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[1825] • JUAN PABLO II (1978-2005) • TUTELAR LA SANTIDAD DE LA VIDA

Del Discurso Mit grober Freude, a los Obispos de Escandinavia, en la visita ad limina, 19  abril 1997

1997 04 19a 0004

4. [...] Por ejemplo, se pone a dura prueba la santidad de los miembros de la Iglesia en el ámbito del respeto a la vida. Lo que ya ahora indicáis en vuestros informes quinquenales, en el futuro se convertirá para vosotros en un gran desafío: la tutela de la santidad de la vida. Cuando la sociedad se aparta progresivamente de su fundamento cristiano, se perjudica gravemente a sí misma. Lo observamos en la disolución gradual del matrimonio como forma fundamental de convivencia humana, tras lo cual viene la comercialización de la esfera sexual, que ya no se considera en su dignidad personal, sino como medio de satisfacción del deseo o como “necesidad”. De aquí deriva inevitablemente la lucha entre los sexos y entre las generaciones. Observamos el mismo proceso de disolución en la actitud hacia los hijos por nacer. Afirmar que se puede interrumpir el embarazo porque el hijo es minusválido, para ahorrarle a él y a los demás el peso de la existencia, significa menospreciar a todos los minusválidos. Lo que vale para el comienzo de la vida humana, vale también y sobre todo para su fin. Nadie está tan enfermo, anciano o minusválido, que justifique que otro hombre se arrogue el derecho de disponer de su vida.

Por eso, queridos hermanos, os exhorto a dar el testimonio ecuménico de la santidad de la vida: esto no sólo significa respetar al otro en su diversidad, sino también amar con la convicción de que tenemos necesidad unos de otros, que nos entregamos recíprocamente, que vivimos unos para otros y que todos somos cristianos, a fin de realizar juntos el “cambio cultural” en una sociedad marcada “por una lucha dramática entre la ‘cultura de la vida’ y la ‘cultura de la muerte’” (Evangelium vitae, 95)[1]. Repito mi “acuciante llamada a todos y a cada uno, en nombre de Dios: ¡respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana!” (ib., 5)[2].

Para poder trabajar ampliamente es muy necesario “comenzar por la renovación de la cultura de la vida dentro de las mismas comunidades cristianas” (ib., 95)[3]. La formación de la conciencia tiene un significado particular. En efecto, la fe cristiana despierta la conciencia y funda la ética. Es plausible que vuestra pastoral preste particular atención a la labor de formación. Durante los años pasados habéis publicado la traducción al noruego y al sueco del Catecismo de la Iglesia católica. Seguirán las traducciones al danés y al finlandés. A pesar de los escasos medios financieros, no renunciéis tampoco en el futuro a la administración de algunas escuelas católicas. Considero particularmente meritoria la disponibilidad que mostráis a uniros a vuestros sacerdotes y a vuestros catequistas cuando impartís vuestra lección de fe y aceptáis invitaciones para ir a las escuelas. A este propósito, deseo mencionar la labor generosa de muchas mujeres y muchos hombres que en las parroquias y, cuando no se puede en estas últimas, en sus propias casas dan una “catequesis domiciliaria” para sembrar en el corazón de los jóvenes la semilla de la fe y recuperar lo que las escuelas estatales niegan a las nuevas generaciones. Una familia que transmite la palabra de Dios se convierte en una “comunidad creyente y evangelizadora” con un “cometido profético” (Familiaris consortio, 51)[4]. Su casa es una pequeña Iglesia, una “Iglesia doméstica” (Lumen gentium, 11)[5].

[OR (e.c.) 9.V.1997, 10-11]

[1]. [1995 03 25b/ 95]

[2]. [1995 03 25b/ 5]

[3]. [1995 03 25b/ 95]

[4]. [1981 11 22/ 51]

[5]. [1964 11 21a/ 11]