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[1753] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA BELLEZA DE LA VIDA FAMILIAR

De la Homilía en el canto del Te Deum y Primeras Vísperas en honor de la Virgen María Madre de Dios, con motivo del fin del año, en la iglesia de San Ignacio de Roma (Italia), 31 diciembre 1995

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2. El pasaje de la carta del apóstol Pablo a los Colosenses, que también hemos escuchado, pertenece a la liturgia de la fiesta de la Sagrada Familia, y pone de manifiesto de forma admirable la belleza de la vida familiar, en la que la bondad, la humildad, el perdón recíproco y la paz del corazón deben ser los sentimientos dominantes: “Por encima de todo esto, revestíos del amor que es el vínculo de la perfección” (Col 3, 14).

Éste es el clima de la comunidad familiar como Cristo la ha querido e instituido. Una familia nace con el sacramento del matrimonio, en el que los esposos se entregan y se acogen recíprocamente prometiéndose fidelidad, amor y respeto para toda la vida, en la prosperidad y en la adversidad. Cuando se intercambian esa promesa, los esposos se comprometen, en cierto sentido, también en favor de los hijos, pues también a ellos se dirige la promesa de fidelidad mutua. Con ella contarán los hijos, y de la experiencia que podrán hacer de su cumplimiento diario y perseverante aprenderán lo que significa amarse de verdad y la alegría que puede existir en la entrega recíproca sin reservas.

¿Cómo no contemplar, en este marco, a la Sagrada Familia de Nazaret? Irradia el amor-caridad que constituye un modelo admirable para las familias y también da la esperanza de que ese modelo es realizable en la vida diaria.

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3. Amadísimos hermanos y hermanas, hoy, último día de 1995, termina otro año que entregamos a la historia. Experimentamos una vez más la ley del tiempo, que nos acompaña en el curso de la existencia terrena. La percibimos de modo especial el día en que el año que está a punto de terminar cede el lugar al que está a punto de llegar.

Y dado que 1995 concluye con la fiesta de la Sagrada Familia, quisiera dedicar a todas las familias mi pensamiento y mi oración por un futuro de serenidad y de paz. Como Obispo de Roma pienso en este momento ante todo en las comunidades domésticas de la ciudad; pienso en todas las comunidades cristianas de Roma, a las que, como Pastor de esta ciudad, estoy llamado a servir. Doy gracias a la divina Providencia por haber podido visitar, también durante este año, cierto número de parroquias e iglesias de Roma: Virgen del Perpetuo Socorro, Santa Juana Antida Thouret, Virgen del Rosario, Virgen del Consuelo, Espíritu Santo en Sassia y Santa María en Vallicella, durante la primavera pasada; y, más recientemente, San Romano mártir, Santos Mártires Mario y Familia, Iglesia de los frisones, San Martín y San Antonio abad y Santa María, Reina de los Apóstoles. El número de las parroquias que he visitado se eleva así a 241; me faltan aún 90.

Para mí es siempre motivo de gran alegría y también de edificación reunirme con las comunidades de mi diócesis, por la gran riqueza de dones espirituales que encuentro en ellas y por el clima de familia que las caracteriza. Quisiera que estos dones y este clima se fortalezcan y se difundan aún más para que se consolide el entramado eclesial, la red espiritual que será importantísima para ofrecer a los peregrinos del gran jubileo del año 2000 una acogida digna de la ciudad de los santos apóstoles Pedro y Pablo.

Sin duda contribuirá a ese objetivo evangélico y espiritual la misión ciudadana de la que he hablado en varias ocasiones y que, también en esta circunstancia, encomiendo encarecidamente a la oración y al compromiso de todos los fieles de la ciudad.

Oremos juntos para obtener del Señor la colaboración generosa y solidaria de todas las fuerzas vivas de nuestra comunidad.

[DP-157 (1995), 261-262]