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[1766] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA MATERNIDAD VIENE DE DIOS

Alocución La maternità, en la Audiencia General, 6 marzo 1996

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1. La maternidad es un don de Dios. “He tenido un hombre gracias al Señor” (Gn 4, 1), exclama Eva después de haber dado a luz a Caín, su primogénito. Con estas palabras, el libro del Génesis presenta la primera maternidad de la historia de la Humanidad como gracia y alegría que brotan de la bondad del Creador.

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2. Del mismo modo, se ilustra el nacimiento de Isaac, en el origen del pueblo elegido.

A Abrahán, privado de descendencia y ya en edad avanzada, Dios le promete una posteridad numerosa como las estrellas del cielo (cf. Gn 15, 5). El patriarca acoge la promesa con la fe que revela al hombre el designio de Dios: “Abrahán creyó al Señor, y el Señor lo consideró como un hombre justo” (Gn 15, 6).

Las palabras que el Señor pronunció con ocasión del pacto establecido con Abrahán confirman esa promesa: “Éste es mi pacto contigo: Tú llegarás a ser padre de una multitud de pueblos” (Gn 17, 4).

Acontecimientos extraordinarios y misteriosos destacan cómo la maternidad de Sara es, sobre todo, fruto de la misericordia de Dios, que da la vida más allá de toda previsión humana: “Yo la bendeciré y te haré tener de ella un hijo. Yo la bendeciré, y de ella nacerán pueblos y saldrán reyes” (Gn 17, 16).

La maternidad se presenta como un don decisivo del Señor: el patriarca y su esposa recibirán un nombre nuevo para significar la inesperada y maravillosa transformación que Dios realizará en sus vidas.

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3. La visita de tres personajes misteriosos, en los que los Padres de la Iglesia vieron una prefiguración de la Trinidad, anuncia de modo más concreto a Abrahán el cumplimiento de la promesa: “El Señor se apareció a Abrahán junto al encinar de Mambré, cuando estaba sentado ante su tienda en pleno calor del día. Alzó los ojos y vio a tres hombres de pie delante de él” (Gn 18, 1-2). Abrahán objeta: “¿A un hombre de cien años le podrá nacer un hijo, y Sara a los noventa años podrá ser madre?” (Gn 17, 17; cf. 18, 11-13). El huésped divino responde: “¿Es que hay algo imposible para el Señor? En el plazo fijado volveré, al término del embarazo, y Sara tendrá un hijo” (Gn 18, 14; cf. Lc 1, 37).

El relato subraya el efecto de la visita divina, que hace fecunda una unión conyugal, hasta ese momento estéril. Creyendo en la promesa, Abrahán llega a ser padre contra toda esperanza, y “padre en la fe” porque de su fe “procede” la del pueblo ele gido.

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4. La Biblia ofrece otros relatos de mujeres a las que el Señor libró de la esterilidad y alegró con el don de la maternidad. Se trata de situaciones con frecuencia angustiosas, que la intervención de Dios transforma en experiencias de alegría, al escuchar la oración ferviente de quienes humanamente no tienen esperanza. Raquel, por ejemplo, “viendo que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana y dijo a Jacob: ‘Dame hijos, si no me muero’. Jacob se irritó contra ella y dijo: ‘¿Soy yo acaso igual a Dios, que te ha negado la fecundidad?’” (Gn 30, 1-2).

Pero el texto bíblico añade inmediatamente que “Dios se acordó también de Raquel, la escuchó y la hizo fecunda. Concibió, pues, y dio a luz un hijo” (Gn 30, 22-23). Este hijo, José, desempeñará un papel muy importante para Israel en el momento de la emigración a Egipto.

En éste, como en otros relatos, subrayando la condición de esterilidad inicial de la mujer, la Biblia quiere resaltar el carácter maravilloso de la intervención divina en esos casos particulares, pero, al mismo tiempo, da a entender la dimensión de gratuidad inherente a toda maternidad.

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5. Análogo procedimiento encontramos en el relato del nacimiento de Sansón. La mujer de Manóaj, que no había podido engendrar nunca hijos, recibe el anuncio del ángel del Señor: “Tú eres estéril y no has tenido nunca hijos, pero concebirás y darás a luz un hijo” (Jue 13, 3-5). La concepción, inesperada y prodigiosa, anuncia las hazañas que el Señor realizará por medio de Sansón.

En el caso de Ana, la madre de Samuel, se subraya el papel particular de la oración. Ana vive la humillación de la esterilidad, pero está animada por una gran confianza en Dios, a quien se dirige con insistencia para que la ayude a superar esa prueba. Un día, en el Templo, expresa un voto: “¡Oh Señor de los ejércitos! (...), si no te olvidas de tu sierva y le das un hijo varón, yo lo entregaré al Señor por todos los días de su vida...” (1 Sm 1, 11).

Su oración es atendida: “El Señor se acordó de ella”, que “concibió (...) y dio a luz un niño a quien llamó Samuel” (1 Sm 1, 19-20). Cumpliendo su voto, Ana entregó su hijo al Señor: “Yo le pedí un hijo y el Señor me ha concedido la petición que le hice. Ahora yo se lo doy al Señor; estará dedicado al Señor todos los días de su vida” (1 Sm 1, 27-28), Dado por Dios a Ana y luego por Ana a Dios, el niño Samuel se convierte en un vínculo vivo de comunión entre Ana y Dios.

El nacimiento de Samuel es, pues, experiencia de alegría y ocasión de acción de gracias. El primer libro de Samuel refiere un himno, llamado el “Magníficat” de Ana, que parece anticipar el de María: “Tengo el corazón alegre gracias al Señor, la frente alta gracias a Dios...” (1 Sm 2, 1).

La gracia de la maternidad, que Dios concede a Ana por su oración incesante, suscita en ella nueva generosidad. La consagración de Samuel es la respuesta agradecida de una madre que, viendo en su hijo el fruto de la misericordia divina, devuelve el don, confiando ese hijo tan deseado al Señor.

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6. En el relato de las maternidades extraordinarias que hemos recordado, es fácil descubrir el puesto importante que la Biblia asigna a las madres en la misión de los hijos. En el caso de Samuel, Ana desempeña un papel fundamental con su decisión de entregarlo al Señor. Una función igualmente decisiva desempeña otra madre, Rebeca, que procura la herencia a Jacob (Gn 27). En esa intervención materna, que describe la Biblia, se puede leer el signo de una elección como instrumento del designio soberano de Dios. Es Él quien elige al hijo más joven, Jacob, como destinatario de la bendición y de la herencia paterna y, por lo tanto, como pastor y guía de su pueblo. Es Él quien, con decisión gratuita y sabia, establece y gobierna el destino de todo hombre (Sab 10, 10-12).

El mensaje de la Biblia sobre la maternidad revela aspectos importantes y siempre actuales. En efecto, destaca su dimensión de gratuidad, que se manifiesta, sobre todo, en el caso de las estériles; la particular alianza de Dios con la mujer; y el vínculo especial, entre el destino de la madre y el del hijo.

Al mismo tiempo, la intervención de Dios que, en momentos importantes de la historia de su pueblo, hace fecundas a algunas mujeres estériles, prepara la fe en la intervención de Dios que, en la plenitud de los tiempos, hará fecunda a una Virgen para la encarnación de su Hijo.

[E 56 (1996), 484-485]