[2102] • BENEDICTO XVI (2005- • A LA IMAGEN CRISTIANA DE DIOS CORRESPONDE EL MATRIMONIO INDISOLUBLE ENTRE UN VARÓN Y UNA MUJER
Del Discurso L’escursione cosmica, a los participantes en el Congreso Internacional organizado por el Consejo Pontificio “Cor Unum”, 23 enero 2006
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La palabra amor hoy está tan devaluada, tan gastada, y se ha abusado tanto de ella, que casi se quiere evitar nombrarla. Sin embargo, es una palabra primordial, expresión de la realidad primordial; no podemos simplemente abandonarla; debemos retomarla, purificarla y devolverle su esplendor originario, para que pueda iluminar nuestra vida y guiarla por el camino recto. Esta es la convicción que me ha impulsado a escoger el amor como tema de mi primera encíclica.
Mi intención era expresar, para nuestro tiempo y para nuestra existencia, algo de lo que Dante, en su visión, sintetizó de modo audaz. Narra una visión que se reforzaba mientras él la contemplaba y que lo transformaba interiormente (cf. Paraíso, XXXIII, vv. 112-114). Se trata precisamente de que la fe se convierta en una visión-comprensión que nos transforme. Yo deseaba destacar la centralidad de la fe en Dios, en el Dios que asumió un rostro humano y un corazón humano. La fe no es una teoría que se puede seguir o abandonar. Es algo muy concreto: es el criterio que decide nuestro estilo de vida.
En una época en la que la hostilidad y la avidez son sumamente fuertes; en una época en la que asistimos al abuso de la religión hasta la apoteosis del odio, la sola racionalidad neutra no es capaz de protegernos. Necesitamos al Dios vivo, que nos ha amado hasta la muerte.
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Así, en esta encíclica, los temas Dios, Cristo y Amor se funden como guía central de la fe cristiana. Quería mostrar la humanidad de la fe, de la que forma parte el eros, el sí del hombre a su corporeidad creada por Dios, un sí que en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer encuentra su forma enraizada en la creación. Y allí sucede también que el eros se transforma en agapé, que el amor al otro ya no se busca a sí mismo, sino que se transforma en preocupación por el otro, en disposición al sacrificio por él y también en apertura al don de una nueva vida humana. El agapé cristiano, el amor al prójimo en el seguimiento de Cristo no es algo extraño, puesto al lado del eros o incluso contra él; más bien, en el sacrificio de sí mismo que Cristo realizó por el hombre ha encontrado una nueva dimensión que, en la historia del servicio de caridad de los cristianos a los pobres y a los que sufren, se ha desarrollado cada vez más.
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Una primera lectura de la encíclica, quizá, podría dar la impresión de que se divide en dos partes poco vinculadas entre sí: una primera parte teórica, que habla de la esencia del amor; y una segunda, que trata de la caridad eclesial, de las organizaciones caritativas. Pero a mí me interesaba precisamente la unidad de los dos temas que, sólo se comprenden bien si se ven como una unidad. Primeramente, era preciso tratar de la esencia del amor como se nos presenta a la luz del testimonio bíblico. Partiendo de la imagen cristiana de Dios, era necesario mostrar cómo el hombre ha sido creado para amar y cómo este amor, que inicialmente aparece sobre todo como eros entre un hombre y una mujer, debe transformarse luego interiormente en agapé, en don de sí al otro, y esto precisamente para responder a la verdadera naturaleza del eros.
Sobre esta base, después se debía aclarar que la esencia del amor a Dios y al prójimo descrito en la Biblia es el centro de la existencia cristiana, es el fruto de la fe. Pero, sucesivamente, en una segunda parte era necesario poner de relieve que el acto totalmente personal del agapé no puede ser nunca algo solamente individual, sino que debe ser también un acto esencial de la Iglesia como comunidad: es decir, requiere también la forma institucional, que se expresa en el actuar comunitario de la Iglesia. La organización eclesial de la caridad no es una forma de asistencia social que se añade casualmente a la realidad de la Iglesia, una iniciativa que se podría dejar también a otros; forma parte de la naturaleza de la Iglesia.
Del mismo modo que al Logos divino corresponde el anuncio humano, la palabra de fe, así al Agapé, que es Dios, debe corresponder el agapé de la Iglesia, su actividad caritativa. Esta actividad, además de su primer significado, muy concreto, de ayuda al prójimo, posee esencialmente también el de comunicar a los demás el amor de Dios, que nosotros mismos hemos recibido.
Debe hacer visible, de algún modo, al Dios vivo. Dios y Cristo no deben ser palabras extrañas en la organización caritativa; en realidad, indican la fuente originaria de la caridad eclesial. La fuerza de la Caritas depende de la fuerza de la fe de todos los miembros y colaboradores.
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El espectáculo del hombre que sufre toca nuestro corazón. Pero el compromiso caritativo tiene un sentido que va mucho más allá de la simple filantropía. Es Dios mismo quien nos impulsa, en lo más íntimo de nuestro ser, a aliviar la miseria. Así, en definitiva, es a él mismo a quien llevamos al mundo que sufre. Cuanto más consciente y claramente lo llevemos como don, tanto más eficazmente nuestro amor transformará el mundo y suscitará la esperanza, una esperanza que va más allá de la muerte, y sólo así es verdadera esperanza para el hombre. Invoco la bendición del Señor sobre vuestro simposio.
[Insegnamenti BXVI, II/1 (2006), 93-94]
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La parola amore oggi è così sciupata, così consumata e abusata che quasi si teme di lasciarla affiorare sulle proprie labbra. Eppure è una parola primordiale, espressione della realtà primordiale; noi non possiamo semplicemente abbandonarla, ma dobbiamo riprenderla, purificarla e riportarla al suo splendore originario, perché possa illuminare la nostra vita e portarla sulla retta via. È stata questa consapevolezza che mi ha indotto a scegliere lamore come tema della mia prima Enciclica.
Volevo tentare di esprimere per il nostro tempo e per la nostra esistenza qualcosa di quello che Dante nella sua visione ha ricapitolato in modo audace. Egli narra di una vista che savvalorava mentre egli guardava e lo mutava interiormente (cfr Par., XXXIII, vv. 112-114). Si tratta proprio di questo: che la fede diventi una visione-comprensione che ci trasforma. Era mio desiderio di dare risalto alla centralità della fede in Dio in quel Dio che ha assunto un volto umano e un cuore umano. La fede non è una teoria che si può far propria o anche accantonare. È una cosa molto concreta: è il criterio che decide del nostro stile di vita.
In unepoca nella quale lostilità e lavidità sono diventate superpotenze, unepoca nella quale assistiamo allabuso della religione fino allapoteosi dellodio, la sola razionalità neutra non è in grado di proteggerci. Abbiamo bisogno del Dio vivente, che ci ha amati fino alla morte.
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Così, in questa Enciclica, i temi Dio, Cristo e Amore sono fusi insieme come guida centrale della fede cristiana. Volevo mostrare lumanità della fede, di cui fa parte leros il sì delluomo alla sua corporeità creata da Dio, un sì che nel matrimonio indissolubile tra uomo e donna trova la sua forma radicata nella creazione. E lì avviene anche che leros si trasforma in agape che lamore per laltro non cerca più se stesso, ma diventa preoccupazione per laltro, disposizione al sacrificio per lui e apertura anche al dono di una nuova vita umana. Lagape cristiana, lamore per il prossimo nella sequela di Cristo non è qualcosa di estraneo, posto accanto o addirittura contro leros; anzi, nel sacrificio che Cristo ha fatto di sé per luomo ha trovato una nuova dimensione che, nella storia della dedizione caritatevole dei cristiani ai poveri e ai sofferenti, si è sviluppata sempre di più.
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Una prima lettura dellEnciclica potrebbe forse suscitare limpressione che essa si spezzi in due parti tra loro poco collegate: una prima parte teorica, che parla dellessenza dellamore, e una seconda che tratta della carità ecclesiale, delle organizzazioni caritative. A me però interessava proprio lunità dei due temi che, solo se visti come ununica cosa, sono compresi bene. Dapprima occorreva trattare dellessenza dellamore come si presenta a noi nella luce della testimonianza biblica. Partendo dallimmagine cristiana di Dio, bisognava mostrare come luomo è creato per amare e come questo amore, che inizialmente appare soprattutto come eros tra uomo e donna, deve poi interiormente trasformarsi in agape, in dono di sé allaltro e ciò proprio per rispondere alla vera natura delleros.
Su questa base si doveva poi chiarire che lessenza dellamore di Dio e del prossimo descritto nella Bibbia è il centro dellesistenza cristiana, è il frutto della fede. Successivamente, però, in una seconda parte bisognava evidenziare che latto totalmente personale dellagape non può mai restare una cosa solamente individuale, ma che deve invece diventare anche un atto essenziale della Chiesa come comunità: abbisogna cioè anche della forma istituzionale che sesprime nellagire comunitario della Chiesa. Lorganizzazione ecclesiale della carità non è una forma di assistenza sociale che saggiunge casualmente alla realtà della Chiesa, uniniziativa che si potrebbe lasciare anche ad altri. Essa fa parte invece della natura della Chiesa.
Come al Logos divino corrisponde lannuncio umano, la parola della fede, così allAgape, che è Dio, deve corrispondere lagape della Chiesa, la sua attività caritativa. Questa attività, oltre al primo significato molto concreto dellaiutare il prossimo, possiede essenzialmente anche quello del comunicare agli altri lamore di Dio, che noi stessi abbiamo ricevuto. Essa deve rendere in qualche modo visibile il Dio vivente. Dio e Cristo nellorganizzazione caritativa non devono essere parole estranee; esse in realtà indicano la fonte originaria della carità ecclesiale.
La forza della Caritas dipende dalla forza della fede di tutti i membri e collaboratori.
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Lo spettacolo delluomo sofferente tocca il nostro cuore. Ma limpegno caritativo ha un senso che va ben oltre la semplice filantropia. È Dio stesso che ci spinge nel nostro intimo ad alleviare la miseria. Così, in definitiva, è Lui stesso che noi portiamo nel mondo sofferente. Quanto più consapevolmente e chiaramente lo portiamo come dono, tanto più efficacemente il nostro amore cambierà il mondo e risveglierà la speranza una speranza che va al di là della morte e solo così è vera speranza per luomo. Auguro la benedizione del Signore per il vostro Simposio.