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[1861] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL DON DEL ESPÍRITU, EN LA BASE DE LA VOCACIÓN MATRIMONIAL

Del Mensaje Lo Spirito Santo, con ocasión de la  XIII Jornada Mundial de la Juventud, 30 noviembre 1997

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7. El don del Espíritu hace actual y posible para todos el antiguo mandato de Dios a su pueblo: “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo” (Lv 19, 2). Llegar a ser santos parece una meta ardua, reservada a personas totalmente excepcionales, o destinada a quien quiera permanecer ajeno a la vida y a la cultura de su tiempo. Sin embargo, llegar a ser santos es don y tarea arraigados en el bautismo y en la confirmación, encomendados a todos en la Iglesia, en todo tiempo. Es don y tarea de los laicos, de los religiosos y de los ministros sagrados, en el ámbito privado y en el público, en la vida de cada uno y en la de las familias y comunidades.

Pero, dentro de esta vocación, que a todos llama no a acomodarse al mundo sino a la voluntad de Dios (cf. Rm 12, 2), son diversos los estados de vida y múltiples las vocaciones y las misiones.

El don del Espíritu está en la base de la vocación de cada uno. Está en la raíz de los ministerios consagrados del obispo, del presbítero y del diácono, que están al servicio de la vida eclesial. También él es quien forma y modela el alma de los llamados a una vida de especial consagración, configurándolos a Cristo casto, pobre y obediente. El mismo Espíritu, que por el sacramento del matrimonio envuelve y consagra la unión de los esposos, infunde fuerza y sostiene la misión de los padres, llamados a hacer de la familia la primera y fundamental realización de la Iglesia. Por último, con el don del Espíritu se alimentan todos los demás servicios –la educación cristiana y la catequesis, la asistencia a los enfermos y a los pobres, la promoción humana y el ejercicio de la caridad– orientados a la edificación y animación de la comunidad. En efecto, “a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común” (1 Co 12, 7).

[OR (e.c.) 26.XII.1997, 14]