 (1995), 1949-1950]