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[1870] • JUAN PABLO II (1978-2005) • FIRMEZA EN LA DEFENSA Y PROMOCIÓN DE LA VERDAD SOBRE EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA

Del Discurso Con júbilo, a los Obispos de la Archidiócesis de Barcelona y de las provincias eclesiásticas de Oviedo y Tarragona (España), en la visita ad limina, 19 febrero 1998

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4. Uno de esos campos, tan cuestionado en nuestros tiempos pero tan importante para el presente y el futuro de la sociedad, es el de la familia. Conozco el empeño que ponéis en defender y promover esta institución, que tiene su origen en Dios y en su plan de salvación (cf. Familiaris consortio, 49)[1]. Hoy asistimos a una corriente, muy difundida en algunas partes, que tiende a debilitar su verdadera naturaleza. En efecto, no faltan intentos de equiparar la familia en la opinión pública, e incluso en la legislación civil, a meras uniones carentes de forma jurídica constitucional, o bien se pretende hacer reconocer como familia la unión entre personas del mismo sexo. La crisis del matrimonio y de la familia nos impulsa a proclamar, con firmeza pastoral, como un auténtico servicio a la familia y a la sociedad, la verdad sobre el matrimonio y la familia tal como Dios lo ha establecido. Dejar de hacerlo sería una grave omisión pastoral, que induciría a los creyentes al error, así como también a quienes tienen la importante responsabilidad de tomar las decisiones sobre el bien común de la Nación. Esta verdad es válida, no sólo para los católicos, sino para todos los hombres y mujeres sin distinción, pues el matrimonio y la familia constituyen un bien insustituible de la sociedad, la cual no puede permanecer indiferente ante su degradación o pérdida.

No se debe olvidar, además, que la familia ha de dar testimonio de sus propios valores ante sí misma y ante la sociedad: “El cometido que ella, por vocación de Dios, está llamada a desempeñar en la historia, brota de su mismo ser y representa su desarrollo dinámico y existencial. Toda familia descubre y encuentra en sí misma la llamada imborrable, que define a la vez su dignidad y su responsabilidad: Familia, ¡“sé” lo que “eres”!” (ibíd., 17)[2]. A este respecto, los Pastores y los esposos comprometidos en la Iglesia deben esmerarse en profundizar en la teología del matrimonio, ayudar a los jóvenes esposos y a las familias en dificultad a reconocer mejor el valor de su compromiso sacramental y acoger la gracia de la alianza. Los laicos casados han de ser, asimismo, los primeros en testimoniar la grandeza de la vida conyugal y familiar, fundada en el compromiso y en la fidelidad. Gracias al sacramento, su amor humano adquiere un valor infinito, porque los cónyuges manifiestan, de manera particular, el amor de Cristo a su Iglesia y asumen una responsabilidad importante en el mundo: engendrar hijos, llamados a convertirse en hijos de Dios, y ayudarlos en su crecimiento humano y sobrenatural.

Queridos hermanos: acompañad a las familias cristianas, alentad la pastoral familiar en vuestras diócesis y promoved los movimientos y asociaciones de espiritualidad matrimonial; despertad su celo apostólico, para que hagan propia la tarea de la nueva evangelización, abran las puertas a quienes no tienen hogar o viven en situaciones difíciles, y den testimonio de la gran dignidad de un amor desinteresado e incondicional.

[1]. [1981 11 22/ 49]

[2]. [1981 11 22/ 17]

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5. Para la defensa y promoción de la institución familiar es importante la adecuada preparación de quienes se disponen a contraer el sacramento del matrimonio (cf. cc. 1063-1064 C.I.C.)[3]. De este modo se promueve la formación de auténticas familias que vivan según el plan de Dios. Para ello, no sólo se han de presentar a los futuros esposos los aspectos antropológicos del amor humano, sino también las bases para una auténtica espiritualidad conyugal, entendiendo el matrimonio como una vocación que permite al bautizado encarnar la fe, la esperanza y la caridad dentro de su nueva situación social y religiosa.

Completando esta preparación específica, se puede aprovechar también como una ocasión de reevangelización para los bautizados que se acercan a la Iglesia a pedir el sacramento del matrimonio. En efecto, como habéis señalado, “muchos adolescentes y jóvenes, después de haber participado en las catequesis o catecumenados de confirmación, abandonan la formación cristiana, que ha de ser permanente” (Plan de acción pastoral, 127). Aunque hoy, gracias a la generalización de la enseñanza, los jóvenes han adquirido una cultura superior a la de sus padres, en muchos casos este nivel no se da en la vida cristiana, pues se constata a veces no sólo una ignorancia religiosa, sino un cierto vacío moral y religioso en las jóvenes generaciones.

En este campo tienen un papel importante que desarrollar las comunidades eclesiales que, si han experimentado y pueden testimoniar el amor de Dios, podrán con eficacia manifestarlo con profundidad a quienes necesitan conocerlo.

[OR 20.II.1998, 4-5]

[3]. [1983 01 25/ 1063-1064]

 

© Javier Escrivá-Ivars y Augusto Sarmiento. Universidad de Navarra