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[1998] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA SOLIDARIDAD ENTRE GENERACIONES DEBE SER OBJETO DE GRAN ATENCIÓN

Del Discurso C’est avec joie, a la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, 11 abril 2002

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2. Vuestro análisis pretende también esclarecer la dimensión ética de las opciones que los responsables de la sociedad civil y todo hombre tienen que realizar. La creciente interdependencia entre las personas, las familias, las empresas y las naciones, así como entre las economías y los mercados –interdependencia que se suele llamar globalización–, ha cambiado el sistema de las interacciones y de las relaciones sociales. Aunque entraña aspectos positivos, también conlleva amenazas inquietantes, sobre todo el aumento de las desigualdades entre las economías poderosas y las dependientes, entre las personas que se benefician de nuevas oportunidades y las que son excluidas. Así pues, esto invita a pensar de un modo nuevo la cuestión de la solidaridad.

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3. Desde esta perspectiva, y con el alargamiento progresivo de la vida humana, la solidaridad entre las generaciones debe ser objeto de gran atención, con una solicitud particular por los miembros más débiles, los niños y las personas ancianas. Antes, la solidaridad entre las generaciones era en numerosos países una actitud natural por parte de la familia; ahora se ha convertido también en un deber de la comunidad, que debe ejercerlo con espíritu de justicia y equidad, velando para que cada uno tenga su justa parte en los frutos del trabajo y viva dignamente en cualquier circunstancia.
Con el progreso de la era industrial, se ha visto que algunos Estados adoptaban sistemas de ayuda a las familias, principalmente por lo que concierne a la educación de los jóvenes y al sistema de pensiones. Conviene que se desarrolle la actitud de hacerse cargo de las personas a través de una verdadera solidaridad nacional, para que nadie se vea excluido sino que todos tengan acceso a la seguridad social. No se puede por menos de alegrarse de estos avances, aunque sólo se beneficie de ellos una pequeña parte de los habitantes del planeta.

Con este espíritu, corresponde en primer lugar a todos los responsables políticos y económicos emplear todos los medios posibles para que la globalización no se realice en detrimento de los más necesitados y de los más débiles, ensanchando aún más la brecha entre pobres y ricos, entre naciones pobres y ricas. Invito a los que tienen funciones de gobierno y a los responsables de la vida social a ser particularmente solícitos, reflexionando para tomar decisiones a largo plazo y crear equilibrios económicos y sociales, sobre todo para la puesta en práctica de sistemas de solidaridad que tengan en cuenta las transformaciones causadas por la globalización y eviten que estos fenómenos empobrezcan cada vez más a importantes sectores de ciertas poblaciones, o incluso de países enteros.

[DP (2002), 78]