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[1926] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA VOCACIÓN AL MATRIMONIO, DON DE DIOS PADRE

Del Mensaje La Giornata, para la XXXVII Jornada Mundial de  Oración por las Vocaciones, 30 septiembre 1999

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4. “Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio” (1 Jn 2, 13). Cada vocación es don del Padre y, como todos los dones que vienen de Dios, llega a través de muchas mediaciones humanas: de los padres, de los educadores, de los pastores de la Iglesia, de quien está directamente comprometido en un ministerio de animación vocacional o del simple creyente. Quisiera con este mensaje dirigir la mirada a todas esas clases de personas, de las que depende el descubrimiento y el apoyo de la llamada divina. Soy consciente de que la pastoral vocacional constituye un ministerio no fácil, pero ¡cómo no recordaros que no hay nada más sublime que un testimonio apasionado de la propia vocación! Quien vive con gozo este don y lo alimenta diariamente en el encuentro con la Eucaristía sabrá derramar en el corazón de tantos jóvenes la buena semilla de la fiel adhesión a la llamada divina. En la presencia eucarística es donde Jesús nos sale al encuentro, nos introduce en el dinamismo de la comunión eclesial y nos hace signos proféticos ante el mundo.

Quisiera expresar mi afecto y mi gratitud a todos aquellos animadores vocacionales, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que se prodigan con entusiasmo en este arduo ministerio. No os desaniméis ante las dificultades. Tened confianza. La semilla de la llamada divina, cuando se siembra con generosidad, dará frutos abundantes. Frente a la grave crisis de vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada que afecta a algunas regiones del mundo, es preciso, sobre todo en este jubileo del año 2000, esforzarse por lograr que cada presbítero, cada consagrado y cada consagrada redescubra la belleza de su propia vocación y la testimonie a los demás. Que cada creyente llegue a ser educador de vocaciones, sin miedo a proponer opciones radicales; que cada comunidad comprenda el carácter central de la Eucaristía y la necesidad de ministros del sacrificio eucarístico; que todo el pueblo de Dios eleve cada vez con mayor intensidad y fervor su oración al Dueño de la mies, para que mande obreros a su mies. Y que encomiende esta oración a la intercesión de la Madre del Sacerdote eterno.

[OR (e.c.) 3.XII.1999, 2]