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[1969] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL DOLOR COMO RIQUEZA PARA EL ENFERMO Y LA FAMILIA

Del Discurso Me es grato, a las Siervas de María, en el 150 Aniversario de la fundación del Instituto, 16 febrero 2001

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2. Aprovecho esta oportunidad para exhortaros a ser fieles a vuestro carisma fundacional, porque es una inspiración del Espíritu Santo a través de vuestra Madre Fundadora. En efecto, a Él se ha de recurrir constantemente para reconocer el don de Dios y recibir el agua viva[1]3 que riega y da fecundidad al itinerario histórico de la Iglesia. Santa María Soledad estuvo bien atenta al Espíritu, abriendo todo su ser a la acción de Dios salvífica y santificante[2] 4 cuando, ante lo que parecía una simple exigencia asistencial de su época, descubrió la llamada a dar testimonio de la presencia del Reino de Dios en el mundo mediante uno de sus signos inequívocos: ‘estuve enfermo y me visitasteis’[3] 5.

Aunque algunas circunstancias hayan cambiando desde aquel momento, Cristo sigue manifestándose también hoy en tantos rostros que nos hablan de indigencia, de soledad y de dolor. Es necesario, pues, mantener un gran espíritu de oración, de intimidad con Dios, que dé vida a los gestos del servicio específico que desempeñáis, pues ‘el Cristo descubierto en la contemplación es el mismo que vive y sufre en los pobres’[4] 6.

Además, la peculiaridad de vuestra dedicación preferente, la atención a los enfermos en su propio domicilio y gratuitamente, tiene resonancias nuevas en nuestros días, en que tantas veces se trata de ocultar en la vida diaria la realidad de la enfermedad o de la muerte. Con ese servicio proclamáis muy elocuentemente que la enfermedad ni es una carga insoportable para el ser humano ni priva al paciente de su plena dignidad como persona. Por el contrario, puede transformarse en una experiencia enriquecedora para el enfermo y para toda la familia. De este modo, al tender una mano al desvalido, vuestra misión se convierte también en una ayuda a la entereza de los familiares y en un sutil apoyo a la cohesión en los hogares, en los que nadie debe sentirse un estorbo.

Así pues, el carisma del que sois herederas os proyecta hacia un futuro en el que la Iglesia está llamada a ‘continuar una tradición de caridad que ya ha tenido muchísimas manifestaciones en los dos milenios pasados, pero que hoy quizás requiere mayor creatividad’[5] 7. Tenéis ante vosotras el reto de una humanidad en la que tantos hermanos nuestros, además de una ayuda eficaz en los momentos delicados de su vida, necesita sobre todo respeto, cercanía y solidaridad[6] 8.

[Insegnamenti GP II, 24/1 (2001), 402-403]

[1]3 Cfr. Io 4, 10.

[2]4 Cfr. Ioannis Pauli PP. II Dominum et Vivificantem, 58.

[3]5 Matth 25, 36.

[4]6 Ioannis Pauli PP. II Vita Consecrata, 82.

[5]7 Ioannis Pauli PP. II Novo Millennio Ineunte, 50.

[6]8 Cfr. Ibid.