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[1792] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, SAL Y LUZ DE LA SOCIEDAD

Discurso Le Christ, a las Familias en Sainte-Anne-d’Auray (Francia), 20 septiembre 1996

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1. “Vosotros sois la sal de la tierra. (...) Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 13-14). Cristo dirigió estas palabras a los discípulos que lo seguían y que le habían escuchado proclamar las bienaventuranzas (cf. Mt 5, 3-12). Hoy os dirige ese mismo mensaje a vosotras, jóvenes familias aquí reunidas. Me alegra encontrarme con vosotros durante esta visita. Vuestra presencia en tan gran número manifiesta la vitalidad de las familias francesas.

Ciertamente, la familia, tanto en Francia como en otras partes, atraviesa múltiples dificultades que a menudo la hacen frágil. Vuestra región sufre especialmente por la situación económica que origina el desempleo y obliga a los jóvenes a abandonarla. Vosotros afrontáis problemas complejos por lo que atañe a la asistencia sanitaria, la vivienda y el trabajo de las mujeres. Comprendo vuestras inquietudes por el futuro de vuestros hijos. Como a muchos padres, os preocupa el problema de la educación humana y moral de los jóvenes, mientras a vuestro alrededor el sentido espiritual se debilita y se ponen en tela de juicio muchos valores fundamentales, como la indisolubilidad del matrimonio o el respeto a la vida.

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2. Queridas familias, os repito, las palabras de Cristo: Vosotros, sois “la sal de la tierra” y “la luz del mundo”. El Verbo encarnado es el Maestro de la palabra, y él mismo nos da la interpretación de esa palabra. Nosotros, tanto los niños como los adultos, podemos comprender las dos comparaciones que puso Jesús: “Vosotros sois la sal de la tierra”: todos sabemos que los alimentos sin sal no tienen sabor. Un plato bien sazonado tiene sabor y agrada al paladar. Si le falta sal queda insípido. Si la sal se desvirtúa y no puede sazonar los alimentos “ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres” (Mt 5, 13).

“Vosotros sois la luz del mundo”. ¿Qué es, por tanto, la luz? Lo descubrimos también por la experiencia: la luz brilla e ilumina. Gracias a ella nuestras ciudades y nuestras calles no quedan en la oscuridad. La luz se ve desde lejos: disipa las tinieblas y permite ver el rostro de los demás. Por las tardes, es agradable reunirse en familia, a la luz del hogar. Con estas imágenes de la sal y de la luz, Cristo se dirige hoy a vosotras, familias aquí reunidas. Sed la sal de la tierra. Sed la luz del mundo. ¿Qué quiere decir esto? El Señor nos lo explica: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16).

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Acoger a Cristo

3. Permitidme que os repita estas palabras del Señor: vosotros sois “la sal de la tierra” y “la luz del mundo”. La Iglesia confía y cuenta con vosotros, padres, sobre todo en la perspectiva del tercer milenio, para que los jóvenes puedan conocer a Cristo y seguirlo con generosidad. Con vuestro modo de vivir dais testimonio de la belleza de la vocación al matrimonio. El ejemplo diario de esposos unidos alimenta en los jóvenes el deseo de imitarlos. Los jóvenes que reciben en su familia el testimonio del amor de Dios serán impulsados a descubrir su profundidad. La preparación del gran Jubileo pasa por cada persona y cada familia, para que el mundo acoja la luz de Cristo, único que da el sentido último de la existencia (cf. Tertio millennio adveniente, 28). Como muestran los numerosos testimonios que habéis presentado hoy, poseéis un gran dinamismo espiritual. Vuestros hijos tienen en el corazón el deseo de hacer de su vida algo grande. A menudo en las familias de fe profunda nacen también vocaciones al sacerdocio o a la vida religiosa.

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Testigos y misioneros

4. Vosotros sois “la sal de la tierra” y “la luz del mundo”. Con estas palabras el Señor os invita a ser testigos y misioneros entre vuestros hermanos. Ojalá que vuestra vida, que encuentra su sentido en Cristo, tenga sabor para los que os rodean. Que sea radiante, porque en el fondo de vuestro corazón se halla presente el Señor. Él os ama y os llama a su alegría. Es precisamente el hecho de saberse amados lo que permite avanzar por el camino con confianza. La vida de los bautizados consiste principalmente en estar unidos a Cristo, fuente de la vida, en recibir de Él la vida en abundancia y en convertirse en testigos suyos. “El sacerdocio bautismal de los fieles, vivido en el matrimonio-sacramento constituye para los cónyuges y para la familia el fundamento de una vocación y de una misión sacerdotal (Familiaris consortio, 59).

Muchos de los testimonios que hemos escuchado subrayan el lugar esencial de la Eucaristía. Tenéis razón, pues es una fuente a la que acuden los esposos cristianos. En el sacrificio de la nueva alianza que Cristo establece con la Humanidad, descubren un modelo para su amor, que es un don gratuito y una acción de gracias. La relación conyugal no puede fundarse solamente en los sentimientos de amor: se basa ante todo en el compromiso definitivo, claramente querido, en la alianza y en la entrega, que implican la fidelidad. Con su vida conyugal, los esposos testimonian el verdadero amor, que integra todas las dimensiones de la persona: espiritual, intelectual, voluntaria, afectiva y corporal.

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El amor y la confianza

5. La relación de amor contribuye al crecimiento de los cónyuges. Es un servicio al otro, tomando como ejemplo a Cristo servidor que lavó los pies de los Apóstoles la tarde del Jueves Santo. La vida conyugal nunca está libre de pruebas, que hacen atravesar momentos dolorosos en los que parecen vacilar el amor y la confianza en el otro y en sí mismo. Los esposos encontrarán su fuerza uniéndose a los sentimientos de Cristo durante la noche del Viernes Santo. Muchos han hecho ya esta experiencia: el haber pasado la prueba puede contribuir a purificar el amor. Pero hay también momentos intensos de alegría, que brotan de la comunión en el amor. Esos instantes nos recuerdan que, más allá de todo sufrimiento, están la luz resplandeciente y la victoria definitiva de la mañana de Pascua. En efecto, el sacramento del matrimonio tiene una estructura pascual.

La vida conyugal y familiar es un camino espiritual. En el matrimonio y en la familia, cualquier encuentro exige acoger al otro con delicadeza. Ya conocéis el papel del diálogo dentro del matrimonio y de la familia. En nuestro mundo, en el que la preocupación del lucro en todas las actividades deja poco espacio a los encuentros gratuitos, es importante que los matrimonios y las familias puedan gozar de momentos de diálogo, que les permitan afianzar su amor.

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El perdón del cristiano

6. La vida conyugal pasa también por la experiencia del perdón, pues ¿qué sería un amor que no llegara hasta el perdón? Esta forma de unión, la más elevada, compromete todo el ser que, por voluntad y por amor, acepta no detenerse ante la ofensa y creer que siempre es posible un futuro. El perdón es una forma eminente de entrega, que afirma la dignidad del otro, renociéndolo por lo que es, más allá de lo que hace. Toda persona que perdona permite también a quien es perdonado descubrir la grandeza infinita del perdón de Dios. El perdón hace redescubrir la confianza en sí mismo y restablece la comunión entre las personas, dado que no puede haber vida conyugal y familiar de calidad sin conversión permanente y sin despojarse de su egoísmo. El cristiano encuentra la fuerza para perdonar en la contemplación de Cristo en la cruz que perdona. En 1986, durante la misa para las familias que celebré en Paray-le-Monial, mostré que el amor al Corazón de Jesús debe ser la fuente de todo amor humano.

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Comunión conyugal

7. En la vida conyugal, las relaciones carnales son el signo y la expresión de la comunión entre las personas. Las manifestaciones de ternura y el lenguaje del cuerpo expresan el pacto conyugal y representan el misterio de la alianza y el de la unión de Cristo y de la Iglesia. Los momentos de profunda comunión confieren a todo miembro del hogar una fuerza real para cumplir su misión entre sus hermanos y para realizar su trabajo diario.

Estáis llamados a mostrar al mundo la belleza de la paternidad y de la maternidad, y a promover la cultura de la vida, que consiste en acoger a los hijos que Dios os dé y a educarlos. Todo ser humano ya concebido tiene derecho a la existencia, pues la vida dada no pertenece ya a los que la engendraron. Vuestra presencia aquí con vuestros hijos es un signo de la felicidad que encierra el dar la vida con generosidad y el vivir en el amor.

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Los niños y los jóvenes

8. También vosotros, los jóvenes, sois la sal de la tierra y la luz del mundo. Para cada uno de vosotros la casa es un lugar privilegiado donde amáis y sois amados. Vuestros padres os han llamado a la vida y desean guiaros en vuestro crecimiento. Sabed dar las gracias a ellos y al Señor. Incluso en los momentos difíciles, sed conscientes de que vuestros padres quieren ayudaros a ser felices, pero también de que el acceso a la felicidad implica exigencias. Al igual que vuestros padres, sois responsables de la vida de la familia y de la creación de un clima cada vez más sereno, que deje a cada uno el espacio suficiente para dar lo mejor de sí mismo y para desarrollar su personalidad.

Como hemos escuchado antes, cuando en los niños se despierta la vida espiritual y se preguntan acerca de Dios, gracias a ellos los padres vuelven al camino de la Iglesia y de la fe, que habían perdido. Así, a través de los pequeños el Señor realiza maravillas y confía a cada uno, en su familia, un papel de evangelización. Algunos testimonios precisan que algunos hogares destinan un lugar de la casa para orar, que a los niños gusta adornar y al que van de buen grado para encontrarse con Jesús en el silencio. Me complace que reservéis ese espacio a Cristo y a la Virgen María en vuestros hogares.

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9. La sociedad debe reconocer el gran valor del papel de los padres, que prepara el futuro de una nación. En efecto, vosotros sois los primeros responsables de la educación humana y cristiana de vuestros hijos. La comunidad familiar fundada en el amor y en la fidelidad da a los hijos la seguridad y la estabilidad que les permiten acceder a la vida adulta. En un clima de amor y de ternura, de entrega y de perdón, es donde las personalidades pueden forjarse y desarrollarse de forma armoniosa.

En el Oeste de Francia la escuela católica tiene una rica tradición; algunas comunidades religiosas no han escatimado esfuerzos para hacerla dinámica. Tiene un proyecto pedagógico específico para desarrollar, a fin de proponer a los jóvenes los valores cristianos, pero es ante todo un descubrimiento de la persona de Cristo, pues los valores que no están vinculados a la fuente viva que es el Señor corren el riesgo de desvirtuarse. Eso no impide que muchos jóvenes no católicos sean acogidos y acompañados con solicitud en sus estudios por estos centros escolares, respetando las perspectivas cristianas que los caracterizan.

Deseo también felicitar a los capellanes de la enseñanza pública por el trabajo que realizan, pues brindan a los jóvenes la educación religiosa necesaria para el desarrollo de su vida de fe. Deben confrontarse con numerosas actividades extraescolares en las que los muchachos están comprometidos y que dejan poco espacio para la catequesis. Los movimientos cumplen también una misión muy importante, como la Acción católica de la infancia, el Movimiento eucarístico de los jóvenes, y los scouts.

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El amor verdadero

10. Muchos matrimonios participan activamente en la vida de la Iglesia, en los servicios diocesanos, en los movimientos y en las parroquias. Les doy gracias por todo el trabajo realizado y animo a todas las familias a proseguir su acción. En particular, vuestra experiencia os permite proponer a vuestros contemporáneos una forma de afrontar los problemas conyugales y familiares. Con este espíritu, los centros de preparación al matrimonio ofrecen ámbitos de reflexión y de formación a los jóvenes que se preparan para comprometerse definitivamente mediante el sacramento del matrimonio. Proponen con claridad el mensaje cristiano sobre el verdadero amor y sobre el ejercicio de la sexualidad en la castidad, que confiere toda su dignidad a la vida conyugal. Los movimientos familiares estimulan la reflexión y la vida espiritual de los matrimonios. Deseo expresar mi felicitación también por el trabajo realizado por los grupos que organizan reuniones y retiros para los matrimonios, para las familias y para los jóvenes.

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Las familias que sufren

11. Mi pensamiento va también a los matrimonios y a las familias que soportan cargas pesadas, y en particular a los padres que tienen un hijo minusválido y a las familias que acompañan con cariño a los enfermos y a las personas ancianas de su entorno. Doy gracias al Señor por su disponibilidad y por la grandeza de su amor. Saben reconocer en la persona que sufre a un hijo particularmente amado por Dios. Comprendo también el sufrimiento de los que viven con dolor el hecho de no tener hijos. Ojalá que encuentren personas atentas dentro de la comunidad cristiana y descubran la alegría de entregarse al servicio de los hermanos. No quiero olvidar tampoco a los que viven en la soledad, porque no han podido realizar su proyecto de matrimonio: deben encontrar consuelo y amistad en su familia.

La Iglesia se preocupa también de los separados, de los divorciados y de los divorciados que se han vuelto a casar. Siguen siendo miembros de la comunidad cristiana, “pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados participar en su vida” (Familiaris consortio, 84), acogiendo a la vez en la fe la verdad de la que la Iglesia es portadora en su disciplina sobre el matrimonio.

Hablar de la familia implica también recordar a los abuelos. Con la sabiduría que les da su larga vida de matrimonio, son para sus hijos un apoyo y para sus nietos puntos de referencia y de estabilidad y a menudo son las primeras personas que les hablan de Cristo. El diálogo y la cercanía entre las generaciones siguen siendo aspectos importantes de la vida familiar.

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12. La familia es un lugar de desarrollo incomparable. Ojalá que, gracias a Cristo y al amor que os une, viváis en la alegría. En este lugar de peregrinación, el pueblo cristiano venera a Santa Ana, la madre de la Virgen María, y viene filialmente a ponerse bajo su protección. Encomiendo vuestras familias a su intercesión y os imparto de todo corazón mi bendición apostólica a vosotros y a todos vuestros seres queridos.

[E 56 (1996), 1520-1522]