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[1812] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MISTERIO DE LA REDENCIÓN, FUNDAMENTO DE LA VOCACIÓN MATRIMONIAL

De la Homilía de la Misa en la parroquia de Santa María de la Esperanza, Roma (Italia), 19 enero 1997

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5. “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? (...). ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros?” (1 Co 6, 15. 19). Estas palabras del apóstol Pablo a los Corintios merecen una reflexión particular, puesto que describen la vocación cristiana. Sí, el Espíritu Santo habita en cada uno de nosotros, y nosotros lo hemos recibido de Dios. Por tanto, ya no nos pertenecemos a nosotros mismos (cf. 1 Co 6, 19), puesto que Cristo nos “ha comprado pagando un alto precio” (cf. 1 Co 6, 20).

San Pablo quiere que los Corintios, destinatarios de su carta, sean conscientes de esta verdad: el hombre pertenece a Dios, ante todo porque es criatura suya, pero más aún por el hecho de haber sido redimido del pecado por obra de Cristo. Darse cuenta de esto significa llegar a las raíces mismas de toda vocación.

Esto es verdad, en primer lugar, para la vocación cristiana y, sobre este fundamento, es verdad para toda vocación particular: para la vocación sacerdotal, para la vocación religiosa y para la vocación al matrimonio, así como para cualquier otra vocación relacionada con las diversas actividades y profesiones, por ejemplo, médico, ingeniero, artista, profesor, etc. Para un cristiano, todas estas vocaciones particulares encuentran su fundamento en el gran misterio de la Redención.

Precisamente por haber sido redimido por Cristo y haberse convertido en morada del Espíritu Santo, todo cristiano puede encontrar en sí mismo los diversos talentos y carismas que le permiten desarrollar de modo creativo su propia vida. Así, es capaz de servir a Dios y a los hombres, respondiendo de modo adecuado a su vocación particular en la comunidad cristiana y en el ambiente social en el que vive. Os deseo que siempre seáis conscientes de la dignidad de vuestra vocación cristiana, que estéis atentos a la voz de Dios que os llama, y que seáis generosos al anunciar su presencia salvífica a vuestros hermanos.

[OR (e.c.) 24.I.1997, 2, 12]