[2025] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA CALIDAD DE VIDA DE UNA SOCIEDAD SE MIDE EN EL COMPROMISO CON LOS MÁS DÉBILES, LOS MÁS JÓVENES Y EN EL RESPETO A LA DIGNIDAD DEL VARÓN Y DE LA MUJER
Mensaje Voi siete convenuti, a los participantes en el Simposio Internacional sobre “Dignidad y derechos de la persona con discapacidad mental”, 5 enero 2004
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1. Habéis venido a Roma, ilustres señoras y señores, expertos en ciencias humanas y teológicas, sacerdotes, religiosos, laicos y laicas comprometidos en la vida pastoral, para estudiar los delicados problemas planteados por la educación humana y cristiana de las personas con discapacidad mental. Este simposio, organizado por la Congregación para la doctrina de la fe, se presenta como la clausura ideal del Año europeo de las personas discapacitadas y se sitúa en la línea de una enseñanza eclesial ya muy rica y abundante, a la que corresponde un compromiso activo y amplio del pueblo de Dios en varios niveles y en sus diversas articulaciones.
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2. El punto de partida de toda reflexión sobre la discapacidad radica en los principios fundamentales de la antropología cristiana: la persona discapacitada, aunque se encuentre debilitada en la mente o en sus capacidades sensoriales e intelectivas, es un sujeto plenamente humano, con los derechos sagrados e inalienables propios de toda criatura humana. En efecto, el ser humano, independientemente de las condiciones en las que se desarrolla su vida y de las capacidades que puede expresar, posee una dignidad única y un valor singular desde el inicio de su existencia hasta el momento de la muerte natural. La persona del discapacitado, con todas las limitaciones y los sufrimientos que la caracterizan, nos obliga a interrogarnos, con respeto y sabiduría, sobre el misterio del hombre. En efecto, cuanto más nos adentremos en las zonas oscuras y desconocidas de la realidad humana, tanto mejor comprenderemos que, precisamente en las situaciones más difíciles e inquietantes, emerge la dignidad y la grandeza del ser humano. La humanidad herida del discapacitado nos exige reconocer, acoger y promover en cada uno de estos hermanos y hermanas nuestros el valor incomparable del ser humano creado por Dios para ser hijo en el Hijo.
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3. La calidad de vida dentro de una comunidad se mide, en gran parte, por el compromiso en la asistencia a los más débiles y a los más necesitados, y por el respeto a su dignidad de hombres y mujeres. El mundo de los derechos no puede ser sólo prerrogativa de los sanos. También es preciso ayudar a la persona discapacitada a participar, en la medida de sus posibilidades, en la vida de la sociedad, y a desarrollar todas sus potencialidades físicas, psíquicas y espirituales. Una sociedad sólo puede afirmar que está fundada en el derecho y en la justicia si en ella se reconocen los derechos de los más débiles: el discapacitado no es persona de un modo diverso de los demás; por eso, al reconocer y promover su dignidad y sus derechos, reconocemos y promovemos la dignidad y los derechos nuestros y de cada uno de nosotros.
Una sociedad que sólo se interesara por los miembros plenamente funcionales, del todo autónomos e independientes, no sería una sociedad digna del hombre. La discriminación basada en la eficiencia no es menos censurable que la que se realiza basándose en la raza, en el sexo o en la religión. Una forma sutil de discriminación está presente también en las políticas y en los proyectos educativos que tratan de ocultar y negar las deficiencias de la persona discapacitada, proponiendo estilos de vida y objetivos que no corresponden a su realidad y, en fin de cuentas, son frustrantes e injustos. En efecto, la justicia exige ponerse atenta y amorosamente a la escucha de la vida del otro y responder a las necesidades individuales y diversas de cada uno, teniendo en cuenta sus capacidades y sus límites.
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4. La diversidad debida a la discapacidad puede integrarse en la individualidad respectiva e irrepetible, y a ello deben contribuir los familiares, los profesores, los amigos y la sociedad entera. Por tanto, para la persona discapacitada, como para cualquier otra persona humana, no es importante hacer lo que hacen los demás, sino hacer lo que es verdaderamente un bien para ella, desarrollar cada vez más sus cualidades y responder con fidelidad a su vocación humana y sobrenatural.
Por consiguiente, además del reconocimiento de los derechos, es preciso un compromiso sincero de todos para crear condiciones concretas de vida, estructuras de apoyo y defensas jurídicas capaces de responder a las necesidades y a las dinámicas de crecimiento de la persona discapacitada y de los que comparten su situación, comenzando por sus familiares. Por encima de cualquier otra consideración o interés particular o de grupo, es necesario tratar de promover el bien integral de estas personas; no se les puede negar el apoyo y la protección necesarios, aunque ello conlleve un coste económico y social mayor. Las personas con discapacidad mental necesitan, quizá más que otros enfermos, atención, afecto, comprensión y amor: no se las puede dejar solas, casi desarmadas e inermes, en la difícil tarea de afrontar la vida.
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5. A este propósito, merece particular atención el cuidado de las dimensiones afectiva y sexual de la persona discapacitada. Se trata de un aspecto a menudo descuidado o afrontado de modo superficial y reductivo o, incluso, ideológico. En cambio, la dimensión sexual es una de las dimensiones constitutivas de la persona, la cual, en cuanto creada a imagen de Dios amor, está originariamente llamada a realizarse en el encuentro y en la comunión. La educación afectivo nsexual de la persona discapacitada se funda en la convicción de que necesita afecto, por lo menos como cualquier otra. También ella necesita amar y ser amada; necesita, ternura, cercanía, intimidad. Lamentablemente, la realidad es que la persona discapacitada debe vivir estas exigencias legítimas y naturales en una situación de desventaja, que resulta cada vez más evidente al pasar de la edad infantil a la adulta. La persona discapacitada, aunque esté limitada por lo que respecta a la esfera mental y a la dimensión interpersonal, busca relaciones auténticas en las que pueda ser apreciada y reconocida como persona.
Las experiencias realizadas en algunas comunidades cristianas han demostrado que una vida comunitaria intensa y estimulante, un apoyo educativo continuo y discreto, la promoción de contactos amistosos con personas adecuadamente preparadas y la costumbre de canalizar los impulsos y desarrollar un sano sentido del pudor como respeto de su intimidad personal, logran a menudo equilibrar afectivamente a la persona con discapacidad mental, permitiéndole vivir relaciones interpersonales ricas, fecundas y satisfactorias. Demostrar a la persona discapacitada que se la ama significa revelarle que para nosotros tiene valor. La escucha atenta, la comprensión de las necesidades, la participación en los sufrimientos y la paciencia en el acompañamiento son también medios para introducir a la persona discapacitada en una relación humana de comunión, para hacer que perciba su valor y tome conciencia de su capacidad de recibir y dar amor.
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6. No cabe duda de que las personas discapacitadas, al revelar la fragilidad radical de la condición humana, son una expresión del drama del dolor y, en nuestro mundo, sediento de hedonismo y cautivado por la belleza efímera y falaz, sus dificultades se perciben a menudo como un escándalo y una provocación, y sus problemas como una carga que hay que apartar o resolver expeditivamente. En cambio, son imágenes vivas del Hijo crucificado. Revelan la belleza misteriosa de Aquel que se anonadó por nosotros y se hizo obediente hasta la muerte. Nos muestran que la consistencia última del ser humano, más allá de toda apariencia, está en Jesucristo. Por eso, se ha dicho con razón que las personas discapacitadas son testigos privilegiados de humanidad. Pueden enseñar a todos cuál es el amor que salva y convertirse en heraldos de un mundo nuevo, en el que ya no reinan la fuerza, la violencia y la agresividad, sino el amor, la solidaridad y la acogida, un mundo nuevo transfigurado por la luz de Cristo, el Hijo de Dios que por nosotros, los hombres, se encarnó, fue crucificado y resucitó.
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7. Queridos participantes en este simposio, vuestra presencia y vuestro compromiso son para el mundo un testimonio de que Dios está siempre de parte de los pequeños, de los pobres, de los que sufren y de los marginados. Al hacerse hombre y nacer en la pobreza de un establo, el Hijo de Dios proclamó en sí mismo la bienaventuranza de los afligidos y compartió en todo, excepto en el pecado, el destino del hombre creado a su imagen. Después del Calvario, la cruz, abrazada con amor, se convierte en el camino de la vida y nos enseña a cada uno que, si recorremos con abandono confiado la senda difícil y ardua del dolor humano, florecerá para nosotros y para nuestros hermanos la alegría de Cristo vivo, que supera todo deseo y toda expectativa. A todos una bendición especial.
[OR (ed. esp.) 2-I-2004, 5]
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1. Voi siete convenuti a Roma, illustri signore e signori, esperti nelle scienze umane e in quelle teologiche, sacerdoti, religiosi, laici e laiche impegnati nella vita pastorale, per studiare i delicati problemi posti dalla educazione umana e cristiana dei soggetti portatori di handicap mentale. Questo Simposio, organizzato dalla Congregazione per la Dottrina della Fede, si pone come ideale chiusura dellAnno europeo delle persone disabili e si colloca nel solco di un insegnamento ecclesiale ormai molto ricco e abbondante, cui corrisponde un fattivo e vasto impegno del Popolo di Dio a vari livelli e nelle sue diverse articolazioni.
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2. Il punto di partenza per ogni riflessione sullhandicap è radicato nelle persuasioni fondamentali dellantropologia cristiana: la persona handicappata, anche quando risulta ferita nella mente o nelle sue capacità sensoriali e intellettive, è un soggetto pienamente umano, con i diritti sacri e inalienabili propri di ogni creatura umana. Lessere umano, infatti, indipendentemente dalle condizioni in cui si svolge la sua vita e dalle capacità che può esprimere, possiede una dignità unica ed un valore singolare a partire dellinizio della sua esistenza sino al momento della morte naturale. La persona dellhandicappato, con tutte le limitazioni e le sofferenze da cui è segnata, ci obbliga ad interrogarci, con rispetto e saggezza, sul mistero delluomo. Quanto più ci si muove, infatti, nelle zone oscure e ignote della realtà umana, tanto più si comprende che proprio nelle situazioni più difficili e inquietanti emerge la dignità e la grandezza dellessere umano. Lumanità ferita del disabile ci sfida a riconoscere, accogliere e promuovere in ciascuno di questi nostri fratelli e sorelle il valore incomparabile dellessere umano creato da Dio per essere figlio nel Figlio.
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3. La qualità di vita allinterno di una comunità si misura in buona parte dallimpegno nellassistenza ai più deboli e ai più bisognosi e nel rispetto della loro dignità di uomini e di donne. Il mondo dei diritti non può essere appannaggio solo dei sani. Anche la persona portatrice di handicap dovrà essere facilitata a partecipare, per quanto le è possibile, alla vita della società ed essere aiutata ad attuare tutte le sue potenzialità di ordine fisico, psichico e spirituale. Soltanto se vengono riconosciuti i diritti dei più deboli una società può dire di essere fondata sul diritto e sulla giustizia: lhandicappato non è persona in modo diverso dagli altri, per cui riconoscendo e promovendo la sua dignità e i suoi diritti, noi riconosciamo e promoviamo la dignità e i diritti nostri e di ciascuno di noi.
Una società che desse spazio solo per i membri pienamente funzionali, del tutto autonomi e indipendenti non sarebbe una società degna delluomo. La discriminazione in base allefficienza non è meno deprecabile di quella compiuta in base alla razza o al sesso o alla religione. Una forma sottile di discriminazione è presente anche nelle politiche e nei progetti educativi che cercano di occultare e negare le deficienze della persona handicappata, proponendo stili di vita e obiettivi non corrispondenti alla sua realtà e, alla fine, frustranti e ingiusti. La giustizia richiede, infatti, di mettersi in ascolto attento e amoroso della vita dellaltro e di rispondere ai bisogni singolari e diversi di ciascuno tenendo conto delle loro capacità e dei loro limiti.
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4. La diversità dovuta allhandicap può essere integrata nella rispettiva, irripetibile individualità e a ciò devono contribuire i familiari, gli insegnanti, gli amici, la società intera. Per la persona handicappata, come per ogni altra persona umana, non è dunque importante fare quello che fanno gli altri, ma fare ciò che è veramente bene per lei, attuare sempre più le proprie ricchezze, rispondere con fedeltà alla propria vocazione umana e soprannaturale.
Al riconoscimento dei diritti deve pertanto seguire un impegno sincero di tutti per creare condizioni concrete di vita, strutture di sostegno, tutele giuridiche capaci di rispondere ai bisogni e alle dinamiche di crescita della persona handicappata e di coloro che condividono la sua situazione, a partire dai suoi familiari. Al di sopra di qualsiasi altra considerazione o interesse particolare o di gruppo, bisogna cercare di promuovere il bene integrale di queste persone, né si può negare loro il necessario sostegno e la necessaria protezione, anche se ciò comporta un maggior carico economico e sociale. Forse più che altri malati, i soggetti mentalmente ritardati hanno bisogno di attenzione, di affetto, di comprensione, di amore: non li si può lasciare soli, quasi disarmati e inermi, nel difficile compito di affrontare la vita.
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5. A questo proposito, particolare attenzione merita la cura delle dimensioni affettive e sessuali della persona handicappata. Si tratta di un aspetto spesso rimosso o affrontato in modo superficiale e riduttivo o addirittura ideologico. La dimensione sessuale è, invece, una delle dimensioni costitutive della persona la quale, in quanto creata ad immagine di Dio Amore, è originariamente chiamata ad attuarsi nellincontro e nella comunione. Il presupposto per leducazione affettivo- sessuale della persona handicappata sta nella persuasione che essa abbia un bisogno di affetto per lo meno pari a quello di chiunque altro. Anchessa ha bisogno di amare e di essere amata, ha bisogno di tenerezza, di vicinanza, di intimità. La realtà, purtroppo, è che la persona con handicap si trova a vivere queste legittime e naturali esigenze in una situazione di svantaggio, che diventa sempre più evidente col passaggio dalletà infantile a quella adulta. Il soggetto handicappato, pur leso nella sua mente e nelle sue dimensioni interpersonali, ricerca relazioni autentiche nelle quali poter essere apprezzato e riconosciuto come persona.
Le esperienze compiute in alcune comunità cristiane hanno dimostrato che una vita comunitaria intensa e stimolante, un sostegno educativo continuo e discreto, la promozione di contatti amichevoli con persone adeguatamente preparate, labitudine a incanalare le pulsioni e a sviluppare un sano senso del pudore come rispetto della propria intimità personale, riescono spesso a riequilibrare affettivamente il soggetto con handicap mentale e a condurlo a vivere relazioni interpersonali ricche, feconde e appaganti. Dimostrare alla persona handicappata che la si ama significa rivelarle che ai nostri occhi ha valore. Lascolto attento, la comprensione dei bisogni, la condivisione delle sofferenze, la pazienza nellaccompagnamento sono altrettante vie per introdurre la persona handicappata in una relazione umana di comunione, per farle percepire il suo valore, per farle prendere coscienza della sua capacità di ricevere e donare amore.
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6. Senza dubbio le persone disabili, svelando la radicale fragilità della condizione umana, sono una espressione del dramma del dolore e, in questo nostro mondo, assetato di edonismo e ammaliato dalla bellezza effimera e fallace, le loro difficoltà sono spesso percepite come uno scandalo e una provocazione e i loro problemi come un fardello da rimuovere o da risolvere sbrigativamente. Esse, invece, sono icone viventi del Figlio crocifisso. Rivelano la bellezza misteriosa di Colui che per noi si è svuotato e si è fatto obbediente sino alla morte. Ci mostrano che la consistenza ultima dellessere umano, al di là di ogni apparenza, è posta in Gesù Cristo. Perciò, a buon diritto, è stato detto che le persone handicappate sono testimoni privilegiate di umanità. Possono insegnare a tutti che cosa è lamore che salva e possono diventare annunciatrici di un mondo nuovo, non più dominato dalla forza, dalla violenza e dallaggressività, ma dallamore, dalla solidarietà, dallaccoglienza, un mondo nuovo trasfigurato dalla luce di Cristo, il Figlio di Dio per noi uomini incarnato, crocifisso e risorto.
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7. Cari partecipanti a questo Simposio, la Vostra presenza e il Vostro impegno sono una testimonianza al mondo che Dio sta sempre dalla parte dei piccoli, dei poveri, dei sofferenti e degli emarginati. Facendosi uomo e nascendo nella povertà di una stalla, il Figlio di Dio ha proclamato in se stesso la beatitudine degli afflitti ed ha condiviso in tutto, eccetto il peccato, la sorte delluomo creato a Sua immagine.
Dopo il Calvario, la Croce, abbracciata con amore, diventa la via della vita e insegna a ciascuno che, se sappiamo percorrere con fiducioso abbandono la via faticosa e ardua del dolore umano, fiorirà per noi e per i nostri fratelli la gioia del Cristo Vivente che sorpassa ogni desiderio ed ogni attesa. A tutti una speciale Benedizione!
[Insegnamenti GP II, 27/1 (2004), 10-14]