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[1984] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, PILAR FUNDAMENTAL DE UNA NACIÓN VERDADERAMENTE SANTA Y ESPIRITUALMENTE VIGOROSA

Del Discurso I have heard, a los Obispos de la Conferencia Episcopal de Malasia, Singapur y Brunei, en la visita ad limina, 10 noviembre 2001

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3. En vuestros países, como en todas partes, la familia está bajo presión. El divorcio ha llegado a ser más común, y su difusión puede llevar a perder el aprecio de la gracia y el compromiso especiales que entraña el matrimonio cristiano. El problema se da de modo particular entre las parejas de diferentes confesiones religiosas, puesto que falta el vínculo común de la fe. También la vida familiar se ha vuelto más difícil donde los medios de comunicación presentan valores contrarios al Evangelio y se convierten en instrumentos de una visión de la vida reducida a lo efímero y a lo insustancial. En esta situación, “la Iglesia (...) siente de manera más viva y acuciante su misión de proclamar a todos el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia” (Familiaris consortio, 3). En efecto, prestaréis un excelente servicio a toda la sociedad proclamando que el matrimonio entre el hombre y la mujer fue “querido por Dios con la misma creación” (ib.) y que es un lugar primario de la incesante creatividad de Dios, con el que los esposos cooperan mediante su servicio de vida y amor. Esto significa que el matrimonio y la familia no son instituciones que pueden cambiar siguiendo tendencias pasajeras o según las decisiones de la mayoría. Es preciso hacer todo lo posible para que se reconozca a la familia como el edificio primordial de una nación verdaderamente sana y espiritualmente vigorosa (cf. Carta a las familias, 2 de febrero de 1994, n. 17).

Cristo mismo habita sacramentalmente en el vínculo del matrimonio cristiano, haciendo participar a los esposos y a los hijos cada vez más profundamente en su amor inagotable, mostrando la gloria de su don, y revelando al mundo la verdad según la cual el hombre es creado por amor y para el amor (cf. ib., 11). Quiero recordar las palabras de Tertuliano: “¡Qué maravilloso es el vínculo entre dos creyentes, con una única esperanza, un único deseo, una única observancia, un único servicio! Son hermanos y servidores; no hay separación entre ellos, en espíritu o en carne; de hecho, son verdaderamente dos en una sola carne, y donde la carne es una, es uno el espíritu” (A su esposa, II, VIII, 7-8). A causa de esta vocación muy especial, es esencial que los esposos cristianos no sólo reciban una preparación profunda para el sacramento del matrimonio, sino también un apoyo constante y una formación permanente, para que comprendan la dignidad y los deberes de su estado.

[OR (ed. esp.) 23-XI-2001, 5]