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[1993] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA MISIÓN DE LA FAMILIA EN LA VIDA DE LA IGLESIA Y EN EL MUNDO

Discurso È per me motivo, a los participantes en el Encuentro promovido por la Fundación Centesimus Annus-Pro Pontifice, 9 febrero 2002

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2. Vuestra Fundación, con sus intervenciones en el ámbito económico y social, constituye una valiosa forma de apostolado laical. Como dije en nuestro primer encuentro, el 5 de junio de 1993, la “Centesimus annus, pro Pontifice” es “una significativa expresión de vuestro compromiso de fieles laicos” (n. 1: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de julio de 1993, p. 9). En efecto, a ellos se les confía el ministerio de “buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios” (Lumen gentium, 31).

Vuestra actividad es más actual aún, porque quiere dedicar una atención especial a la familia y a la valoración de su papel, indispensable en la sociedad. Una familia serena y laboriosa se transforma en un crisol ardiente para construir la paz. Con ocasión del vigésimo aniversario de la exhortación Familiaris consortio, celebrado hace dos meses, recordé que “la familia, cuando vive con plenitud las exigencias del amor y del perdón, se convierte en baluarte seguro de la civilización del amor y en esperanza para el futuro de la humanidad” (Mensaje al cardenal Alfonso López Trujillo, i22 de noviembre de 2001, n. 5: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de diciembre de 2001, p. 12). En las familias sanas y armoniosas tienen su origen los senderos de la civilización del amor, gracias a la acogida y a la ayuda recíproca que se viven en ellas. Por tanto, es preciso orar y trabajar sin cesar para que la familia sea protagonista de un camino constructivo de paz en su seno y en su entorno.

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3. En el mundo existe hoy un gran deseo de verdad, de justicia y concordia. Pude experimentarlo hace dos semanas, en Asís, cuando, en un clima de escucha atenta y de diálogo, pasamos con los representantes de las religiones una jornada entera dedicada a la reflexión y a la oración por la paz.

Nos sentimos hijos de un Dios creador y omnipotente y necesitados de su próvida ayuda. Constatamos con preocupación que los gérmenes del odio y de la violencia pueden arruinar la concordia y la comprensión. Por el contrario, es necesario promover el amor en la sociedad, y para ello es preciso partir de la célula primordial de la humanidad, que es la familia. Si no se ayuda a la familia a vivir y prosperar con seguridad y serenidad, se debilita y se derrumba con grave daño para las personas y para la sociedad. Por tanto, es importante, entre otras cosas, garantizar a cada familia una adecuada seguridad económica, social, educativa y cultural, para que cumpla las obligaciones que le corresponden en primera instancia. El Estado debe favorecer y solicitar positivamente la iniciativa responsable de las familias (cf. Familiaris consortio, 45).

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4. Amadísimos hermanos y hermanas, durante el gran jubileo del año 2000 profundizasteis el tema de la ética y las finanzas, con referencia a la globalización financiera, en constante expansión en el mundo. Como una prolongación de esa reflexión, este año habéis decidido considerar el principio de subsidiariedad, que es un elemento fundamental de la doctrina social de la Iglesia. Al aplicar este principio a las relaciones de la familia con el Estado, se manifiesta ante todo la urgencia de poner por obra todos los instrumentos posibles para tutelar la promoción de los valores que enriquecen a la familia, santuario de la vida y ambiente en el que nacen y se forman los ciudadanos del futuro. Además, el Estado no puede por menos de tener presente que “una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más bien debe sostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común” (Centesimus annus, 48).

Sin duda, vuestra Fundación seguirá esforzándose en esta dirección, para hacer realidad una auténtica solidaridad, que traduzca en obras el principio de subsidiariedad. Os agradezco vuestro esfuerzo común y espero que podáis contar con la colaboración de las diversas fuerzas que componen el entramado de la comunidad civil. Frente a las numerosas necesidades que surgen en el momento actual, debéis intensificar, de modo especial, vuestros esfuerzos con vistas a una auténtica renovación social, teniendo como punto de referencia la perenne enseñanza del Evangelio y como brújula la doctrina social de la Iglesia. Quiera Dios que vuestro benemérito y laudable compromiso se vea coronado con abundantes frutos.

Renovándoos la expresión de mi estima y mi cercanía espiritual, os encomiendo a la protección celestial de la Madre de Dios, para que os ampare bajo su maternal manto de gracia. Os acompañe también mi bendición, que de todo corazón os imparto a vosotros, a vuestras familias, a todos vuestros seres queridos y especialmente a los niños que se encuentran en esta sala.

[E 62 (2002), 577-578]